PREGÓN
MADRID.
HERMANDAD DE
LA VIRGEN DE LA PEÑA.
Amadísima
Madre de la Peña, Ilustre Hermandad, Junta de Gobierno, querida
Hermana Mayor, Padre Espiritual, Autoridades, Hermanos, amigos de
aquí y de allá, familia, buenas noches,
A nada hurtar para venirme quiero,
a nada dejar tras el alma ansío,
llegar me colma el agradar. Es mío
el placer y el verso lo reitero.
Hacer peñón de corazón peñero
con gestos, palpitar y escalofrío,
con soles, sur, canciones y amoríos
con sentires y agallas de mineros.
Venir, un sentimiento más ha sido,
una ilusión por cuanto me consuela
un gran regalo para mis avíos.
Estar, comer la tarta de la
entrega,
por vosotros colmarme los sentíos,
por la Peña gritar con paz y
fuerza.
Gracias Pepa, porque tú
y yo traemos la misma consigna de afecto, la predisposición puesta
en estos seres a los que tanto amamos y en esta Madre a la que tanto
debemos. Gracias por acercarme a ellos con tu paladar y tu dulzura,
gracias por tenerme en lo mejor de tu estima, gracias por todos lo
bueno que de ti me llega siempre, por la sinceridad de tu corazón.
Por todo lo que has sido capaz de transmitirme, gracias.
Es
tarde de faenas de abril, primavera por el Cerro del Águila, por la
sementeras, por los anidales y por la encinas. Tarde de abril en
pastizal y apero, en rico baco y huerta grande; tarde de abril en los
ojos de la mujer, en el entorno, en la pringue, en los adentros.
Tarde de abril en los sueños ganados a la noche, en la lágrima
embadurnada en rimel, en el pendón, en ti Hermana Mayor de los
mayores agasajos, en nosotros aún a medio festejar la hacienda de la
devoción. Es tarde de abril para cerrar tormentas y para abrir
alegrías. Es toda la tarde tarde de abril a pulmón y conciencia
para mimarla como si fuera la última. Y es tarde de abril para La
Puebla y Tharsis y San Bartolomé y Alosno y Castillejos y Paymogo y
El Almendro y El Granado y Huelva y Madrid y Castilla y cualquier
alrededor que sienta la identificación egregia de esta tarde
simbólica y sublime de este abril aprendido y fugaz.
Es
la madre de las tardes de abril, serena y pulcra.
En la mansa sombra un
grito, olor a rosas de miel, mansedumbre de actitudes, predisposición
al SER, enigma de dioses de Andevaal y Tartessos corroborando la
importancia de esta comunión humana de niños y padres y hermanos y
novias y abuelos; se trata de ti Madre Peña, se trata de ti, he
venido por ti, están ellos por ti, por el embrujo que nos otorgas
por la sinceridad, por el milagro. Ellos, nosotros, aquí, allá,
necesitados de la mano delicada indultadora de penas, porque nos
agobia, Madre, la pena.
El
mundo de hacer en aquel pañuelo consolador, el jornalero, el
capataz, las pócimas calientes, y alguien con cara de Peña que
acarrea y quema sinsabores, nunca faltabas a tu generosidad.
Estuviste en casi todos los acontecimientos que engrandecieron o
asolaron nuestra existencial historia; estabas en la nefasta época
del imperio del odio cuando los hombres luchaban y se agonizaban por
el desequilibrio de la sociedad; estabas en la mina cuando los
barrenos se encendían sin mando y ocasionaban desgracias, estabas,
Madre Peña, en la escasez de alimento cuando el hambre era
costumbre; estabas en los barrancos de la frontera con Portugal
poniendo alas a bestias cuando el contrabando suponía medio de vida;
estabas en el campo en años de sequía cuando el agua era alimento
casi imposible de conseguir para las tierras alimentadoras; estabas
en el brocal para evitar que alguien se bebiera de golpe toda el
agua; estabas en el caballo para deshacer una caída cuando al hombre
se le acababan los reflejos;
estabas
en el camino para cuidar la senda de quienes hacían largos trechos
para verte; estabas aquí cada año conduciendo el autocar de los
romeros, cuando se componían para peregrinar hasta tus plantas,
Madre Peña. Y estabas en la miseria, en el desconsuelo, en la
discordia; y estabas en los pies descalzos y en el paro y en los
malos tratos; y estabas, hecha añicos, en la desolación de nuestros
pueblos cuando los jóvenes se transforman en caballos blancos que
alteran la salud y la convivencia y la paz; estabas en casi todas
partes con nosotros, andando con nosotros, montando, trabajando,
mirando o amando.
