EL VUELO DE LA PALOMA.
Yo no soy el espacio
infinito de los sueños donde se construyen las ideas, ni la única luz que
dirime la belleza, ni el inventor de las lunas, ni el vuelo de la paloma, ni
siquiera un ápice vivo de la naturaleza de los dioses. Soy, como no, el átomo
romántico que dejara una estrella en un seno nuevo germinando a placer de dos
seres. Soy, a partir de ahí, la emoción por un día de lluvia, el eclipse del
tiempo cuando te tengo, la sinrazón, soy, cuando me besas; y prosa de aromos encendidos
y verso de atardecer sin limitación y preludio de búsqueda cuando me subo los
tejados rojos para ver si estás.
Tampoco
soy el precio de un premio ya otorgado, ni el Goya al mejor amante, ni una voz
sin agallas que calla más de lo que dice, ni un suplicio para quien me quiere,
ni mucho menos un témpano de sentimientos. Soy, eso sí, vena de constancia por
cuanto me arde, espadachín por cualquier misión imposible que fluya en términos
de entregas. Soy culpable de los besos dados y culpable también por los
perdidos, voz quebrada en los roquedos de las tardes largas de la tierra
sabrosa que piso con respeto, mimo y candil, recuerdo y voluntad. Soy de mí
toda la parte que me corresponde hasta ser capaz de calentar todo lo que de
frío se añade a mi círculo. Soy esa parte de ti que llevo dentro por tanto
involucrarme tú en tus preferencias.
Si
fuera nueva partícula de átomo, si pudiera convertir la genética en una
alegoría a la vida, me cambiaría todo o nada, poco importa, me quedaría otra
vez con tu estela, te buscaría en una tarde de pólvora, en un precipicio, en un
relámpago, en una luna llena; y daría por terminada mi autocreación al tiempo
que te acercaras, tomaras mi mano y abrieras tu boca como un universo y
comenzaran a nacer besos y besos hasta que la eternidad nos pudiera. Y entonces
sería yo, solo tú.
Ramón Llanes
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