A
LOS PIES DE LOS CABALLOS.
A
veces son los caballos quienes enseñan la fe. Ellos nunca faltan,
acuden con la nostalgia pensada para el cansancio, trotan en el bulto
de los otros relinchando a modo de súplica sin saber nosotros
humanos de postín qué pedirán los caballos. Y no es la sed, ni es
el hambre, para sustentarse tienen sonidos distintos; ponen otra
cara, como más exigente. Para la plegaria parece que sonríen y la
Madre, que también conoce el lenguaje de los equinos, se pone a
otorgar a los pies de los caballos dones de animales adorados y se lo
agradecen.
Algo
les pasa por la memoria para ser capaces de hacerse devotos. Y vienen
cada año con esa inquietud de la esperanza soslayando el temprano
renacer de su conspiración y complicidad con la hegemonía de la
Madre. A ellos, en su mente, inteligencia o lo que sea, les llegan
efluvios de sentimientos, no puede ser de otra manera, de lo
contrario no se mostrarían tan adeptos.
Los
caballos sean quizá ángeles buenos que acompañan a la Virgen, sean
hombres grandes con otro rictus de plegarias o sean sencillamente
quienes portan la estética, tienen el merecer ganado y la
complacencia de los humanos que les consideran imprescindibles para
la fe y para la devoción.
Fíjese
jinete descubriéndose, arrodillándose el caballo, espuelas cortas y
quietas, mosquero al ritmo, manta, estribos y montura, fíjese si
pretende conocer estampa más singular y linda que se mueva con vida
por estos campos del Andévalo donde es de buena voluntad ser
emotivo; fíjese que las cosas tienen siempre dos caminos y el
caballo sabe los dos y fíjese que caballo y caballero son entre
ellos la necesidad y la síntesis.
Aprendo
el paso de los caballos y me sé la cara de su agobio, también la de
su alegría; aprendo a saber que conforman un credo, y quisiera saber
qué le piden a la Peña cuando se arrodillan o cuando parecen
distraídos o cuando piensan, me gustaría conocer la milésima parte
de uno de sus sentimientos para confrontar con mi teoría esta
experiencia y concluir que ellos son a veces los que están por
encima de nosotros y que por eso la Virgen les otorga dones, se baja,
les toca y les deja que la acaricien poniéndose con todo su amor a
los pies de los caballos.
Ramón
Llanes
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