ENCUENTRO CON LAS LETRAS
Mi
profesión de individuo me obliga a estar ligado a la costumbre de leer,
escribir y hablar, todos los días, en todos los trazos del día, en todas las
crecidas de luz o llovizna que presente el día, cualquier día. Soy una especie
de noria dando siempre vueltas al mismo círculo. También a ratos vivo otra
armonía, con la misma pasión.
Luego de ver reportajes de ostentación
me pongo en mínimos. La sociedad que comparto es luenga y culta, menesterosa y alegre,
vital e imprescindible, pero la sociedad que me enseñan en el noticiero no
tiene estos cánones, se desenvuelve en la prepotencia, la insatisfacción, la
obsesión por el copiado de seres de aquello que poseen otros seres. Y se me
viene el alma a los pies. Mientras ellos acumulan soberbias y palacios yo, -y
mis colegas de foro y calle- acumulamos letras, palabras, miradas, una copa, un
resultado, un mecanismo de defensa para sobrevivir con lo justo entre los
justos.
Ya tengo edad para darme cuenta que
habré sido un poco tonto dedicándole tanto tiempo al alma y muy poco al mercado;
que aquello poco que se alcanzó reunir fue más con capital prestado que con
inversión poseída. Habré sido, insisto, más tonto que Abundio y en cada día que
me falta, -ahora que ya no tiene remedio porque ha mermado mi capacidad de
ganancia- me propongo cambiar. Pero mis amigos de culto, con quienes desmenuzo
mis sentimientos y la vida, están en idéntico plano, se han vigilado más en el
“adentro” que en “afuera”; y eso me hace continuar en esta misma onda, aunque
de vez en cuando me venga un arrebato de conciencia capitalista y mande las
letras al garete. Los tantos nombres que pueblan en rojo de afecto mi agenda,
los tantos consuelos que llevan las palabras y las tantas satisfacciones que me
han dado los versos me hacen desistir de
buscar un mundo que no sea onírico y que esté más allá de las letras que
comparto con los míos.
RAMÓN LLANES
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