UN LEVE TOQUE DE RESPETO.
Nunca llegaron a entender el absurdo enamoramiento de ella; en casa hicieron vista larga por no practicar artes funestas e insidiosas, los padres tosían con pudor cuando fuera posible detectar otra presencia. Ella, compuesta y equilibrada, diplomas en el bolsillo por docenas, sentido estricto de la dignidad, generosa y ordenada, ganó su amor a costas de su hermosura y con la mujer que le entrara al fondo del espíritu con las máximas garantías .
Anoche el restaurante presentó cierta concurrencia y a los postres se permitieron, ellas, ofrecerse un discreto beso entre la conspiración de sus armonías sentimentales y la fuerza del deseo aguantado. Aún subía el humo del primer cigarro cuando el maitre les invitó abandonar la sala donde consumían su trance; algún cliente presentó quejas por la deshonrosa actitud de las chicas y otros apoyaron la inmediata expulsión sin posibilidad de defensa.
Es normal, incluso que el propio señor que iniciara la propuesta cenaba en claro estado de amantía con amiga de todas sus intimidades.
Castigaba quizá el uso de pantalones, la ausencia de carmín, el pelo corto, el beso amoroso, las protusiones varoniles o apenas el color del zapato; todo aquello castigaba la moral de los esquemas sociales tan fundamentados en las razones de lo bueno y lo malo. La otra relación, hombre-mujer, aún en calidad de furtivos, suponía para los presentes el valor enorme de la conquista en machihembradas costumbres imposibles de destruir.
Por otoño oscurece antes y la calle chispeaba lluvia, ellas volvieron sin remilgos y esta vez con carmín muy rojo sanaron su osadía con una réplica en la pared ante el asombro de los comensales. “Un leve toque de respeto”, escribieron con letras enormes en el salón principal del restaurante.
Ramón Llanes
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