GURUMELOS.
Mi amigo Mario es un gran
aficionado a buscar gurumelos; casi todos los días se recorre cabezos y solanas
del Andévalo quitándole a la tierra el sabroso manjar para degustarlo en un
buen frito o en un asado, con su poquito de aceite, su sal y sus ganas. Ayer me
regaló unos cuantos que saboreé con todo su ritual como si me hubiera venido de
arriba. ¡Qué rico¡.
Y hoy
tengo yo todavía el sabor metido en la boca, me estimula, me alegra y me
produce una de esas sensaciones culinarias que pocos alimentos consiguen.
Cuando comes un gurumelo parece que estás masticando la tierra y el sol al
mismo tiempo, como si no existiera deleite mayor; y lo miras y lo paladeas
sintiendo que se acaba y rogando para que nunca se termine. No se trata de una
seta cualquiera, es la estrella de las setas. En el Andévalo supone todo un emblema, a todos nos gusta, a todos
atrae y lo consumimos con parsimonia y ternura.
El
gurumelo tiene sabor a vida, es generoso porque se encuentra sin necesidad de
cultivarlo, es lindo, es satisfactorio, es exquisito y además, dicen, tiene
propiedades afrodisíacas. Pero buscarlo también conlleva su placer. En fin, una
de esas consignas del invierno-primavera.
Para
ese sabor peculiar tengo en esta mañana uno de mis gratos recuerdos en esta
ventana porque se lo merece y porque es digno de tenerlo en cuenta. Y agradezco
a mi amigo Mario ese regalo de ayer que me supo a gloria, como su amistad.
Ramón Llanes
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