RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

viernes, 1 de marzo de 2024

AL ENCUENTRO DEL MONTE FUJI

 AL ENCUENTRO DEL MONTE FUJI

(Presentación)

 

“No somos tiempo, somos memoria”, es la definición que el poeta interesa para “franquear diez mil puertas hasta la cumbre”, una osadía capaz de proponerla exclusivamente el hombre de los versos arrítmicos, ácratas y poderosos con sus semejantes, sintiéndose más un encuentro que una búsqueda. Durante el poemario -que simula una vida- el pensamiento llega en infinidad de ocasiones al Monte Fuji, siempre está llegando, unas se observa en la cima, otras se emociona escalando, el camino casi no interesa, él sabe que “el universo es finito” y que le llegará su hora de decadencia.

Lo importante no es la llegada, es la descripción del deseo desde su óptica de blancura y lejanía, como si estuviera recorriendo su propia voluntad porque el viaje es una bucólica obra de intimismo. “La senda hacia el interior recóndito hasta la vieja laguna del alma al pie del platanero”. Lo reconoce en su afán por ocultarse para que el alba siga siendo la expectación que “así el dolor es menos dolor”. El poeta se recrea en la belleza de las palabras que aprende como consecuencia de su aventura a su Fuji personal que simula una Ítaca esplendorosa.

El Monte Fuji es una simbología japonesa y viene a testimoniar muchos de los valores de los seres que lo contemplan con agrado conociendo su excelsa bondad, su quietud y su protección, de igual manera el poeta se erige en explorador y contemplador al mismo tiempo para convencerse si en verdad “el universo genera el vacío mientras  se expande aceleradamente”, es su misión tener más detalles del Fuji que es su universo o del alma que es su Fuji o del universo que es su alma. Dicotomía variable según el momento de la visión pero que trasciende en lo bello y en lo sublime.

Estamos ante la sorpresa de un poeta que sale al encuentro de su mundo interior, que se desvanece con la grata verdad de la senda, que luego desembarca  en el suelo cercano, se alimenta de recuerdos y practica su lírica para afinar versificando que “ de estos árboles donde estuvo Dios otros extraerán madera”; mirad cada término comparativo, cada palabra, cada postura, cada mensaje; todo un cúmulo, -miradlo- de paseos por la identidad suya que se atreve a trasladar a la osadía del Monte Fuji por si acaso allá pudiera encontrar cuanto en la esfera de su finito universo plácido no encontró, o si. El poeta no pasaba por allí ni iba de paso ni se encontró casualmente con el Monte, lo tenía bien pensado, era un sueño de bienestar, de desahogo y de ganas de contribuir a la belleza estética de la forma de encontrar algo, aunque fuera su propia existencia.

Y lo trae a esta resumida atención de sus olores a palabras y le da rigor a sus vocablos y habla de ángeles, de cerezos, de lunas de agosto, de salmodia, de la casa del té; y cada YAKUSHIMA, SAKURA, MIJIKAYO, KAMI, TANCHO, traslada a sus conceptos occidentales, a sus tramas y juegos de niño y de hombre y para más dotarlo de estética le dibuja tiempo en sus hojas con una garza, un paisaje, unas puertas y el Monte en su plenitud de expresión unívoca de su búsqueda. Y le resulta una bella sucesión de versos  que al entendimiento de quienes amen el sustrato original de estas alegorías parecerá un encuentro con lo sutil, lo íntimo, lo lírico, lo pasional, lo suyo.

El poeta alcanza su pedestal porque se arropa en su premisa encontrada que ha manoseado durante el poemario de su vida: “no somos tiempo, somos memoria”. Y nos deja con la boca abierta y no sabemos qué más añadir.

 

 

            Ramón Llanes. 

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