DICEN DE
LA PAZ
A la
caída del sol los oráculos aparecen sin incógnitas en cualquier
vocerío de norte a sur para seccionar el contenido trémulo de las
palabras. Y dicen de la paz. De esa paz que siempre es añoranza
cuando más, utopía; de la paz intrépida en la región alta, de la
paz templada en las bajas tierras, de la paz nostálgica en los
sitios de médanos y algas, mar en señas de paisaje; dicen de la paz
como si cada voz fuere un logro y quedare en el casillero personal a
la hora de dignificar el currículo. Cada uno la refiere en adjetivo
distinto, todos aciertan, ¡es tan fácil conversar de la paz que
existe¡.
Y la paz
pulula, mientras que el parecer general la estima remiendo de la
vida, al momento que suene un globo a roto, un cohete que se
enfurezca, un telediario de imágenes oscuras. Vienen a decir lo
mucho de la paz deseada o más que deseada, cultivada en el discurso
o dotada de rabia disparada o con olor a tripa suelta. El contenido y
el resultado no son el medio ni el fin. Son el eco y la resonancia la
crema que queda de la noticia. No es el ¡haya paz¡, sino ¡hablemos
de la paz¡. Siempre dicen de la paz improperios y a quien la miente
ni destierran.
Aún nos
volvemos a la alcoba después de los oráculos dudando de si es paz
el brebaje actual que hacemos para los niños o se trata de una burda
copia de la utopía.
RAMÓN LLANES
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