DOS MUNDOS
La política es el arte de la
disgregación. Es la ideología la marca indiciaria de los desafíos que recalan
en la división de clases con la finalidad de obtener la más cualificada cuota
de aceptación en el ejercicio de cualquier nota de mando. La política es la
“ciencia” capaz de crear, inventar o diseñar dos mundos distintos con la única
capacidad del pensamiento, sin necesidad de prácticas de laboratorio ni
investigaciones atareadas e interminables, solo es preciso un elemento: la
estrategia; desgarbada, viciada, tóxica, sin aperos de ética, pero estrategia,
como mala arte para poder seccionar a los seres humanos según la conveniencia,
previa tarea de recaudación de gestos y gustos exactamente iguales a los
plasmados en las consignas del líder.
Así, con esta tela, el movimiento
político actual de nuestro país, ha formado
dos mundos que responden a fines iguales pero con anatomías desiguales
porque el mínimo parecido que pudiera
existir entre ellos facilitaría el rechazo de los adeptos. La política está
ordenada en este parámetro de la disgregación y el separatismo; los mundos
deben ejercer su posicionamiento con la regla del alejamiento, a ser posible
odio, a ser posible venganza.
Desde la óptica del ciudadano medio que nace, crece, se reproduce y muere, estas finalidades no aseguran un ejercicio mejor del poder porque las premisas de los partidos tienen sus venenos en las leyes y pueblan de deshonra hasta el parecer de los excluidos. El humano superviviente formula sus cuestiones en su propia soledad porque no gusta ni participa de las grescas parlamentarias y se siente un dios menor en esta andadura que mucho se parece a una batalla constante contra la incoherencia. Y estos ciudadanos, -una vez en esos mundos-, separados, inútiles, a contracorriente, se envenenan con la savia machacona que está latente en cada mensaje político y él acaba por ejercer sus devaneos con estas miserias, mirando a ninguna parte y aprendiendo a ser crítico inmisericorde, tirano y malvado con quien no se viste con el traje de su ideología. Y quedan dos mundos irreconciliables.
Ramón Llanes
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