Pero
he de reivindicarte algunas presencias, cuando te eché de menos,
cuando me faltabas a la cita, cuando te buscaba por muchos lados y
solo eras una promesa. Noté tu ausencia, Madre, cuando cerraron
nuestras minas, no estabas en la puerta para evitarlo, no te vi
gritando con nosotros. Te eché de menos cuando se le acababan los
suspiros a Juan Merga, a Antonio Zamorano, a Miguel Café, a Manuel
El Litri, a Miguel Ángel, al Migue, a Esteban García, a Romana y a
otros muchos. Te eché de menos, noté tu imprescindible ausencia.
Porque ellos eran de buena casta, gentes de buena voluntad, seres
extraordinarios apegados a ti desde la nacencia. Tal vez confiaste en
nuestras posibilidades, nos dejaste demasiada responsabilidad, no
podíamos luchar contra esa inclemencia. Pero te juramos, Madre, que
por nosotros no se hubieran ido, les teníamos aprecios infinitos y
formaban parte de nuestras vidas, ¿por qué no viniste?,
¿o
es que estabas y no te vimos?, ¿o es que todo aquello era necesario
para probar nuestra fe?, ¿o es que así de dura es la ley de los
mortales?. Rogamos hayas permitido esta protesta producto del enorme
dolor que nos causan la pérdida de seres tan queridos. Por cada
jirón de muerte se nos desgarró el alma y solo llegábamos al techo
de la impotencia, entonces no veíamos otra luz, nada concreto nos
iluminó tu cara, con golpes así nos perdemos en la ausencia de ti o
quizás de nosotros mismos.
Cuánto dolor, Madre, por
someternos al desarraigo,
qué pesar tan grande hundido en el
alma,
qué desolación de familias,
qué insultos a la existencia,
qué maldades recorriendo nuestro
efímero sosiego,
cuánto rezar para que nadie se
fuera,
cuánto por ti entender que
teníamos recomendación en el cielo, cuánto confiar y cuánto
defraudarnos,
cuánto esperar que vinieras hasta
última hora,
qué dolor, Madre, qué dolor
cuando se fueron,
qué desilusión tu olvido,
qué desesperanza acorralada en un
túnel sin luz,
cuánto de ti echándolo de menos,
qué miseria tu lejanía.
Qué angustia mirar y no verte
llamarte y no venir
pensarte y no tenerte.
Sin explicación hemos
soportado estas separaciones, hechos cada vez más a la debilidad del
sufrimiento. En espera de superar contigo, con tu amparo, si podemos,
la dureza de estos golpes.
¿Estabas?, ¡estabas!,
no me cabe duda, pero me rebelé entonces y también ahora porque te
exalto en este pregonario que te dedico entresacado de mi mejor libro
de vivencias, de mi aprendizaje de hombre, de mi bolsillo de
complacencias. Vine por ti, vinimos muchos por ti y otros muchos irán
por ti, es la misión. Tú, la causa, la garantía, la fuerza, uno de
los únicos sentidos a mi voz de hoy, a las voces de todos ellos de
hoy y de siempre, que están acá y allá escribiendo y gritando su
pregón con las palabras del silencio. Que ellos saben de esto, que
llevan años de alforjas y de sandalias. A ellos, no les faltes,
Madre.
Quería empezar con el
alba, sembrar la noche de sensaciones y empezar la oración con el
alba, reempezar con la luz del alba. Un rezo cercano, contigo en el
frente, tu memoria y la mía, las dos, hiladas de amistad, en el
alba.
Suena en los riscos la paz del alba
piedras guardianas,
pensamientos,
serenidad y día,
asunción de sueños.
