Santísima
Madre de Piedras Albas:
Han
llamado las campanas a la gloria,
a
esta gloria de venir y estar contigo,
a
esta gloria de mirarte,
a
este Osma que es memoria
y
estandarte,
a
los códigos secretos que nos guían,
a
la paz, al contraste,
al
descanso, a la emoción, al rezo,
a
la deseada compañía.
Al
vivir, que nos conmueve,
a
la Pascua amorosa de la vida,
donde
dos pueblos nacen
y
miles de miradas resuelven
causas
pedidas.
Estás
en plenitud del Alba,
el
camarín te quiere,
te
besa el agua,
te
ensalza el tiempo,
te
alegra gozosamente
esta
nutrida esperanza
que
es pandemia en sentimiento
y
es sentimiento del alma.
Estás
de Madre,
de
Madre despierta y deseada,
de
Madre no gastada por los vientos
o
por los vientos más amada.
Estás
en ellos,
dos
pueblos, dos semblanzas,
dos
enjambres, dos torrentes, dos cascadas,
muchos
ellos, de aquí, de allá,
de
senderos, de caprichos, de besanas,
de
pasiones, de piedra, de verdad.
de
ayer, de hoy, de mañana.
Gentes
que se acercan
al
oír el repique de campanas,
gentes
como tú tamborilero,
gentes
de cirocho y alpargata,
gentes
mayordomos,
obreros
del panal
de
esta templanza,
gentes
como un hombre
que
no canta,
o
gentes como un niño
que
no calla.
Gentes
de todas las maneras,
de
todas las canciones,
de
todos los silencios.
Gentes
como tú, que amas,
como
tú que esperas
como
tú que abrazas,
como
tú que has soñado
un
Pendón y ya lo tienes
y
le has ganado la suerte
a
tu constancia.
Comparezco
para postrar mi fidelidad a la Ilustre Hermandad de esta Santísima
Virgen de Piedras Albas, ahora dirigida por mi amiga Caty quien
ejercerá este privilegio con capacidad y garantía.
Comparezco
para advertir mi admiración a los 29 mayordomos que conforman este
elenco de devociones solo unidos por la amistad y por la fe cómplice
con Ella, la Madre.
Comparezco
para prestar atención a todas las Hermandades que se acercan a
compartir esta felicidad.
Comparezco,
entrando por El Almendro, llegando a Castillejos, para deleitarme con
los hombres, con las mujeres, con los niños, con las callejas, con
las esquinas, con la historia de cada uno de ellos y de todos juntos,
a quienes debo mi gratitud por tanto afecto recibido.
Diré
que fue ayer, que era doce de abril de mil novecientos noventa y dos,
cuando me concedieron por vez primera mi condición de Pregonero de
Piedras Albas. Fue ayer, parece que solo fue ayer, porque algunos de
los miembros de aquella Junta también lo son ahora, nos falta Juan
Martín (el del refino), un hombre de solidaridad y entrega, un
hombre de buena voluntad que seguirá presidiendo todas las Juntas
que se compongan en los cielos o donde sea. Y otros muchos ejemplares
de esta tierra que pusieron su notoriedad al servicio de la
convivencia. Para ellos, para todos ellos, mi máximo respeto y mi
recuerdo.
Mi
amigo José Manuel, ya lo habrán notado, dice de mí cosas llenas
de esplendor y cosas del alma. Así somos, así nos queremos desde
hace tantos años como treinta y siete. Y con ese mismo abrazo hemos
perseguido juntos a la vida, unas veces en la complacencia, otras en
el dolor, pero siempre desde la dulce complicidad de entendernos.
Ambos nos tenemos reservado un lugar preferente y único en todas
nuestras entrañas.
También
a él debo mi vivencia del 1998. Aquella Pascua las mujeres se
acercaron más que nunca a la Virgen en la Cruz del Calvario y se
erigió la Mayordomía que experimenté desde tan cerquita como ellos
mismos.
Vivimos
la preparación, el primer toque de la campana, los sollozos, las
emociones, y recuerdo muchas anécdotas que forman parte de mi mejor
bagaje como hombre y de mi amor a esta bendita tierra y a esta
bendita gente. Ellos fueron quienes (a mi mujer y a mi) nos montaron
en su privilegio y nos confortaron con la ternura que la gente de por
aquí sabe poner en cada amistad. Ahora, después de diez años,
también ellos, Pepe Carrascal y Paqui, Quico y Cristo, José Manuel
y Antonia, Manolo Paleta y María, Romualdo y Chari, Antonio Fuentes
e Isabel, José Antonio “Terry” y Charo, Amalio y Pepita (que en
paz descanse), Gasparín y Maribel, Barroso y Juani, Silvestre,
Silvestre, Silvestre que no se fue, que se lo llevaron (que en paz
descanse) y Pepi, también ellos son parte de mi tesoro. Y a ellos,
me invita mi sentimiento, traerlos, con todo mi corazón, a este
rincón agradecido.
De
mí, diré, que mantengo la unidad activa de comportamiento y
dedicación con cada menester y con cada ser humano de este sencillo
emporio de arraigo y delicadeza que tantas veces llama a mis puertas
y tantas veces llamo a la suya para seguir recibiendo el don apacible
de su bondad, la generosa paciencia para enseñarme que otras
generaciones fundieron genes y son desde entonces tres mundos
convertidos en uno, El Almendro, Tharsis, Castillejos, una trilogía
obligada que el tiempo se encargó de naturalizar.
Se
nos advierten caras similares, léxico idéntico, las mismas maneras
quizá de dar, de pedir, de entenderse. Y buenos ejemplos así han
escrito una historia por aquí, otra por allá, transeúntes de la
vida que han colocado bandera en cada mástil y han contribuido a
reforzar los valores esenciales que salvan y enriquecen las
convivencias y el estado de bienestar de los pueblos, solo
compartiendo deberes o aportando riqueza económica, otra dinámica
organizativa, otros aspectos más saludables en el comportamiento,
otras fórmulas de comprender, otras razones para entenderse. Esa
mezcla de experiencias que tanto engrandecen y distinguen a nuestras
pequeñas sociedades y que en este caso, con esa trilogía, merecería
un estudio más detenido para determinar los aspectos de ingerencia
positiva que nos han proporcionado un carácter diferente a otros
pero con mucho parecido entre nosotros.
