DE LA AMISTAD
Desde que me conozco he cambiado multitud de veces de coche,
de casa, de ciudad, de paisajes, de actitudes y de horizontes, he cambiado casi
de todo menos de amistades; mis amistades primigenias las conservo intactas,
más sólidas, más sentimentalizadas; si en alguna ocasión ocurriera la falta de
contacto con alguien amigo, tuve la grandeza de restaurar el afecto/amistad con
idéntica emoción que el día de la última despedida; en la amistad he conservado
los mismos códigos de conducta y entrega, nada quedó desprendido para siempre
del núcleo central, nada se me cubrió de olvido, enfado o desesperada
frustración. Mis amigos son aquellos que siempre lo fueron, están al lado o
lejos pero amistosamente configurados, mis amigos y yo formamos un cuerpo
formal con hélice, motor, depósito de agua, escalera, pedales, expresiones,
parecidos, cantos, gustos, gritos y aventuras; con ellos he amado la vida.
Contaré una parte de las consecuencias de toda esta
experiencia compartida.
Cuando mi primer grupo de amigos surgió de una nada juvenil a
la cual comenzamos a pertenecer por mor de la vecindad y de la escuela, allá
con edades de pubertad, salidos del cascarón de la infancia, en aquel preciso
momento se inició la primera tormenta de acercamientos entre nosotros y al poco
se fue compactando hasta definirse como un equipo multifuncional, desenfadado,
soñador y activo. La formación del grupo -chicas y chicos- tardó en
constituirse como tal 6-7 años durante los cuales hicimos de todo, teatros,
excursiones, debates, coro musical, equipo de fútbol, de todo hasta incluso
enamorarnos.
Llegó el tiempo de la diáspora debido a las exigencias de
estudios o trabajo fuera de la localidad y cada cual hizo su camino y se
disolvió sin perder -la mayoría- el contacto asiduo con la base que era y es
nuestro pueblo. Allí volvíamos y reanudábamos el abrazo, la broma, el juego y
el baile; allí continuamos tejiendo lazos afectivos y nada se rompió. En el
mítico mayo de 68 francés juntamos casi por última vez nuestras teorías. Y pasó
el tiempo con su rodillo de inclemencias y desencantos aplanando, taponando y
oscureciendo los sueños. Unos nos casamos y otros también, prácticamente todos
lo hicimos con nuestras novias/novios primeras/eros y únicas/os. Vinieron las
familias, los hijos, las emigraciones y ocurrió que volvíamos a la casa pueblo
ya con menos asiduidad y se empezaron a mermar las relaciones entre nosotros.
En 2016 nos propusimos volver a encontrarnos en el mismo
lugar, en el pueblo, en la plaza, en el casino, etc. Nos juntamos sobre 70 de
todos nosotros, unos estaban aquí y otros, los más, llegaron de Madrid,
Barcelona, Cádiz, Zaragoza, Alemania o Huelva. Y sucedió que en el primer
abrazo apenas sin reconocernos, en algunos casos, observamos que la risa se
mantenía igual, que los modos no habían cambiado. Y ante aquello que temimos
pudiera haber sido el más sonoro olvido entre nosotros y la amistad hubiera
desaparecido por el tiempo resultó sorprendente que allí estaba en plenitud y
entonces de aquella experiencia escribí mi novela TODO CUANTO APRENDÍ DEL
OLVIDO. Puedo asegurar que fue el olvido quien nos recordó la nueva emoción y
quien nos mantuvo en vilo 50 años hasta volvernos a fundir con las mismas intenciones
de fuerza, sentimientos y amistad. Y ahora compartimos a diario un grupo de
Wuasap, consolidado y leal, como lo ordenó nuestra formación humana y ética. Y
hasta aquí puedo leer.
Ramón Llanes.
31.3.2024.
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