Viene la brisa
que cabe en una mirada,
a zamarrear pasiones,
a devolverme al sitio de las
nostalgias.
Y estás en ella,
ermita y Tú, monaguillo, altar y
celosía,
entarimado, corazón y estampa.
A un lado, en otro, para las tardes
sosas,
a los silencios retan
las voces siempre ocultas
de la plegaria.
Preces de la tolva, de metro y de
geranio,
de almacigal y estopa,
de alumnos y maestros,
de noche sorda y clara
de angustia larga y loba,
de hastíos y canciones,
de santidad y arrobas,
de la hipotensa hermana,
del hipertenso abuelo
que casi siempre arropa.
Es la oración del alba
la tenaza que al miedo zurce
el predictor de sombras,
oraciones de pozos y de fuentes,
de carruchas y calderos,
de planos y corbatas,
pero tan grandes como cortas
tan cortas como intensas,
tan buenas como redentoras.
Una oración no falta
en esta procesión de ahora,
una oración es culpa
de esta sensación, Señora.
En
conservas la amistad que se refiera cada año, siempre pagando el
precio de la distancia y de relance vernos aunque apegados al valor
de lo nuestro de antaño, de aquellas cosas que unos dejaron y otros
cuidan.
Me llamas amigo y supuro pus de
anhelos por ti,
he puesto cuerda nueva al cubo,
reforcé la espiga del verano,
aquella del trigal,
aquel apero del doblado, con
telarañas,
las cosas como las dejaste, amigo,
la guitarra en el armario de
abuela,
la sartén, los peroles y las
costumbres
como cuando tu y yo trasteábamos
hasta dar con la badila y los
estribos,
nunca sabré para qué.
Tuvimos tardes de novias, amigo, de
novias guapas y arriscadas,
tardes de paseos de tacón en
tacón, de beso en beso,
la noche inyectada de cómplices,
los veranillos oliendo a colonia de
azufre
y los colores tiznándose por las
orejas,
allá por las estaciones de los
tiempos, allá abajo;
Y tú, Cebadilla y rionces,
pestiños y Herrerías,
el colmo de llegar hasta los
“Arroíllos” y la yegua sin parir.
Tenías, amigo, el Andévalo en
pintura con Sebastián García
y te nació en casa José Mª Morón
con todas sus estrellas,
tenías el peñón, la casa de
Cayetano, los molinos;
nos teníamos a más de una legua y
nos encontrábamos
tiritando de devoción en la última
curva de arriba
y nos abrazábamos y alguien, Ella,
nos miraba, ¿te acuerdas?.
Son muchas cosas, amigo, muchas
juntos, muchas.
Tenías tú un almendro y Prado de
Osma, cirochos,
Piedras Albas que es hermana
perpetua de Peña;
tenías, amigo, bolachas y
perrunillas, copla y sentimiento,
los sentíos puestos en las Pascuas
y en la herencia
y éramos amigos de siempre, en
tantas, en tantas serenatas.
Y tenías, amiga, Huerta grande y
economato,
mestizaje de corta y Serpa. Tenías
a Pepe y Romana,
el pastizal, la escuela, la leche
de a diario,
el serón de la burra, las
cántaras, la tarea,
la mirada puesta en la mina en ojos
que se te iban
por los suelos de grao, por la
estrías del olivo.
Eran sábanas los atardeceres que
tapaban el trabajo
y abrían los sentidos y te
acercaban al Coto.
Eras, amiga, la novia y él lo
tuyo, lo que sabes
que ha de quedarse adentro. Te
quiso y te conquistó.
Y tú, amiga, en los vientos de la
huerta y él, en los tuyos.
Y por allá, curso del Odiel, el
puente antiguo, tu casa,
calle de la fuente, el real,
Coronada enseña y alabada.
Todo, amigo, como cuando llegas y
te pierdes, hasta las flores.
El mundo de abajo entero de
“jechuras”,
a pulmón pleno, a regañadientes
con la vida,
unas veces alegres y también
otras.
Porque están San Benito, los
cerreños, sus cultos de tantos siglos,
San Sebastián, amado en la tierra,
patrón de tantos,
San Juan, cascabelero y valiente,
Santa Catalina, allá cobijando
granados y fronteras,
San Bartolomé tan agosteño, tan
reservado.
