Pablo Romero, Santiago
Trigueros.
Un niño subió hasta aquella atalaya,
meseta dominante sobre la ciudad, coqueta
pero pequeña y antigua ciudad, un pueblo grande,
a sus pies el mundo, la tierra, el río,
un palmo más allá las olas, aquí mismo
los tejados de enhiestos edificios hormigonados,
ese zagal elevó su mirada hasta allí
buscando las Letras y los Números
cuando habían no más que unas pocas fuentes.
Cada atardecer al terminar sus estudios
caminaba largo trecho, bajando HuertoPaco,
cruzando la campestre extensión hasta la planicie
allá esperaba el transporte,
junto a la cárcel, que le devolvería al pueblo,
quienes dormirían tras sus muros se preguntaba en la espera.
Así corrieron sobre sus hombros, las Letras y sus letras
los Números y sus números, habría de saltar fuera
tras el río, a las escuelas de peritajes, allá donde Colón
y entre tanto, la blanca y azul se deshacía del campo
dejaba correr los bulevares, las rotondas
nacían las avenidas de amplias aceras, de anchas calzadas
germinaba la semilla del saber, la universidad se hacía grande
miles de aquellos jóvenes ávidos de sapiencia pasaban por sus aulas
y aquel niño volvía sobre sus pasos, entraba en aquel museo
pisaba el tiempo del revés, sonreía al camarógrafo, era hombre viejo
se dejaba atrapar por el tiempo, por la luz
esa misma que tras años bajo otros cielos, supo de su fuerza
que hizo comprender que allá bajo los plúmbeos, otros, cielos
añoraba el lugar donde al andar del cerdo se le hace fiesta,
y las señoras del mar llevan gabardinas, donde el sol es amigo
y las Letras con sus Números han conseguido hilvanar
un nuevo espíritu, una nueva hazaña, poner de nuevo su
nombre
entre las tintas que recorren las nuevas redes, los nuevos
diamantes
Sea ésta tu tierra, tu lugar donde volver a saborear la verdadera luz.
De la Antología HUELVA ES VERSO.
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