CIGUEÑAS.
Ya no se van
las cigüeñas en otoño para volver al campanario por San Blas, se quedan mudas
en el confort de las primeras horas del invierno soportando el templo frío y
las peinadas acacias chorreando hojillas por los suelos. Qué les habrá inducido
a permanecer, quién hostigaría antaño la presencia para que emigraran a cúpulas
más templadas. Qué pensarán ahora las cigüeñas, que a tanto les notamos, que a
tanto les percibimos, envueltas, a veces, solo por el pararrayos torcido, por
la espadaña descalada, por el rumor.
Las cigüeñas son de nosotros en el aire y en los charcos, nacen y se
reproducen a cuenta de nuestra inagotable naturaleza y viven a pulso de
equilibrista en la continuación de la altura a la que nunca llegamos y nos
ayudan a mirar hacia arriba; y nos observan y sueñan que somos suyos, y nos
redimen de la distracción en las homilías de mayo y en los egregios libros que
las nombran. Las cigüeñas han montado su guardia y su cuartel en esta esquina
del sur por temor a la pérdida de la alta alcoba, sudan y se mecen entre ramas
secas y, al igual anuncian que erramos o caemos. Por eso son del tiempo nuestro
las cigüeñas, solapadas y contrarias a los remolinos y al espasmo.
Están contemplando cementos y céspedes y solo vinieron a procrear, a
dominar naturalmente el medio al que se deben
y después una más allá que no pasará de una mirada traviesa, una mancha
blanca en la puerta de la iglesia, un levantar alas y muchas dormidas a pie
cojito, sin tambalear ni cimbrearse a costa del de la depresión o el mal humor.
Cuando se vayan otra vez las cigüeñas en otoño y los campanarios se
duerman de aburridos a nadie despertará la campana y a solo esquila de luto
tocará en los ocasos. Líricamente el tejado necesita a la cigüeña como ella al
tejado, emocionalmente también se atraen, nada les impide seguir acompañándose
pero nunca descifra el lugar escogido, será su único misterio. Mas la cigüeña
colabora en el equilibrio de la naturaleza nuestra, a veces en exceso, y agota
de ratoncillos y roedores los poblados estercoleros que se prodigan. Quizá por
ayudar, permanecen atentas a la función de equilibrar y nadie lo agradece.
Otra vez que se vayan las cigüeñas en otoño, dejará de ser otoño, o
las estaciones se habrán prolongado, como dicen, y los campos tendrán paciencia
para más crianzas y sonará una melodía de ausencias de blanco y negro, de
zancudos y picos largos y los púlpitos sobrarán de mudez y los crepúsculos
serán de color rojo amarillo sin figura ni elegancia.
Para cuando otra vez se vayan las cigüeñas nos gustará no vivirlo
aunque el tiempo nos haya favorecido en madurez y los campanarios altos y los
arbotantes se conviertan en canción de musa y en equilibristas de los ocasos.
Ramón Llanes
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