Por allá abajo, amigo, las cosas
son de otra manera
pero son iguales en el amar, en el
sentimiento.
Y tú, amigo, tienes Cruz por los
corrales,
castillo arriba, por los puestos
perdigueros,
por las dehesas “grumeleras”,
todo aún oliendo a pólvora
gastada,
a contrabandistas y carabineros, a
fandangos y caballos,
a gentes de solvencia y a jaral en
flor,
aunque los campos sigan con la
misma sed que tú dejaste
y la vida se enturbie a veces y
otras se aclare.
Y por acá Almudena, torres de
palacios, reyes y reliquias,
corazones abiertos, el mundo en la
montera y el abrazo a mano.
Por acá, amigo, tú y Ella, la
primavera empujando hacia el peñón,
los quehaceres, la música aquella,
el pulso ardiendo,
iguales las tenazas cuando a
apretar llaman,
iguales los surcos para arar,
iguales los labios para el beso.
Tú, madrileño de todos los lugares, tan proclive
a la esperanza, tan eterno
cuidador, tan presto,
tan tiernamente chulapo, siempre
estación término
siempre camino, siempre humilde
mandador,
siempre fiel al reto de la
hospitalidad.
A ti madrileño de ahora,
aventurero de antes,
los mensajes que la tierra de allá
generan, se esculpen
en esta lista pregonaria, escrita
para ti.
Para ti, para vosotros los José
María, los Carlos, Los Rufino, las Marisa, las María, Las Almudena,
los Pedro, los Pepe, los Manolo,
los progenitores de esa
peregrinación al Sur,
a vosotros los aliados a la fe de
Peña, a nuestra Madre,
a vosotros todos, los precursores
artífices de una nueva convivencia,
a vosotros dedico mi canción
lírica con emoción,
porque os debemos parte de la paz
que distéis a los nuestros,
porque os tenemos en la mejor parte
de la memoria,
porque aprendimos con vosotros
muchos talentos.
Sirvan, sean palabras con voz las
mías,
en silencio las otras, que
transmiten ecos de afectos.
Por abajo, amigo, suena la tormenta
de tarde en tarde,
suena el cante más a menudo
y es como una tormenta, hiere y
alegra.
A diario se adormecen los ojos con
un pensamiento a Ella
y al despertar es Ella el primer
asomo.
Es así, salud y corona, espacio y
tiempo,
Madre y nodriza, espuma ardorosa de
todos los miedos,
es la Madre Peña un oasis de
sentimientos,
sin forzar las devociones se gana a
pulso el rezo,
se envuelve en las prolijas penas y
las solventa.
Ella, la misma que te llegó a las
entrañas un día y que te enganchó,
la misma que reina los mejores
rincones de Aluche, Carabanchel,
y cualquier barrio de esta inquieta
y devota ciudad,
la misma que anuncia el pedernal y
que cuida las hormigas,
la misma Madre, de la mesa, de la
cocina, del pan,
de la misericordia, de los avíos
para seguir “tirando”,
la Madre que mantiene el sol alto y
quien lo acalla,
la Madre de los misterios en las
cuitas del amor,
la Peña de la mansedumbre, la del
pozo arriba, la benefactora,
aquella Peña sonriente y humilde,
compás y espera,
baúl y hornacina, pregón y mueca,
mudez y trago dulce.
Aquella es la Madre que veneramos,
amigo,
la que nos surte de motivos, como a
ti, para continuar,
la que nos arrea continuamente y
nos defiende, como a ti,
la que se desvela y transita
sonámbula por nosotros, y por ti,
la
Peña soñadora y romántica, como muchos de nosotros, como tú,
la Peña de las esperanzas en las
manos
que nos preconiza otros horizontes,
como a ti,
la Madre eterna que nos aprieta la
voluntad, como a ti.
Esa Madre ajena a los odios y a los
desalientos,
a las fechorías y a las
discordias,
la Madre hecha al sosiego del sur y
ahora a la prisa de aquí.
