LA MOTOCICLETA.
A
la motocicleta le faltaba el espejo retrovisor izquierdo, el giro lo advirtió
con la mano sin cerciorarse del adelantamiento de quien le seguía, en el
instante mismo ambos coincidieron en un punto y los conductores besaron el
suelo de un asfalto con signos de decadencia y deterioro.
Solo
fue un susto. Los cascos salvaron el golpe. Era raso y extraño el lugar, arena
en el arcén, árboles lejanos, ni una señal que indicara prohibiciones, ni otra
que permitiera la doble circulación. Se trataba de una carretera vacía,
inactiva y solitaria. Acababa exactamente en aquel lugar, no existía siguiente
consigna ni precipicio, se terminaba el asfalto y todo se convertía en maleza.
De
aquellos lugares infinitos de donde parece que el viento da la vuelta y nada
ocurre, de donde incluso el tiempo se desposesiona de la prisa, de donde se
entreven luces por todas partes, de allí surgió un anhelo. La motocicleta quedó
parada a distancia de civilización, los dos chicos se miraron en señal de
reproche buscando en cada mirada la culpa del otro mientras el silencio ocupaba
una ausencia prolongada de métodos, para hablar bastaba el gesto, para
deshacerse de responsabilidad, también. Así lo hicieron, ni una palabra, ni
siquiera preguntarse los nombres, ni siquiera emitir un sonido de dolor o
desesperanza. Allí no era lunes, eran todos los días o era cualquier día
inconcreto de un verano absurdo. Solo la mirada, el placer de una mirada en su
sitio inhóspito, de dos seres encontrados en una caída de motocicleta al tomar
una dirección inexistente, donde termina el mundo de lo realizable y comienzan
los sueños.
Por
la mirada se comunicaron que llegaron hasta allí, buscándose.
Ramón Llanes
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