ERA LA PAZ.
Un hilillo de paz se dejó caer el martes por Mazagón, cuando atardecía, cuando pareció que podía empezar a amanecer y se vieron gratas las luces, el alba imperfecta en el pensamiento, unos poemas, una lección magistral de buena Historia y dos lamentos en forma de lágrimas. Israel y Palestina, en el atardecer como decía, en la playa del Faro de Babel, en los laboratorios de ideas de los Taborda y muchos más, se oyó la paz en tono plácido. Desde donde debimos salir con rabia salimos con placer.
Y la paz de los misiles fumada en versos, en música de Los gatos de la noche, en palabras crudas traídas de lo cotidiano de la guerra de allá, en ese pálpito que los humanos reservamos para las ocasiones del dolor, en su centro Tarek, israelí y mazagonero, infórmatico, gente de bien (como dijo y creímos) y al otro centro Salah, palestino, médico, también mazagonero, nacido en Tiaberiades y vivido aquí; en ese atardecer hablaron de paz y nos dieron cartas en el asunto, la pidieron, la solicitaron con sello de urgencia, les dimos ánimos, abrazos, fuerzas, poesía, connivencia; no pudimos garantizar el resultado del sueño, como hubiera sido el deseo de todos.
A más que nos sobre paz, podríamos compartirla aunque fuere a trozos, hasta hacerla al completo desde Mazagón y remitirla al mundo con esta denominación de origen. Pero esto solo ocurrió el 30 de agosto de dos mil seis.
Ramón Llanes
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