CIERTO OLOR A MARISMA
Eternamente marisma, piélagos,
humedales, lodazal y equilibristas del fango . Marisma en plena comunión con
eriales de estopa, angosta paz irritada a fuego y satisfecha por especies en
reproducción anunciadora, consuelo del sobresalto en cualquier pulmón que mira
a Huelva, allá por las “bacutas” despiertas y los ánades, y no más que las
funciones oficiales deshaciendo libertades. Marisma con encías de “odieles y
tintos” unidos en la misma respiración, cuando a propósito la mar les estorba y
les requiere.
Cierto olor a enjambre de olillas
desquebrajadas por la parsimonia del hedor que agota. La vida en la marisma
comprada cada día a precio de escondite, sufre miocardios de estrés y suele
moverse y revivir por no irse. Tiene poco espíritu el agua, no se afeita con
brochas de espuma, calla, presume una soledad de vaivenes a los ritmos
luctuosos de dictadoras mareas, tan lejanas. Fuerte olor a marisma agallando en
los témpanos agoreros de abundancia. Olor a brea suelta y a pócimas de sal,
olor a costumbre, a fresco, a citrato de niñez empuñado en los ojos rizados y
verdes del tiempo bruto tan sordo a la eslora, tan rácano al espacio.
Esta ciudad, rica en palpitaciones, es
umbral para sortear islotes y meteoros; acoge, recibe, entretiene y colecciona
a advenedizos como entrega maternal que obligara el apego a la marisma. Es
nuestra opción primigenia, el valor calado que nos presenta diferentes a
fenicios antecesores, romanos, árabes y tartessos; ya somos ribereños de
marismas de Huelva, de tez sólida, mirada abierta (como la mar) y actitudes
ganadas a las convivencias. Es la Huelva nueva, ya brotada, ya esparcida en las
colonias mismas de la hospitalidad para que quien se marche salga llorando. Esa
es motivación de orgullo; que Huelva, siga oliendo a marisma, siga
estableciendo pautas de diferenciación con quienes nos conquistaron. Ahora
vale.
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