RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

viernes, 21 de julio de 2023

CAMBIAR QUÉ

CAMBIAR, QUÉ



La travesura de la mocedad en un antaño no tan lejano estaba circunscrita a leer libros prohibidos (casi todos) por el estamento correspondiente, reunirte con varios amigos -sin solicitar permiso gubernamental- para formar un club, ensayar una obra de teatro de Casona, de Lorca o de Buero Vallejo sin que se enterara la censura, organizar un recital poético con versos de Miguel Hernández en un salón perdido de una taberna escondida a la que nadie iba o sentarnos en las noches de verano a cantar en lugares donde no se molestaba; tal era la osadía de aquella imberbe juventud de los sesenta extremadamente vigilada, asediada y reprimida por una dictadura malvada solo representada en su dotación de poder en la imposición del odio a lo culto, al conocimiento y a la descalificación de todo cuanto sonara a seres humanos con pelos largos, música estridente o expresión libre del amor. Nada estaba aceptado, existía una pléyade de “policía secreta” vestida de “paisano” que se paseaba con omnipresencia endiosada para reprender tales acciones mal vistas por el sistema.

La asistencia sanitaria estaba reservada para personas con trabajo y en alta, con la denegatoria de la misma en caso de impago de cuotas a seguridad social por las empresas; los estudios de segundo grado y universitarios eran exiguos, no promocionados por las instituciones y con cuantías de ayudas en becas escasas y raquíticas. La sociedad era monocolor porque no existía pensamiento abierto ni posibilidad de establecer medios de defensa contra la represión, la enseñanza escolar estaba dogmatizada con perfiles religiosos de un solo signo y convenidas las asignaturas con intención de no provocar ni crear rebeldes o contestatarios que incidieran en la denominada “paz” al modo impuesto; se prohibía trasnochar sin autorización expresa, un gran número de ciudadanos/as carecían de los mínimos recursos para subsistencia, no existían pensiones no contributivas, ni desempleo, ni apenas los derechos mínimos que en otros países estaban consolidados a través de los procesos democráticos que se fueron logrando en el tiempo.

El mayo francés del 68 se nos ocultó como se nos ocultaron los libros de los pensadores; nada sabíamos de Alberti, de Neruda, de Celaya; aprendimos , eso sí, los nombres de los generales que ganaron batallas para la patria en un intento de cultivar en nuestras mentes el espíritu militar como ejemplo de patriotismo de estado.

La época de la dictadura, llegada a nuestras vidas como consecuencia de una rebelión armada de militares contra la elegida República a través de una guerra civil, retrasó la evolución natural del país durante cuarenta años. Pero siendo ello nefasto para el progreso lo fue más el tufillo de división que la guerra dejó en la ciudadanía, la sociedad se dividió en pensamiento, los erróneamente llamados vencedores conservaron sus privilegios de victoria, los restregaron con ingrata alevosía e hicieron lo imposible para fortalecer la diferencia social entre un vencedor y un vencido; incluso hasta bien acabada la guerra continuaron los procesos de condenas a personas encarceladas por defender ideologías contrarias al régimen. Y aparecieron el odio y la venganza que se encargaron de extender hasta provocar separación de familias y huidas hacia otros países como exiliados políticos expulsados de su propia patria. Los hombres y las mujeres de aquella España no éramos importantes, se nos miraba y se nos trataba con hostilidad si acaso alguien de nuestros antepasados luchó contra los sublevados defendiendo la legalidad; el ser humano no contaba en sus protocolos de atención, los vencidos llevaban la inscripción original de la culpa y siempre eran sospechosos de insumisos, rebeldes o delincuentes. En ese panorama vivimos.

Con la muerte del dictador no finalizó la represalia ni se abrieron las puertas de la tolerancia, a base de una protesta inequívocamente multitudinaria y constante se consiguieron en la calle los derechos que llevaron a la creación de partidos políticos -con el empeño de las fuerzas de izquierda en exclusiva- y la proclamación de la democracia, después de muchas luchas y de infinidad de represiones, de una Monarquía parlamentaria con unas reglas constitucionales que fueron aclamadas como fórmulas esperanzadoras por una mayoría de españoles que creyeron en ellas aunque bien vilipendiadas por sectores nostálgicos de la guerra y otros conservadores que se creyeron poseedores de todos los derechos del estado y entendieron que con el nuevo sistema de gobierno se rompería España; esta coletilla cateta, falaz e inocua siguen usándola formaciones políticas que propugnan los modelos caducos de la censura, el control a los medios, la abolición de los principios donde se asienta la democracia, de libertad de expresión, de laicidad, de libre circulación y de no ser discriminados por razón de sexo, edad o condición social.

Cuando en esos años setenta se nos formaron unos sueños más posibles estos se definían en la juventud como el alcance de los derechos fundamentales que ya eran reales en otros países. Se había luchado por el derecho al trabajo, a la vivienda, a la enseñanza gratuita, a la sanidad universal, a la igualdad entre hombres y mujeres en todos los ámbitos de la sociedad, a la no discriminación a inmigrantes y homosexuales, a la libertad de prensa, al derecho a elegir y ser elegido para ocupar cargos en los estamentos del estado, a la libertad sindical, a la descentralización del estado a través de las autonomías, al derecho a ser tutelados y asistidos, al derecho a obtener pensiones no contributivas, al derecho a no ser detenidos ni deportados por causa ideológica o religiosa, a los derechos a la formación de la familia, a tener hijos, y en general, al derecho a obtener salarios dignos y, en fin, a la consecución de derechos que se fueran consiguiendo como la eutanasia, el aborto, el matrimonio libre entre personas del mismo o de distinto sexo, al derecho al cambio de sexo y etc. Y ocurrió que alcanzamos esas metas soñadas y ahora somos un referente de evolución social en el mundo, lo próximo será seguir añadiendo derechos que otorguen bienestar pero desechar las ideas de cambio hacia ocurrencias pasadas de moda que inspiran las corrientes involucionistas de formaciones que han crecido últimamente en el retroceso con la firme idea de envolver en papel de regalo la vuelta atrás de derechos y libertades.

Entonces, cambiar qué. Tal vez las mentes retrógradas que asedian la paz social conseguida.



Ramón Llanes 21 julio 2023.

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