CONFIDENCIAL
Escribir
requiere adecuar el pulso a la memoria, invertir en arrojo y sacarle al placer
su máxima clarividencia. Se hace el preámbulo y se mascan las palabras antes de
anotarlas en la pantalla puntual que dispone el sistema; se merodea por la
suerte de los adjetivos para que estén dispuestos a la menor inspiración, luego
se inicia el grito con la fuerza de un parto, se escogen los artículos y se
comparte tiempo con sabiduría un largo rato hasta que la plana quede
exquisitamente acabada y logre arrancar al autor una sonrisa de complacencia.
Una vez en
el aire las ondas insonoras se encargan de publicitar lo escrito sin tocar un
ápice la línea sostenida, el verbo subjuntivo, la coma separadora, el fondo
adverso o las esdrújulas acertadas; de letra a letra podrá, quien se empeñe,
encontrar su reflejo o su apariencia; de palabra a palabra, con la solución
aritmética de la sintaxis, los conceptos expresarán el mundo que el autor
planteó, sus teorías sobre la vanidad o sus creencias insólitas sobre la ínsita
posibilidad de la muerte. Todo lo escrito convirtió el blanco virtual en un
texto vivo, dejó de existir en la memoria y se plasmó en una realidad con
cualidad y capacidad para generar pasiones, odios o simplemente pensamientos.
Las palabras tienen esa utilidad, están para adormecer, despertar o volar;
están para expresar colores, explicar un dolor o maldecir un sueño; la palabra
seduce, corrompe y libera.
En la
última noche estaban las sombras puestas en la ventana, como imaginando un perfil
de teatro, con su figura de luna y sus muchas estrellas, cuando sonó el teclado
desde la suavidad del silencio, escribiendo con pausa de ternura una reflexión
confidencial sobre cómo se buscan en el otero de la imaginación las sensaciones
y sobre cómo siempre ayuda la tenacidad en la tarea, cuando entendió que no
salió el texto pretendido sino un pasaje más o menos lógico de cómo es, en
general, la vida. Y al poco llegaron las primeras luces empujando a las sombras
y quebrando una parte de lo pensado que, curiosamente, también se parecía, en
general, a la vida.
Ramón Llanes
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