HUELGA DE LUZ.
Leímos el eclipse,
con ojos temerosos, con gafas negras, con la curiosidad de un niño a
quien le explican que solo se trata de una intromisión temporal de
la luna entre tierra y sol; leíamos la semioscuridad, las luces del
neón puestas en la ciudad a las once de una mañana muy abierta y
luminosa, por aquí, leíamos las caras sin extrañeza de los
paseantes. Pensábamos en lo imposible, en lo insólito, en la vecina
del cuarto que jamás lo entendería, en los científicos que lo
detallaron en la tele, en la abuela que relata aquel de mil
ochocientos y pico que le contó su padre.
Al fin, nada
sorprendente, poca fascinación para tanto bombo. Quizá el poeta
tenga razón para otra lectura, quizá el fotógrafo, quizá el
bohemio. Esa mañana, cálida por aquí en exceso, quizá los poetas
buscaran musas o luciérnagas, los fotógrafos buscaran campo de
visión, los bohemios durmieran; o ni al locutor ni a la audiencia
interesara la lectura de estos seres tan raros. Ellos, sin que nadie
les pida baza, piensan que fue una huelga de luz, protesta del
espacio por algo que no cuadra en el sistema evolutivo natural. Esa
es la lectura de los raros, que dejan a criterio de los menos raros
para que la estudien si ello place y concluyan en determinar si esta
licencia poética tiene fundamento en el cosmos o si por el contrario
se trata de una sandez lírica con menos credibilidad que ajuste
científico.
Pero nos faltó la luz
por un tiempo, apenas unos minutos, y leímos que los astros se
equivocan apenas unos minutos y nuestra atención, apenas unos
minutos, también se equivoca al interpretar el fenómeno.
Ramón Llanes.
7.10.05.
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