REQUIEM CON MÚSICA
A
cuantos seres queridos se nos van
de
las manos en cualquier descuido
o
sinrazón.
Un adiós es la regla
de la despedida allá donde no quepa lo tangible de un abrazo o donde
el espacio se haya cerrado entero con silencios. Donde se caiga el
aliento, donde la brusquedad no sea esperada, donde el temor
coaccione los sentimientos, donde un piropo parezca un insulto, donde
se hinche el deseo del adiós. Un réquiem con música para que el
adiós no sea un fracaso, para que no toque solo a uno toda la parte
de desesperanza.
Boquiabierto el ánimo,
detrás llega en empujón el calendario, se hacen ganas porque desde
arriba todo parece empezar, abajo se durmió en la lluvia el pasto
mojado. Y el agua aplaude cuando se abraza al suelo, los años pasan
en balde, se van distorsionados y aún sin todos los crepúsculos
consumidos desaparecen como sin tal cosa. De ellos recordaremos acaso
sus acontecimientos, nunca su primera o última mueca.
Con música puede que
la altura sea efímera o el año consuma a poco de nosotros el abrazo
del adiós para que unos le pidan su vuelta y a otros le salgan
colores con la risa. Memez o lógica, un recuerdo de no haber sabido
acabar las cosas, eso quedará al final del adiós. Y, sin epitafio,
alguien pondrá amor de por medio con un dosificador de lágrimas en
los ojos, sin tristeza. La cita fue ayer o será mañana, algo
termina y mucho empieza, los ciclos no entienden de horas.
Ramón Llanes.
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