A Ella, creciente, luz, santuario,
umbral y taleguilla,
encendemos este cirio pregonario
para que luzca
siempre en su honor, de nosotros
los sureños,
de vosotros castellanos, de todos,
peñeros.
¡Ea!, que hasta el ánimo pregona,
que hasta las entretelas se
caldean,
que hasta la piel se levanta,
que hasta el vivir se alienta,
que hasta tú me cantas.
Contigo, Madrid, contigo mimé este
ritual del sueño
escrito en lírica de “p´allá”,
por si advocación trajeran,
contigo, con quien brindo en tu
idioma de trajín y buen lenguaje,
conmigo con quien hueles por vez
primera el mastranto
y te enfrascas en la armonía de un
regajillo,
en el sabor de una tarde de trilla
y era,
en la placidez de un domingo bajo
la sombra de un aromo.
Contigo saco pecho y brindo,
por ti, castellano atrevido, por ti
mimo ahora
los semáforos, las torres, la
bruma, el chotis,
los atascos, las movidas, la nieve
de algunas veces y los fríos.
Por ti, como si no quedaran más,
como si tú y nosotros hubiéramos
de prolongar el futuro
con estas mimbres de devoción y
Peña
que nos sirven como únicos
recursos, por ti, contigo,
contigo, alumbrador, contigo
acogedora madrileña.
¡Ea!, hágase de paz de cortadillo
la nota nueva de la noche,
un compás de enseres y de
melancolías
el vicio este de acogernos al mejor
milagro.
Tú y los riscos ardiendo, nosotros
y la adversidad,
Nosotros con el alba a cuestas,
Con la cuesta en los pies y la
mirada en Ella.
Para llegar a respirar, para no
importarnos desmayos
Ni
epilepsias. ¡Ea!, Madre, la paz, tu paz, en esta declinación de
soledades. Tú, y los ojos grandes,
Nosotros con la necesidad siempre
de la candela.
Mas qué haremos con el
devenir; a quién encomendaremos las premisas que a nosotros nos han
valido; a quién, que lo estime, dejaremos los trastos de esta
historia recorrida y escrita con tanta pasión. Para qué lugar
nuestros huesos, para qué santuario nuestra alma. A qué remedio
valdrá la pena acogerse para sintetizar tantas convulsiones de vida.
Esto era orden de
felicidad. Será continuar dejando herencias. Aún somos tropel de
juventud, mucho queda por resollar, mucho por sobrevivir y más por
amar, pero vayamos preparando el testamento.
Dejar en sus manos la fe,
en sus consuelos las vivencias. A ellos, los hijos de este ciclo
peñero dotarles de anhelos y de humanidad. A los de aquí, que solo
se van cuando es abril y a los de allá que tienen los dones cercanos
en las ambrosías de la sonrisa.
A ellos, cómplices ya de
este gozoso deber de hermandad y alegoría, porque seremos parte
inseparable de la memoria acuñada a la Madre Peña, porque de aquí
salieron deseos y se cumplieron mil realidades, porque giró la vida
en torno a una devoción rescatada para unos y descubierta para
otros.
Dejaremos localizados los
sentimientos sin temor a pérdidas. Allí están los nuestros,
diremos, allí, junto al bendito cerro que adora el peñón, en
aquella imagen singular, están nuestros mejores sentimientos, se
trata de Peña.
Nada anodino, mucho de
pasión, la fogosidad del sur, la tenacidad de Castilla, el pan de
abajo, el equilibrio de arriba, la suerte que se busca, la felicidad
que se aparece, el consejo, la satisfacción, un coro de voces
aprendiendo mensajes, un hombre jubilado que se queda. La seducción
de Madrid, la aventura hecha vida en una consolidación de intereses
espirituales solo movidos por la humanidad. Madrid, este Madrid, a
veces tan opaco y tan inmenso, deja la huella indeleble de la
hospitalidad, y por él nos quitamos el sombrero. Que bien sepáis
amigos que a esta tierra noble y grandiosa debemos el digno respeto y
el más digno amor.
Por ella y por todos sus
ciudadanos y por vosotros que vinisteis a mejorarla y hacerla aún
más dulce y más gloriosa. Os quedará la dicha de esa contribución.