Diré
que no vine a decir mi Pregón, vine a poner en mi voz el Pregón
contenido de todos los habitantes presentes y ausentes de estas
tierras, a traducir en prosa o verso un deseo, una estampa, un
presagio, una promesa, una intimidad. A dar luz a todos los
sentimientos, a vuestros sentimientos, a vuestros únicos
sentimientos, los más fuertes, los más sencillos, los escondidos,
los difíciles, los ardientes, los calmados, los dichos, los osados,
los perdidos.
Vuestros
sentimientos metidos en esta cuadrícula de entusiasmos que con las
ayudas del oficio, la serenidad y las confidencias pretendo
entretejer para que sea un calco expresivo libre de mí y abundante
en vosotros.
Comenzando
por destacar quiénes habrán sido aquellos seres que llevaron a mi
tierra el pálpito de esta o quiénes fueran aquellos que de allí
mismo a ésta lo trajeran. Sabéis que han sido muchos, todos los que
están inscritos en vuestra memoria y algunos otros presentes en los
anales bondadosos de allá y que, por mi condición de ser vuestro
ayudante en este Pregón, ayudé a traerlos con la inestimable
capacidad de mi madre y de mi tío Valle. De ella por sus
extraordinarias luces, aún perfectamente conservadas, de él por sus
interminables juergas en pascuas y cuando no eran pascuas.
Llévales,
me dicen, a Andresito “el gallego” que el tiempo de permanencia
en Tharsis alcanzó tanta notoriedad como para ser nombrado, por
aquellos entonces, alcalde pedáneo. Y su mujer, Paca “la
valiente”, que hacía de todo lo que fuera trabajar. ¡Cuántos
pregones a Piedras Albas y a su tierra escribirían así, de ese modo
tan sencillo y tan noble!, como pregoneros de hacha y zoleta fueran
los almendreros y castillejeros que alimentaran durante años los
hornos de ladrillos de El empalme con la abundante “chamiza” de
estos campos.
Tiempos
de niñez de Gaspar el de Maestro Quico que acudiera como quien se
desplazaba a su gloria a los raíles de el Empalme y aumentara su
entusiasmo a costa de trenes que iban y venían con mineral e
ilusiones mientras su tío Andrés y su tía Plácida encendían los
amaneceres para iniciar la tarea.
Menos
mal que el tiempo nos ha respetado este cuarto de la memoria con
delicadeza y nos ha conservado en plenitud a este gigante Gaspar
embajador del buen humor y mejor afecto a pesar de que un día lo
arrancara del festín celestial de Osma y lo plantara en un centro
alejado que él fue reduciendo al mínimo trayecto hasta que los
cálculos para la ida y la vuelta fueren solo lo que tardara el
pensamiento, un vuelo siempre abierto y perpetuado, siempre con el
respeto a su ideario de lealtad. Este Gaspar, gigante de todas las
cosas, no dejó pasar un día sin escribir su renglón pregonario tan
lleno de sollozos como de nostalgia. La sorpresa del destino hace
coincidir este recuerdo con la mayordomía de Juan Manuel, uno de los
hijos de Gaspar y Juana, con ello se doblan los motivos de la
emoción.
Y
tantos otros aventureros como Antonio Martín y José el de la
Romerilla y familias completas que gustaron del ejercicio del lugar
hasta convertirse para ellos en pasto adorable. Por esas mismas
lontananzas paseaba prestancia Ramón “el almendrero”, de la
saga de “los cucharretos”, espiga inquebrantable del deber que
dejara limpia y querida descendencia muy preservada en la mina.
Queden,
en una ráfaga, puestos en este aire, los cotidianos pregones de esos
hombres y esas mujeres. De quienes dormirán ahora el sueño
necesario del descanso tan merecido y de quienes siguen custodiando,
aquí o en Castilla, el paraíso de los pobres que no es más que la
tierra nuestra en estado puro.
Recordaremos
a Diego el de la Salva, un ser tremendamente inquieto que se saltaba
los caminos entre los pueblos con su valiente y envolvedora querencia
dejando un fandango o una risa en cada risco, en cada charco, en cada
lumbre. En El Almendro vieran sus ojos la luz primera y en Tharsis la
última luz; y mientras, una vida repartida en dos emociones, de aquí
se llevó a su esposa María “La Pequena”, y allí dedicados a
todo trabajo, los dos, como dos juncos firmes, con manos trabajadoras
y cansancio escaso dedicaron sus esfuerzos a vivir entre dos sueños
y entre dos realidades y bien que lo consiguieron. Aún nos queda
María allí, para testimoniar este relato. También recordarán en
El Almendro a Ramón y María “Cucharretos”, que saltaron la
distancia desde aquí y vivieron en la mina su experiencia; siempre
con el halago a su tierra en la boca; Ramón ya nos falta, María
vive, con su disposición y su afecto. Francisca “La baratera”,
que allí le decíamos “La castillejera”, simbolizaba toda la
gracia y la simpatía que pueden darse en un mismo ser. Ese humor de
aquí trasladado a los senos de una tierra con idiosincrasia gemela.
Francisca era el humor completo, era la risa, era la sorpresa. Sus
“golpes” los llevaba desde un carnaval hasta un duelo.
Buen
recuerdo nos dejó. Y menos expresivo pero con humor socarrón su
marido José María “Pisilla”, almendrero, hombre posiblemente
más serio que la seriedad y divertido cuando se le trataba. Al final
de su vida laboral fue sepulturero y aún le recuerdo contándole a
los ausentes las delicias de su inacabable vicio por el tabaco.
Y
la Curra, esa mujer alta y enjuta que también emigrara a las minas
donde hiciera hogar y donde dejara siempre una buena palabra o una
simpática ocurrencia. Ildefonso y Josefa “la castillejera”,
anduvieron sus sendas de pallá con sus genes de pacá, hasta que
casi todo fue lo mismo, allí quedó su generación como la de Digno
Medero de quien recordaré su fama de buen hombre y mejor humor y
Juana, su mujer, almendrera. Ahora, ya cerquita, Inés y Quequi,
comparten vida con dos hombres de allí, Rafael y Clemente. Los
cuatro son también parte de nuestra complacencia. Somos, en
definitiva, vuestra prolongación biológica y espiritual.
