YO TUVE TREINTA AÑOS
Hace un instante tenía treinta años, estaba confabulado con la capacidad del todo, no tenía culpas, pudo ser la simulación más perfecta del vivir, de una existencia coordinada con el espacio y con la astrología o pudo ser la solución efímera del tiempo. Mi pensamiento se cubría en una entonación a la belleza con el sabor dulce que plasma la alegría en los resortes más enigmáticos de la verdad, parecía que el universo no tuviera más dueño que yo, la oscuridad cambiaba a luz cada cual de sus reflejos en el locuaz maridaje de virtuosidad y “reaños”; nos mirábamos las estrellas y yo en un narcisismo amable, sintiéndonos amados, sabios.
Apenas sucedió otro instante para llegar a mil cometas lejanos que parecieron imposibles en la jaula que guardaba las quimeras, apenas otro instante, con su luz, sus legajos de recuerdos, su trámite cumplido, sus manos con temblor, el sombrero que protegía los sueños, el tránsito siempre abierto; apenas los instantes fueron combinando soluciones de atrás con regresos de adelante y pareció que fenecía el culmen, no habíamos llegado a la vida el tiempo y yo cuando apenas al instante siguiente se enfriaron mis manos y me surgió un picor nuevo en las rodillas que avisaba antes de dormir por si acaso hubiera que atenderlo.
Sabe más el instante por capacidad que por tiempo, que los espacios aún no anularon los infinitos, que los ojos cursan largas miradas a horizontes de esplendor. Ni siquiera la memoria tiene olvidos que le castiguen los sueños.
Ramón Llanes.
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