Hoy quiero echar un pulso con el
alba
estar versando en ti hasta que la
oscuridad
se muera y sea cegadora
la primera luz de la alborada.
Hoy reto al tiempo que encarcela
las emociones sentidas, tan amargas
cuanto de más pesados se me hacen
los días que me ocupan la
distancia.
Hoy, si por mí fuera, fundiría
los plomillos
de las luces que encienden la
mañana
y tiraría al mar los faros
y rompería del sol sus
dentelladas.
Para que a bien la noche hiciera
tienda, alcoba y almohada
un pliegue de luto en tránsito el
tiempo,
un invento de neón
en los grises claros de la nada.
Haría con migas de pan, estrellas,
sombras con luciérnagas de plata,
luz haría con el brillo de tus
ojos
espumas con anémonas del agua.
Para retar, al Dios que ordena
y en estos andurriales manda,
tomaría su poder
y le haría tan humano
como humano es mi deseo de
esperanza.
Tomar la vida con vicio de apogeo
y en ella disponer, que si hace
falta
perdure más lo que se logra
y se pierda lo inútil que no se
aguanta.
Haría, en mi pulso con el alba,
solidaridad de amigos,
entrenos para ser mejor,
y alguna vez me colgaría
de la primera mueca de tu cara.
Esperarte haría, mil esperas; el
infinito
pondría en el orden de la calma,
un poco de paz en cada mano,
la insolencia en la basura
y la vida en la cabecera de la
cama.
Haría mares para anegar y candelas
para caldear el frío de alguna
mirada,
la traducción de un beso
en los ojos que nunca vieron
la ternura de una lágrima.
Haría pastores de caminos, legos
en peregrinar, abetos de sombra
larga,
muchedumbre de jarales
y romeros portadores
de alientos y de templanzas;
el eco haría con voz más fuerte,
con más genio los gemidos,
con más corazón, con garras
de trascendencia las razones
más solícitas, que la ocasión
es propicia para cuestiones del
alma.
Un pedestal haría para santos,
para santas
de estos que en lo cotidiano
convierten lo malo en bueno
y todo lo bueno ensalzan.
Un pedestal de emociones completas,
de alegrías tan nuestras como
esperadas
donde cupieran los humildes
que nunca llegaron
a mirar a Dios de cara a cara.
A esos que brindan la vida por una
idea
y son perdedores de siempre,
trápalas
dirá la historia, ajenos a la
codicia
y del orgullo perdidos
y con los sueños a las espaldas.
Haría cortadillos con el reflejo
del alba
de aquellos que mil abuelas en
tardes de soledad
hacían junto al brasero
mientras sus labios rezaban,
y el abuelo consumiera
sorbo a sorbo la manguara.
Un camino, una consigna, un pueblo,
una oración,
una travesura, en esta tarde de
creencias marianas,
para traer peñasco, Peña, Puebla
y tradición
a esta Camarena tan cercana.
A estos benévolos pies, a los
nacidos,
a los que esperan que otros nazcan,
a los recién llegados, a los que
por llegar
están, a los que nunca llegaran,
a los que aquí pagaron con vida
el deseo de progreso para sus
gentes
y a mitad de camino su fuego se
apagara.
A esos quiero llamar, en este pulso
de envite
que he propuesto con el alba,
a ellos que tanto vieron, que tanto
amaron
que entienden de firmamentos y
estrellas
de saber romper la lezna
y de saber arreglarla,
a ellos que saben que los pregones
se escriben
día a día, noche a noche,
sin miedo, sin vanidad, sin
aplausos, con agallas,
con el corazón que late en el
silencio,
con la fe que hace temblar las
manos,
con el sentimiento en Ella puesto,
y en la madre, en los hijos, en la
tierra, en la hermana,
en los rochos, en la mina, en el
costado,
en la más mínima expresión
que de la cuna me traigan.
Apuesta que gano y guardo
como la gloria guardara
en esta tarde sublime
que al reto se me atreviera
de ganar la luz del alba.