Y
para más merecer el honor que me otorga la voluntad de la Madre,
asumiré convertirme voz también de mi estirpe materna para deshacer
en halagos y alabanzas, en trizas de hilo viejo el pregón eterno de
mi bisabuelo Antonio Domínguez, que en El Almendro tuvo el antojo de
nacer, como en nuestros brazos de Tharsis el antojo de vivir hasta su
último suspiro. Por él y por cuantas generaciones anteriores y
posteriores han configurado y configurarán esta nuestra raza, pongo
alma en espadañas y techos, “alpénderes” y caminos, correntías
y solanas, hasta que de aquí se divulgue que somos en pertenencia y
orgullo.
Todas
estas personas, personajes muy queridos en aquellas lindes, junto a
otras muchas que sería prolijo listar, son la causa de esa
complicidad genética que nos une y que son razón esencial de
nuestro orgulloso patrimonio, el patrimonio de la unión en carne y
hueso de seres humanos que ya pertenecen a la mejor idea de nuestra
privilegiada historia conjunta. Testigo he sido de sus pregones
convertidos en genialidades, trabajo, empeño y amor a las dos
tierras. Sus versos llevan entregas, sus vivas, palabras y silencios,
sus recuerdos llevan siempre la emoción de la añoranza. Si pregonar
es vivir el sentimiento y ejercerlo, ¡para qué más perejiles!.
Ellos
fueron a Tharsis y otros muchos vinieron de allí e hicieron crecida
y fortaleza por este mundo a donde nada les costó adaptarse por el
buen acogimiento. La memoria me trae la figura de José Rodríguez,
abuelo de mi amigo José Manuel, que naciera por allí junto a su
hermano Manuel, cuando el padre de ellos, también Manuel,
desarrollara su profesión de veterinario durante un tiempo por aquel
entorno. Hace ya mucho de eso pero en asentamiento reciente ha sido
el bueno de nuestro amigo Juan Martín Rapela quien ha continuado con
esta tradición con la misma dignidad de engarce y convivencia que
los anteriores. Buena sementera en los tres pueblos, buenas raíces y
mejores descendientes que han cimentado la fusión espiritual que
siempre será característica a destacar cuando tengamos que hablar
de nosotros, de nosotros mismos. ¡Cuántos pregones habrán salido
de sus bocas!, ¡cuántos se habrán guardado en la intimidad del
alma!.
Nada
ha sido en vano, con estas mezcolanzas de caracteres nos hemos
enriquecido mutuamente y hemos aportado calidad al bienestar y
refiero que en casi todas las personas nombradas se resalta el
especial sentido del humor perfectamente transferido entre los tres
pueblos. Fijemos que se nos ha quedado el vicio de parecernos, que
es de suma importancia como para nombrarlo en un pregón en esta
tierra de tanta categoría y raigambre. Puestos a observar hasta esa
mijilla de dejadez y frescura es signo de herencia conservada que
bien pudo partir de aquí hacia el rumbo minero. Se nos dejó una
parte bien definida de la identidad que ahora nosotros preservamos
con el mejor cuido.
Y
el fascinante pregón activo de la ausencia, de la memoria de la
ausencia, de esas desconocidas pasiones que se nos fueron con el
olvido, de las sensibilidades que dejaron nuestros seres amados en el
andar, en la imaginación, en la palabra. Creemos que ya no están,
que los lazos se han roto por la inercia de los descuidos pero no es
así, conservamos el parecido a ellos, en la barbilla, en los ojos,
en el genio, en el sudor, en la manera de sentarnos. Son ellos, ellos
mismos, nuestros pequeños dioses convertidos en nosotros. Y nosotros
herederos de tanto germen antiguo e indeleble. Y fueron ellos quienes
nos dejaron con la luz de esta tierra en los ojos, quienes nos
enseñaron a respetarla y defenderla, quienes nos señalaron por
primera vez la cara dulce de Piedras Albas.
Quienes
nos pusieron la tortilla en el Prado de Osma y quienes nos
restregaron miles de veces cómo hay que ser. Lo que somos les
pertenece y lo que ellos fueron nos pertenece. El hilo de la vida sin
romperse, la sangre sin derramarse, todo en orden, con el amor, con
el respeto, con la conciencia. El glorioso y fascinante pregón de
los ausentes, los seres que me cogieron las manos y me prestaron la
sabiduría para hacer público hoy sus pensamientos.
El
Pregón acólito y guardador de Juanita “la zapatera” viviendo
siempre con el lazo de Ella, con los encajes; reservando su ropa del
aire, sabiendo de las inclemencias y de los trastornos para mejor
tener su cofrecillo de enseres de la Virgen en el lugar más
recóndito y seguro de la casa. Adivinemos las palabras de Juanita
acariciando el manto, adivinemos cada escalofrío manado de su piel.
Sus pregones, todos sus pregones, silenciosos, íntimos, suyos.
Los
pregones nunca dichos de Ernesto Feria, sus pregones callados como
médico, como filósofo, como hombre, como padre, como piedralbero.
Sus pregones líricos o sus pregones naturales. Un arsenal de
palabras que se han ido con él o que se han quedado escritas en
todos los gérmenes que alimentan eternamente el espíritu de esta
tierra; a él tendremos que acudir siempre para un menester como el
mío y nombrarle y dedicarle merecidos arrumacos.
Mi
ofrenda la hago con uno de sus pensamientos referido a la poesía: “Y
tú, oscura amada mía, ocupas la presidencia de esta muda asamblea
de los deseos suplicantes” ,¡para
quitarse el sombrero!.
Anunciaré
el Pregón extrovertido de Manuel “el litri”, ser cabal e
imprescindible en cada abrazo. Ser de risa fresca, real y acogedora.
Así fue poniéndole frases a su Pregón, constantemente, hasta que
le entró la prisa y se escapó a echar un cigarro sabe Dios a dónde.
