UN ECLIPSE DE TRES A SEIS
Bastaba mirar el sol de octubre para no creerse que de tres a seis se
le fueran medias ganas de alumbrar, tampoco por despiste del farolero, tampoco
porque sí. Visto el esplendor rabiando de locura no valía la pena convencerse de
un eclipse novato. Llegó de puntillas, sin ruido, asolado, remando a la
contracorriente de sí mismo, y de tal manera no se presentan los dioses. Luego
adivinamos que no era dios ni pertenecía a su séquito, era una intermitencia de
luz en el universo, una linterna apagándose, hasta apagarse del todo hasta
encenderse del todo, como un juego.
R.Ll.
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