Y con el alba ganado
sordomudo, cantor, pintor o
espátula
a ser cosario de inquietudes atento
vengo;
aquellas que he de traer
y aquellas que a buen seguro me
llevara;
emociones, franquezas, la mano, el
beso,
una lista engrandecida de agasajos
para desparramar por la comarca
que alisen complejos y llantinas
y aplaquen lo que de ansiedad
quedara;
llevar en un puño la vida
con lo que aquí se atisba y quiere
con todo lo que aquí se siente y
ama,
con las suculencias de esta amistad
que a veces se antoja rica pero
lejana,
con la animosidad tan afable
de una mujer que se ha ganado
la suerte de ser en esta ceremonia
la espadaña.
Cenicienta de la Peña eres tú.
Hermana mayor, generosa Fernanda,
tú, con tu embajada de afectos,
desde la piel repartidos
a cuantos de allá te queremos
a cuantos de acá te halagan.
Tú, esa puerta que se abre
para nunca ser cerrada,
la flor de cobre que reparte
solamente una mirada
y queda escrito el mensaje
de la amistad y cariño
tuyos y de toda tu casta.
Ole tú, embajadora, ole tu
merecimiento,
ole que te corresponde
en este lugar tan ancho
decir que tu paz agranda,
que tu corazón es como un mar
que a los vientos le discute
y a las tormentas aplaca,
y todo con esa voz tan graciosa que
te sale
de tus profundas entrañas
y llenas de amor un hueco completo
y eres capaz de llenar
el universo entero si se precisara
porque p´arriba mides poco más de
un metro
pero tienes p´abajo más de una
legua enterrada.
Por eso decía tu madre
que se evoca en el recuerdo,
que tu corazón no cabía en una
tinaja.
Ánimo mujer camina con la firmeza
por el deber de muchos progenitores
que cumples hoy con elegancia.
Por ellos, tus amadísimos padres,
Pepe y Romana,
por ellos y por tus abuelos,
y por tus hijos que empujan
como si fueran mulos de carga,
y por Ramiro, pelo blanco,
resumen de tus complacencias,
compañero de esperanzas.
Por ti mi verso, cenicienta,
por ti y por Peña, las dos en este
trecho juntas,
las dos juntas en esta fragua
de deseos, de calor, de entregas,
de locura y devociones calladas.
Por ti, por Ella, por todos,
por aquella tierra madre,
por esta tierra tan sabia,
por la fuerza del pasado,
por el presente, por el devenir,
por la vida, por el todo que nos
une
por el nada que separa.
En una mano el amor
y en la otra tu sonrisa
regalo de huerta grande,
en uno de aquellos albas.
El
peñón anima a la bajada, delante, el pozo con sed, la mar a lo
lejos pendiente, los hombres llenos de eternidad hacen acopio de
rezos, relincha el caballo por última vez, se inclina la cuesta y es
de noche. Queda poco, un camino angosto y dulce , Peña se ha llenado
de silencios, ahora rumia sus propias vivencias y calla su humano
gozo. Luego se sentará con Dios en conversación de familia y le
contará los asuntos del día con la baba cayéndosele por los
labios.
Es el final de esta etapa
pero mañana será otra vez el inicio, la encarnación de los
sentimientos habidos, mañana otra vez el alba. Hoy en este anuncio
preside un algo común que nos trajo, la sutileza de lo tenido y
nunca dicho, el hambre de pudor que nos remite al secreto, mañana la
embajadora Fernanda se agarrará a la vara que portan también sus
padres para que no desfallezca, pondrá rumbo a su fe y dará riendas
sueltas a sus sueños y comenzarán las realidades.
Háganse gritos los
susurros, concordia los odios, calma las tormentas y que perduren en
esta culminación las voces buenas del alma.
Háganse credos, háganse
Madre, háganse de piedras los enjambres, de infinito las tardes de
abril, de Peña los corazones y de altares las miradas. Háganse mil
vivas de adoración a Peña, mil evocaciones, mil Peñas seguidas
hasta que el cansancio nos duerma y empecemos a soñar que es
nuevamente abril y despertemos reinventando un amor y un alba.
Ramón
Llanes Domínguez.
Madrid,
08.04.00.
No hay comentarios:
Publicar un comentario