CONSIDERACIONES PARA DESPUÉS DE LA DERROTA
Cuando se nos haya consumido esta
idiotez de tedio, malhumor y podredumbre, nos vendrá del interior un insano
hedor a impotencia y una luctuosa sensación de no haber deseado vivir, que
minará durante muchas de nuestras singladuras la valentía y los pulsos. Cuando
seamos célibes de esta subversión canalla y maldecida se nos habrán podrido las
esperanzas y habremos olvidado conjugar los verbos de futuro.
La derrota ya está hecha, está forjada
en mantos desiguales de dolor que sin darnos cuenta ha sometido al miedo fatuo
todas nuestras gloriosas utopías por las que habíamos perdido tantos sueños; la
derrota es un tumulto de miserias venidas a más y acumuladas en nuestro
organismo como virus contagioso que apenas deja respirar lo sucinto y apenas
impide atarearse en esperar lo que buenamente llegue. Y es preciso preparar una
custodia de lo que nos falta por perder, evitar el desgaste total, no
transmitir siquiera un desaliento frente a los invasores.
Nosotros somos dinastía de afligidos
pero poseemos el don ubicuo de estar en nuestras desolaciones con el nombre
grabado en catarsis e inconformismo. Somos el mejor cuerpo de esta geometría,
somos la democracia aprendida y los no gastados por el tiempo. El tren es nuestro,
también la facultad de su uso; nos queda dignidad suficiente como para
restaurar la evolución en sus comprometidos términos.
Para después de la derrota
consideraremos las metas y fortificaremos los muros que la parca nos agrietó;
fustas de libros para el nuevo salvamento; uncias de versos, pliegos de
emociones, canciones que hablen de nosotros, hombres que sean nuestros hombres
no aquellos débiles que no supieron, no aquellos avaros que no quisieron, no
aquellos intrépidos que se dejaron la metralla y se llevaron nuestra
certidumbre. No más miserables en nuestras páginas, nosotros sabremos
escribirnos el futuro.
Ramón Llanes.
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