El
Pregón bailado de Gaspar el de la Agustina y el de tío Manuel “el
triste”, el Pregón simpático y bromista de Tío Domingo “el
corte”, el Pregón tan ingenioso y guasón que escribiera Juan el
del bar; lo pregones sencillos y siempre emotivos de Silito “el
aguacil”, de D. Emiliano, de Marcos, de Rubén, de Manolito Ruiz,
de Manolito “muñeco”, de Manolo Acevedo, de mi amigo Silvestre,
tan completo, tan amigo. ¡El fascinante Pregón de los ausentes!. A
quienes les debemos tanta memoria.
También
diré tu Pregón, el tuyo mismo, hermano presente, ese pregón
personal e íntimo que desde toda tu vida has guardado y así no será
el pregón de un extraño, que este poeta aunque adherido a la tierra
por voluntad y por genética puede aún ser o parecer un extraño.
Para
que así no sea (no merece la Madre ser pregonada por extraños
mientras existan voces piedralberas), para que así no sea, cogeré
tu gesto, la sonrisa de aquel, la calma del otro, la voluntad de la
otra, la ilusión de otra más; cogeré de todos un poco para
entregaros escrito y dicho en el lenguaje de la realidad, en el
idioma de los ojos y de las manos y de los gemidos, el Pregón de
todos los seres piedralberos que lo deseen, que deseen sumarse a esta
declaración de amor hacia la Madre y hacia la tierra que esta noche
pretendemos plasmar en los semblantes y en los adentros.
El
fascinante Pregón del tímido, del infeliz, del torpe, del rico, del
romántico, de la costurera, de la madre, de la maestra, de la hija.
El Pregón de San Matías y San Sebastián a su madre del Alba, el
Pregón de un médico en una noche de guardia, de una anciana en una
noche de insomnio, de una madre en una noche de parto. El Pregón de
las gentes que se amontonan para aminorar el dolor de otro cuando el
dolor aparece, el Pregón de los geranios, de las jaras torcidas, de
las palomas, de los enjambres, de los nidos, del tiempo, de la
lumbre, de la misa. El Pregón fascinante de la libertad y del
respeto.
El
Pregón corto, una sola palabra, un adiós, un saludo, un recuerdo.
El Pregón de los días de lluvia, de candela y silencios, tan
habituales en el majano, la choza o el pajar; cuando ni las palabras
pueden pronunciarse ni puede callarse la tos. Momentos de
preocupación que ocupan tanto a la cabeza y se resumen en un
“Piedras Albas, bendita”, y se enfría de pronto la destemplanza;
y gorra puesta y a seguir andando.
Quizá
muchos pregones muchas veces escritos en la mirada, en una mirada tan
larga como penetrante, lo que se piensa en un lecho de muerte cuando
alguien muy vencido se va a otro horizonte y deja una huella de amor
tan inmensa como imborrable. Esos pregones que se habrán dicho Sonia
y Águeda en la penúltima tristeza que le quedaba al día para
apagarlo del todo y llevarse las claves de sus seres queridos y
dejar un mar repleto de bondades, para que aquí a esa mujer, Águeda
Macias, se le haya de seguir adorando como a una diosa del amor, que
lo fue. El pregón de ellas, adscritas a la condolencia de la Madre
primera, quien desde el Prado de Osma y desde todos los prados serena
la vida para hacerla completa en sosiego. Es la virtualidad de las
divinidades que cada vez las tenemos más cerca, en definitiva somos
tanto de divino como de humano, lo habremos comprobado en infinidad
de ocasiones, quizá también Sonia, de manera más reciente, más
directa y más sentida.
Y
tu Pregón, que me decías que nos rompieron mucha belleza del Prado
de Osma, tu pregón dorado con rebeldía. Nos rompieron mucha
belleza en el Prado de Osma. Nadie, lo sabes, nadie podrá
restituirnos aquello que el tiempo o la indolencia han robado a
nuestra mirada y a nuestro espíritu, pero que queda escrito en este
renglón que te reserva la fortuna, tu inconformidad con las formas
actuales que afean el Prado y queda dicho para que la desidia tenga
fecha de caducidad de una vez y para siempre.
Diré
tu Pregón, Pepito; el tuyo personal, de cómo se reza, se entiende,
se respeta, se es amable y se ama desde tu pedestal con ruedas a
quien le has puesto todas tus sonrisas y es como un músculo más de
los tuyos como una arteria que te riega sabiduría y bienestar. A ti,
buen amigo Pepito (el de los cupones, como te dicen), a ti te
corresponde levantar la voz, izarte hasta la altura de Ella que no
necesitarás mucho porque tú estás siempre en su manto, y desde
allí, gritar tus fantasías, expresar tus ilusiones, decirles a Ella
y a todos, que estás formando parte de esta alfombra celeste de
escogidos que tienen cuenta abierta en los fondos sugestivos de la
humanidad y de la divinidad; cuéntales, como lo haces conmigo, qué
te alivia, qué te encanta; sé que nunca les dirás cuánto nos
necesitas pero nosotros sí te diremos, lo hago público, cuánto te
necesitamos, Pepito. No para compartir penas, solo para que nos sigas
enseñando a vivir abajo estando siempre arriba y a que jamás se
difumine el paisaje que tú diseñas en nuestro ámbito.
Somos
de la misma manera de parto aunque de distinto equipo y no te puedo
desear que sea el tuyo el que gane la liga. Gracias, Pepito, gracias
por existir.
La
voz mía para el Pregón cantado de José “el Palma”, tan
dibujado en sonrisas y tan sonado. El Pregón tan activo de Miguel el
maestro, que acude a todas las llamadas, abre todas sus puertas,
entrega todo su entusiasmo. Y trabaja y trabaja por los demás,
siempre por los demás.
El
Pregón en Madrid o donde sea de Manolo Rivero y Ramona. El Pregón
de Domingo el barbero, de Domingo Ferrera, siempre al compás de una
guitarra y una silla. El Pregón universal e ingenioso de Angelito el
de la Mariana, el Pregón de todos los hombres y mujeres de “La
Burrilla” que están donde el alba empieza a la hora más
castillejera que tiene el tiempo; el Pregón sin cansancio de
Mariquilla la de la huerta del puerto, casi noventa años
escribiéndolo, ese Pregón con atenciones de la familia Correa, el
Pregón de mi amigo Juan Manuel Baquero a quien nada le impide ser
tan enorme como sus abrazos, el Pregón melodioso y sutil de los
Yañez, cuando tocan o cuando ofrecen; el Pregón Feria, que son
muchos pregones a la vez. El fascinante Pregón de los presentes,
quienes tanto empeño van dejando como huella imborrable de devoción
y humanidad.
Intenté
averiguar cómo puede decirse el Pregón de un mayordomo. Estuve con
ellos, compartimos rato y mesa y entre jugueteos de los niños y
emociones me contaron su Pregón, el Pregón sentido de Los
Frescachones y Los Peralillos. Entonces ahora solo he de poner voz a
sus sentimientos.
Comenzó
el martes de Pascua o comenzó en la niñez; sí, comenzó en la
niñez; ese gusanillo de tener un pendón en las manos se despierta
al mismo tiempo que los ojos; es nacer y empezar a desearlo.
Cuenta
Gema en su Pregón que se respiraba en el aire aquel martes una
sensación distinta muy difícil de explicar, que Sonia y ella y
Salvi se adelantaron y que casi no tuvieron que convocar a todos los
demás. ¿Por qué no los cogemos?. Se iban acercando más y más a
la Cruz del Calvario, pausadamente, con los signos de la fuerza
brotando desde la palabra callada que solo repetía como un zumbido
alegre la misma pregunta “por qué no los cogemos?”; ellas no
adivinaban que las preguntas del alma no precisan respuestas en
palabras, bastan los ojos, bastan los gestos, bastan las manos.
Sin
advertirlo siquiera el aire había expandido entre los demás ese
deseo penetrante y al poco, las más lanzadas y los más tímidos,
estaban rodeando a la comitiva en procesión de emociones, unidos por
ese resorte maravilloso y espiritual que es el poder de la ansiedad .
Las mujeres se miraban en silencio, lloraban en silencio, miraban
solo la cara alta de una Virgen penetrante que resumía el consuelo
de toda una vida, de toda la lealtad de las personas de buenas
entrañas y buena voluntad que se crían en estos gozosos parajes tan
fértiles en generosidad y tan abundantes en sabidurías. Allí
estaban los soñadores y estaban también los sueños, componiendo la
simbiosis inalterable entre pasión y devoción. Parece que bastó
con un solo grito de fuerza salido de todas las conciencias, de
todas las ganas guardadas toda la vida de ese llanto sincero e
incontenible.
Pero
no fue un solo grito fueron incontables gritos de Vivas que ahora
salían a la paz de aquel rellano del tiempo para romper las
oscuridades y los tragos que fueran consigna de décadas para este
manojo de nervios convertidos desde este momento en mayordomos de la
Santísima Virgen de Piedras Albas, tantas veces Madre, tantas veces
Protectora y santísimas veces invocada desde sus cuadernos de
escuela hasta sus alcobas. Las bocas sorprendieron al aire pero no a
la Virgen, que esperaba, con la misma sonrisa que una madre espera
dar el beso al niño recién dormido.
Los
hombres, aparentemente no enterados de aquellas divinas intenciones,
estaban todos más cerca de lo previsto y se fundieron en el más
nostálgico y viril de los abrazos, sin poder soportar dentro la
lucecilla de las lágrimas, que caían por las caras y se bebían sin
llegar a secarse para volverse a caer.
Ni
yo ahora, ni en mil pregones más que diera ni en mil años más que
recorriera con ellos esta senda vivencial, ni mil poetas más,
podríamos describir con completa certeza las cosas que pasaron por
allí dentro, por esos veintinueve corazones rotos por la emoción y
henchidos por el delirio. Son cosas de tan adentro que jamás se nos
permitirá relatarlas con exactitud. Mejor así, que quede siempre
mucho para llorar y mucho para guardar que jamás pueda describirse.
Quizá
ellos sí o quizá tampoco; es tan imposible como describir la fuerza
interior de un volcán y ellos han sido y son volcán en plena
efervescencia, de amor, de súplica, de entrega, de felicidad.
El
volcán que eternizarán en su luz y será referencia exacta e
inequívoca de la mayor experiencia vivida y compartida.
Los
veintinueve mayordomos, trece mujeres, dieciséis hombres y
veinticuatro niños, en pleno entusiasmo, en plenitud de agrado y
solidaridad. Intentando hacer de la Romería la clave de la
convivencia y del amor a la Madre de Piedras Albas una insignia de
sus vidas. Así, con el resuello en el costado y puestas todas las
solemnidades y todas las humildades en esta mesa grande de Albas, de
Osma, de carros, de caballos, de peinetas, de cantes, de presentes,
de futuros, puestas en fila de a veintinueve las emociones de los que
están aquí, de los designados por el destino a elevar el volumen de
la ilusión, desde la respetuosidad completa de Salvi hasta la
inquietud de Gema o desde Domingo a José María, los dedos juntos,
de todos, apoyados en el manto para que se oiga más certero que
nunca el Pregón desgarrado de Sonia y Manuel después de dolerles la
vida por los tantos sueños que se han llevado la desesperanza y el
desconsuelo. Es el otro Pregón, el Pregón de las lágrimas menos
preferidas, el Pregón de las horas sin límite, de las tristezas,
pero es el Pregón de ellos, desde la incomprensión y desde la
desolación humana, su Pregón de rebeldía y soledad. Convertir todo
eso en generosidad solo podrá ser posible en ellos con el intenso
valor que el alma dolida sacará para ofrecer a compañeros
mayordomos su valentía, para estar con ellos mientras la Madre de
Piedras Albas les cuida el sueño-niño guardado allá en sus
creencias y en su amor.
Ahora
estarán poniendo el sentimiento en todos los sentimientos de los
veintisiete compañeros que aquí les representan. Sonia y Manuel no
pueden estar en otro sitio que no sea este espacio de albor y
emociones, en este mismo lugar que les reserva su historia.
El
Pregón que aquel pasado martes de Pascua tuviera que decir Yolanda a
su hijo recién nacido cuando le llamara la Madre desde el Osma
eterno para hacerla mayordoma y ella no supiera contarlo al niño sin
lágrimas.
El
Pregón alegre y nervioso de Gema que sueña más ahora porque tiene
las manos llenas de impaciencia al lado de donde se ha puesto su
pendón de gracia, que comparte con Antonio, que los dos están desde
entonces ensayando más felicidad.
Y
el Pregón maternal de María José echando siempre una mirada a la
Madre y otra mirada a sus niños, nada debe perderse en su atención.
Antonio dice su Pregón pisando terrones, cazando su oficio de
castillejero en cualquier barranco.
Aurora
dice sus pregones desde la bondad, Jesús desde su culto al humor,
Sonia y Manuel acuden a la devoción con una espina en la pena a
pesar de su carácter cariñoso.
El
Pregón alegre y jovial que escribe Yolanda; que vive, que proclama y
que distribuye hasta que Tomás pone el gesto de simpatía en el suyo
y se funden ambos en un Pregón que es también un beso.
El
Pregón curioso que estará escribiendo Manoli, con sus sentimientos
que parecen repartidos entre la Peña y Piedras Albas pero que al fin
son del mismo rango, los dos a la Madre. El Pregón disponible de
Juan José, para todo lo que otros necesiten.
Domingo
lo escribe desde su silencio, desde su mezcla y su palustre dando
siempre más allá de lo que se le pide.
José
María se desliza por la suculencia de la bondad y recita su Pregón
con un gesto que no tiene formas para ser escrito pero que le llega
hasta el estómago a quien lo oye.
Salvi
que tiene mil pregones en el pensamiento, mil sueños de Piedras
Albas, mil vivencias, mil agallas y una voluntad irrompible para
usarla en su innegociable amor a la Madre y a su defendida tierra.
José Manuel le susurra un Pregón de complicidad y se realizan en
tanta querencia.
Manuel
pinta el Pregón, lo acaba cada día, lo enmarca y se lo esconde en
el alma. Gema se lo entresaca a base de ternura, contándole quizá
cómo la brisa de Ayamonte también puede entender y escribir en
Pregón esta experiencia.
Sebastián
es tímido, dirá que no tiene palabras para un Pregón, dirá que lo
hagan ellos y calladamente se muerde la lengua y se enjuga el nudo de
la garganta con un escalofrío y expresa un Pregón oculto pero
válido.
Otro
Pregón, otra Salvi, otra timidez consagrada a la paciencia; así lo
recita, así lo vive, Domingo lo entiende y le asigna una sonrisa que
también es un Pregón.
El
Pregón hiperalegre de Juani, hecho aquí, despertado allá,
compartido en todas partes, desde una medalla, desde un grito, desde
una entrega inigualable. Y a su lado otro pregonero de locura a quien
se le hacen las distancias deseos, a quien la tierra “jala” y
disloca. Y es Juan Manuel experto ya en pregones de idas y venidas,
siempre llevándose renglones nuevos, cada vez mejor escritos.
El
afectuoso Pregón de María Rosario, hecho desde su dedicación a los
demás, siempre sin cansancio, siempre con ganas de seguir.
El
Pregón de Lorenzo, diseñado entre el tiempo y las obras, entre la
expectativa y su realidad. El Pregón de Francisco José, siempre
bondadoso y el Pregón de su Salvi con su timidez y su profundidad.
El
lugar exclusivo de los pregones piedralberos, como desgarros y como
desahogos de los hombres. Del hombre Manolo González Zamorano que se
deja el pregón delante de la Madre capitaneando las procesiones que
endulzan las encinas del Prado de Osma.
Te
invoco Gaspar Hernández, tremendo en la dádiva, tremendo en la
gloria, tremendo y penetrante en la amistad. Te invoco ahora que
estás en este sueño vivo. Te invoco en nombre de ellos, tus amigos,
en el nombre de tu Santa Madre de Piedras Albas, te invoco. Te invoco
Gaspar tú también eres Pregonero, Pregonero Real de esta sabia
tierra a quien tanta vida dieras, donde tanto amor derramaras. Te
invocamos Gaspar tú también eres mayordomo.
Y
otro sentimiento y otro más y otro hacia lo infinito de la verdad
que reina en cada misterioso corazón sin una sola renuncia a ellos
ni en intimidad ni en algarabía. El sentimiento del hombre plácido
en expresiones y “jechuras”; de la mujer amante de las utopías y
las caricias; de todos los seres que buscan una relación de
concordia con el afecto y la bondad. Seres, no más allá que de
aquí, de este terruño, de esta tela de araña que envuelve tanto,
que tanto impone. Seres preconcebidos desde la fecundidad de la
tierra y dotados de la perfección de un pájaro o de un mediodía.
Seres que generan gratitud. A esos seres que van pregonando, cada
cual a su manera, la importancia de vivir en el lugar deseado, que no
es otro más allá que este., el lugar que pisan, disfrutan, divulgan
y aman los seres que le viven y le ponen número imposible a sus
casas para que nunca les marque el reloj la partida. Los seres que
hacen este Pregón de ahora y todos sus pregones de todos los días,
sin un esfuerzo, sin un pestañear, sin un desespero. El Pregón del
lugar elegido, de las muchas piedras que lo forman y de los muchos
tejados que lo guardan.
Este
lugar, quizá muy herido por las turbulencias pero muy elegido por la
mano bendita y excelsa de la Madre que preside el Alba y el ocaso de
cada uno de ellos, con más atención que sus órganos o que su
propia familia.
De
este lugar, que prestigian el Pilar y Vistahermosa; del lugar este
que se premia con el Chafariz y el Puente Nuevo.
De
este mismo lugar de caballerías y caballeros, de caminos y de
caminantes , de sonidos y de sonantas, de bocas y de vocablos, de
semillas y de semilleros. El compendio de lugares estáticos que
enriquecen el Pregón fastuoso de la vida; en el lugar de la calle
Grande se sueña un pregón, se palpa un pregón en la calle Montes,
se piensa un pregón en la Cruz del Gallo, se bebe un pregón en la
Terraza, se descansa un pregón en la Cabeza del Buey, se reza un
pregón en El Calvario, se desahoga un pregón en el Pocillo.
Y
se viven y se aman y se gritan todos los pregones en el Prado de
Osma. Mitificados lugares, únicos, entrañables e imprescindibles.
Lugares
y sitios con alma, para elegir cuando se nace y llevarse en el morral
cuando se muere.
Espacios
nunca imaginarios, siempre activos, siempre vigentes, siempre nuevos,
como si acabaran de inventarse. Espacios que tienen su identidad y su
costumbre, su mirada y su paso, su querencia y su animación, pero
todos, en común, pactan un testimonio perpetuo con Piedras Albas,
todos los lugares, todos los espacios, todos los rincones, todo
escondite, toda cueva, todo campo, todos poseen el espíritu
piedralbero, desde los más insignificantes a los más notorios.
Desde la iglesia con su historia e importancia hasta el último
callejón perdido de la calle más perdida.
Estos
espacios conservan un pregón en su estética y lo hablan y lo dicen
con la misma naturalidad que el más listo de los seres humanos.
A
veces lo oímos, otras se nos hace corto el tiempo y pasamos de largo
y nos perdemos el fascinante Pregón de los espacios tan sobrados de
piedralbía.
El
Pregón imperceptible de la bolacha, alimentadora y generosa,
producto de manos artesanales que han hecho con su exquisita humildad
un mundo dulce a través de un sabor, un sabor tan especial como
único. La bolacha aportó también su parte a la identidad del
pueblo y mucho más aportaron las manos y el saber de sus hacedores.
El Pregón apetitoso de Pepe Mora, creador de la bolacha, todo un
hito, una genialidad, un arte; el azucarado dulzor de los alfajores
que siempre aparecen en la mesa para los mejores momentos, la
cadencia poética que dejan en la boca la caña de lomo y el jamón
de este ámbito.
El
sabroso Pregón de los productos estrellas que tanto alivian los
deseos y que tanto contribuyen a que sea más perfecta nuestra
alimentación. Ellos hablan en el sabor, pregonan sus excelencias y
están en todos las mesas. Honor que les damos y honor que nos
devuelven.
Al
igual los hombres, las mujeres, los niños, todos, seáis pequeños o
grandotes, rubios o morenos, maestros o aprendices…todos gozáis
del espíritu piedralbero, de la esencia de ese espíritu que es un
patrimonio identitario personal y solo transferible por la heredad de
la sangre.
El
sello grabado en el alma con aceptado fuego. ¡Mucho patrimonio! .
El
Pregón vuestro, anónimo, como un lamento, como una queja, como una
alabanza, como la mayor alegría. El fascinante Pregón del ser
humano, rebosante de matices, de ungüento y de ternura. De la
ternura de los hombres que lloran o de aquellos que nunca vieron una
lágrima, no importa, cada pensamiento, sea religioso, fraternal o
tosco, cada pensamiento es un gran Pregón; mucho se dijo ya y otro
mucho quedará por decir. Todos serán boca, pasión y alma del
ejercicio de pregonar en la historia de esta Pascua. Cada paso, cada
voz, cada mirada, cada aliento, cada consuelo, cada jolgorio, cada
forma de dar, cada complicidad, cada respeto, cada amistad, todo será
Pregón, todo cabe en la Pascua de la vida para ensalzar a la Madre,
para ensalzar a la madre tierra. Y el fascinante eterno y divino
Pregón de la Santísima Madre de Piedras Albas.
Déjame
tu sinrazón y tus desvelos,
déjame
tus manos en mi cara,
la
libertad que entiendes deseada,
tus
desaires, tus delirios, tus defectos.
Quédate
en la complacencia de mis credos,
quédate
en el sueño que me falta,
en
la espera que te ofrezco de mi calma
en
las cosas que deseas con el tiempo.
En
el rincón oscuro de tus miedos
seré
la luz que al miedo espanta,
la
Madre generosa que levanta
el
pálpito de amor desde el consuelo.
Soy
la Madre que no acecha ni te agobia ni te cansa ni se duerme sin que
vengas. La Madre que te ofrece una sonrisa, aquella comprensiva que
te llama y te espera por todas las razones que tú sabes, que
sabemos.
Soy
la Madre que vive en la infinita calle de la esperanza, en el Prado
de Osma de tu alcoba, en la ermita de tu mesa, en el altar que tiene
todos los números de todos los calendarios que has ido poniendo y
borrando en tu existencia. Has pasado conmigo los días alegres que
viví contigo. Estuve en la tristeza de la cama, contigo, cuando se
nos fuera a la muerte nuestro ser más querido.
La
Madre de los llantos perdidos en noches de extravagancias y desorden.
La
Madre que retiraba tu copa del mostrador cuando ya eran muchas.
La
Madre que acude a tu grito cuando es de dolor el trance y parece que
todo el firmamento se viene encima.
La
Madre consejera para el trabajo y atenta para el aseo.
La
Madre que te cogió la mano aquel martes de Pascua para que
testimoniaras con el Pendón todos los sentimientos que habías
guardado y que tantas veces me habías dicho.
Era
también la Madre en la ilusión de aquel sobresaliente en
Matemáticas que pudimos celebrar con un beso, ¿te acuerdas?.
La
Madre que bendijera con ánimos tu primer amor, aquella persona tan
completa que te enamorara y que ahora es parte de nosotros, como la
vida.
La
Madre de los pronósticos, de los deseos, de los asuntos, de los
inconvenientes.
La
Madre, como servidora a tu disposición, siempre, con lluvia, con
calor, con grandezas o con miserias.
Y
también el Padre, soy el Padre de los silencios cuando alguna vez me
mentías.
El
Padre que quitaba importancia a tus descuidos.
El
Padre a quien tantas veces encantabas porque ibas aprendiendo cosas
del respeto.
También
soy el Padre que jamás ha faltado un momento de tu lado, siendo tu
guardaespaldas, tu amigo, tu compañero de paseo y tu lazarillo.
Soy
el Padre-Madre que esta naturaleza ha designado para ti, para todo el
transcurso de todas tus existencias en esta y en todas las vidas que
los designios tengan establecidas.
El
Padre-Madre de tu espejo, de tu barba, de tu vestido, de tu
inconsciencia, de tu sabiduría, de tu bienestar, de tu lógica, de
tu aspecto, de tus pies ligeros, de tu maravillosa forma de amarme.
Ese
Padre-Madre convertido en héroe para tus conversaciones con los
demás y otras veces en villano por una reprimenda o una disparidad
de criterios contigo.
Ese
Padre-Madre hecho a tu forma, a veces hermano, a veces luz, a veces
tiempo, a veces compromiso y siempre honor.
Tu
Madre, tu Padre, dos seres en uno que nunca elegiste pero que
hubieran sido ellos si hubieras podido elegir.
Mas
no me sientas de madera cromada ni de altar lejano, siénteme cercana
a tu pecho como un sentimiento o una voluntad. Soy pulsador en tus
oídos para atender la palabra, piel en tu cuerpo para recibir una
caricia, uña en tus manos, emoción en tu alma para esta noche, para
todas las noches que habremos de estar juntos como dos ingenuos
enamorados que han encontrado la esquina perfecta donde besarse.
Y
aquí estamos, tú y yo, formando núcleo de resistencia contra la
desidia, contra la intolerancia, contra el desamor, contra la
injusticia, contra la soberbia. Aquí estamos sabiendo que esto no es
todo el mundo, que no somos los únicos, que existimos porque nos
seguimos amando y que somos la necesidad que atrapa cada sonrisa o
cada generosidad para añadirla a nuestro ideario.
Estamos
tú y yo, completados en presencia por el suculento manjar de las
amistades, por la vecindad, por el apego, por la unión.
Pero
estamos también movidos por intuiciones y reflejos, frutos de la
necesidad, ensamblados en una cuerda de realidad que nos degrada, nos
alerta o nos encumbra; nos hace fuertes o débiles y nos hace llegar
a la meta o quedarnos a mitad de camino. Estamos para llegar,
habíamos salido juntos para llegar pero ha sido imprescindible
partir, y lo hicimos juntos.
Con
defectos, desafíos, malhumores, desánimos, pero lo hicimos juntos,
hemos partido juntos a la vida.
Tú
y todo lo que alcanzan tus sentimientos. Yo y todo lo que necesitan
tus alforjas.
El
Pregón iluminado se resume en una Mujer-Madre, se extiende al
baldío, se agarra a la cuerda del cubo, se echa al pozo, allí queda
mezclado con el agua y ya no es un Pregón es una retahíla de
pregones, un reguero de sentimientos con bondades, corazón y vida.
La máxima expresión inventada para transmitir la alegría.
Y
en este momento único, en este instante de recogimiento nada falta.
Está la Madre Santísima de Piedras Albas, está aquí en presencia
de credo, memoria y evocación. Estamos los privilegiados invitados a
este reino terrenal de felicidades y está más presente que nunca el
enlace que nos une a Ella, en forma de amor.
Quise
decir el Pregón que me inspiraba el tiempo, viviendo desde vosotros
hacia mi propia gratitud y salió así de sencillo. Pensé en Ella,
en vosotros, en los niveles de conspiración y complicidad que a esta
tierra me enganchan. Pensé en la vivencia pasada, en la copa futura,
en la fórmula de siempre para reír poco a poco este páramo que me
atrapó dando yo mi consentimiento. Y me salió así de sencillo;
disfrutado como un dulce y sentido como un beso.
Yo
no supe venir con las manos vacías
y
me traje lo que puede servir de recuerdo,
de
mi tierra, un vagón con las ruedas dolidas
y
los sueños podridos de filones de hierro.
La
nostalgia que duele en las cortas, la melancolía
que
deja el olvido en el paso del tiempo,
la
tristeza del agua en las correntías
cantando
sin ganas canciones sin versos,
el
dolor del reloj y las vías
en
aquella estación de raíles mugrientos,
el
espasmo del aire y la fría
sensación
que produce el miedoso silencio.
Y
me traje, de una galería,
el
herrumbre del cobre pegado en el suelo,
el
olor del azufre, la tolva caída,
la
dura pirita sin luz ni reflejos.
Me
traje la noche que anuncia los días
en
aquellos parajes que son mi universo,
me
traje el sentido que tiene la vida
aunque
huela la vida a tierra de muertos.
Ya
no llora la piedra su herida
por
la espada precisa del viejo barreno,
no
amamanta de oro la mina
que
de aguas se ahoga sin luz ni remedio,
ya
no rezan los hombres esa letanía
que
les daba la suerte y asustaba los miedos.
Yo
no traigo a la Madre esta pena maldita
suplicando
la paz o pidiendo consuelo,
yo
la traigo en el alma dolida
y
la llevo sellada con tinta de fuego
porque
es un dolor que fatiga
y
riega las venas como un triste lamento
y
no puedo callarme, y me callaría
si
otra vez sonara a barrenos, mi pueblo.
Pero
traigo también causas de alegría
que
no aplasta el luto todo el pensamiento
y
no puede reinar la agonía
para
siempre, que el dolor no es eterno.
Y
traigo, para compartir, una guía
de
propósitos, de mudas, de alegatos nuevos
que
presentan de mi tierra la tarima
que
enjuga el pasado con futuro de cielo,
de
cielo en velada y color valentía,
valor
engendrado en pecho minero
que
el llorar es canto y el canto es un día
con
las alas blancas y los labios prestos
a
besar el destino con la fantasía
de
un niño feliz que empuja el deseo.
De
mi tierra traigo lo que me cabía
en
el socavón profundo de mi sentimiento.
He
de irme, quedan paisajes para cuidar y voluntades libres para
continuar consolidando los credos de mi ideario como hombre. Me iré
con mi oficio de ayudante, dejando una huella de voz, un corazón más
apegado a este lugar, con la creencia de saber que este ahora que nos
puso en ardores la forma de amar sea de corpulencia tan fiel como
generosa y sepamos encontrarnos con toda la dignidad en cualquier
lutón de la vida, nos saludemos en abrazos, hablemos del Prado de
Osma, nombremos a la Madre y digamos amor cuantas veces nos quepa en
el tiempo. Y Seguiremos pronunciando el eterno Pregón a la Santísima
Virgen de Piedras Albas y a la amada tierra que tanto veneramos.
Gracias
a todas las gentes antiguas y nuevas de El Almendro y de Castillejos.
Así hicisteis otra vez honor en mi vida.
¡Viva
la Santísima Madre de Piedras Albas¡.
Ramón
Llanes Domínguez
Villanueva
de los Castillejos
15
de marzo de 2008.
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