LA VOZ DEL
PREGONERO
Cuando se abran las puertas del templo
la noche del Pregón parecerá que es el mismo cielo quien abre sus entrañas para
escuchar otra verdad peñera que retumbará como trueno nuevo en el corazón de La
Puebla; la danza es más pasional en ese momento, los pies de los Mayordomos han
dejado la quietud allá abajo y caminan esplendorosamente nerviosos, arriba hay
una gloria, un refugio para la oración, para el deseo, para la complicidad con
la efeméride de la promesa; llegar hasta lo más alto supone alcanzar un sueño y
la solemnidad estética de la iglesia espera impaciente la Voz del Pregonero.
¡Oídlo,
prestad espiritualidad al mensaje, haced vuestro el rito de empezar a vivir un
distinto culto! -dirán las abuelas-, ¡haced lo que él os diga! -dirá el
oficiante- y entonces la grave voz del Pregonero sonará a profundidad en el más
absoluto de los silencios; callará la noche y callará dios para entender cómo
son los pasos en las palabras y cómo la liturgia de la alabanza lleva a seguir
inventando mitificación al orden de los humanos para bien de la lealtad y del
honor indescriptible de quien ocupe el atril del tiempo en esa finita soledad
con que le premia la vida.
Esta vez subirá a esa grandeza un ser
humano adscrito desde la nacencia al privilegio de pertenecer al grupo que la
Madre Peña escoge para su corte de bienamados. Será Simón, un apóstol que
cantará con fe la efusión aprendida. ¡Oíd la voz de la mina hecha en jirones de
pasión!, ¡oíd los sobresaltos de una sangre joven alertada de esperanzas!, ¡oíd
la palabra del Pregonero y parecerá que se abren las puertas de la luz para un
siempre eternizado!.
Y
será como comenzar otra vez a compartir libertad de unión con todos los seres
humanos de la tierra. Y el eco quedará arriba en la serenidad de la Madre, en
la conciencia del pozo.
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