EL ACUERDO.
Seguramente habrá pasado
demasiado tiempo, demasiadas palabras gastadas. Empezaron a intentar el
consenso allá cuando ambos cruzaban piernas con calzón corto y flequillo (era
época barata, de réplicas, de consistencias, de urdimbres ), cuando ambos
arrastraban la libertad sin conocerla y la odiaban más que desearla. Nunca
llegó el acuerdo y mira que fueron explícitos los retos y largas las asambleas;
eran niños y pecaban de fantasías o eran poco maduros para tal envergadura.
Hoy
podrán sellarlo. El acuerdo goza de los nihilostat y los beneplácitos de
consejeros y asesores, la camarilla cree poco en pactos y no consiente ni falta
que le hace. Fue difícil, casi imposible, pero se firmará con protocolo y
resonancia. Oyeron las razones de la entidad, del consejo, del auditor, del
conserje, de la limpiadora; votaron en un ambiente de hostilidad y desagrado,
rieron los vencedores, lloraron los vencidos y al final, solo cinco a cuatro
incluyendo el voto de calidad del presidente por la falta del tesorero que
llegó tarde. Poco bagaje de interés para tan importante acuerdo. Fíjese que
llevaban años acercando posturas y proponiendo soluciones hasta finalizar en el
día de hoy con esa exigua cuota de aceptación.
Pronunció
su discurso el presidente (este era de los iniciadores), resaltando la
relevancia del acuerdo y las repercusiones tan positivas en la sociedad;
resaltó el equilibrio que se conseguiría en el contexto de la libertad y de los
valores humanos, interesó las estadísticas asombrosas de abusos contra los
derechos humanos, anunció la composición de la mesa de seguimiento, balbuceó en
francés unas frases de un desconocido filósofo galo que en síntesis decía algo
así como “ los compromisos se alcanzan porque lo desean las personas”, calló
tres segundos, bebió en un vaso de plástico que se puso al efecto y con un
apasionado y vigoroso viva a la libertad cerró las cuartillas y se sentó.
A las
doce del día D se convocaron prensas y tambores, personal del centro,
compromisarios de la entidad, socios, altos cargos, funcionarios, cámaras,
organismos, magistrados y largos etcéteras para que dieran al acto de la firma
del acuerdo la importancia social que tenía. Ni un detalle faltó en el ritual
porque hasta de palomilla se puso el presidente y luego vendría la copa de vino
español con el canapés de tortilla, una degustación de jamón, alguna gambilla
blanca, las felicitaciones, la cara sonriente de los vencedores.
Todo
estuvo en orden para la firma del acuerdo, todo menos la concurrencia que faltó
a la solemnidad y escaseó hasta el punto de encontrarse tan solo los firmantes.
Y no era sábado, ni había partido, ni llovía. El acuerdo se firmó sin
resonancia a las trece y dieciocho y se guardó en el archivo de la parte de
atrás del edificio de la entidad que sale hoy a la luz porque se salvaron dos
folios de un fuego intencionado.
Ramón Llanes
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