LA BANDERA DEL VIENTO
He
llegado a echarle al viento la culpa de todo, de lo que pasó, de lo que pasa y
de lo que aún no ha pasado. El viento, tiene, irremisiblemente, en mi memoria,
la culpa de todo. Para no cebarme en exceso con él busqué otras opciones con
tal de aligerarle la culpa y dejarle gruñiendo en cualquier meridiano al
socaire del mar bravío, pero allende mi bondad no encontré causa de salvarle.
Me propuse indagar en la historia de los pueblos, convencido de encontrar una
sorpresa que me condujera a concederle otra benevolencia pero todos los pueblos
le habían quitado el nombre a la “calle del viento” por lo terco que fuera, por
lo maltrecho que dejara los campos y las luces, y, desde siglos, ningún pueblo
de preciada categoría conserva calle de tal nombre, a su pesar.
Hice mi viaje virtual por los faros
del mundo y en todos había dejado el viento su llaga perenne, su plaga de
dolor; aún amedrentado, en los picos de las montañas más altas, las crestas se
urdían en las huellas de vendavales continuos, imprevisibles y devastadores. En
mi viaje, floté las viejas aguas marinas que circundan la tierra hermosa donde
habito y el mástil más alto de los barcos varados por la nostalgia llevaban
indemne en su memoria la bandera del viento y, desde entonces, me produce
respeto todo trajín de aire a quien solo atrevo recriminar su indolencia.
Ramón Llanes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario