LA
INSOLENCIA DEL OLVIDO
Habíamos
olvidado las formas de escribir y los acentos; los números primos y
la costumbre de lavarnos las manos antes de comer se olvidaron al
poco de aprenderlos; la melancolía de una tarde de lluvia ha dejado
de tener vigencia en la memoria. Recordemos, sí, los nombres de los
miserables que insertan discordia en la mediación de vivir o
recordemos el pacto de agresión de quienes les sacan partido al odio
o recordemos que la muerte en África es una lotería; recordemos
todo eso, que es ignominia y fracaso, que no duele ni enriquece.
En
el tránsito no estaba prevista la amalgama de tonos oscuros del
amanecer, la noche antes se había pintado para forjas de claridades
y sucumbieron los sueños de quienes querían saltar vallas de
esperanza y fueron agua de olvido. Se ahogó la vida, con ella el
respeto, con ellos la vergüenza. Y es proceder en una iglesia
oficial, de la religión que defiende la existencia, hablar de dios
como redentor de males y salvador de causas perdidas y comulgar con
la fe y marcharse en paz a los rediles. No dolió la muerte, ya era
olvido, insolente olvido incapaz de formar filas de rebeldes para
salvar algo, acaso una respiración.
Por
qué se entristece este tiempo de ventanas cerradas y ni una luz se
cuela por la rendija del proyecto; por qué las rosas ni son rosas ni
huelen a dos días después, por qué el adiós a las memorias para
bien de los olvidos. Y la injusticia, por qué; y los abusos, por
qué; y esta constante dolencia de tripas de tanto desencanto, por
qué. Maldito olvido que nos enfila a oscuras conciencias y laxa
verdad. Todo esto no era preciso para vivir.
Ramón
Llanes. 9.2.2014
publicado hoy en diariodehuelva.es
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