MIL
NOVECIENTOS.
Me
temo que es hora lírica. Acudimos al jueves con ganas de comprar
remos en el anochecer, para las singladuras del espíritu, para
quedar absorbidos por la docencia del verso. El sitial es un ágape
de olores, ha venido la mar, como siempre; comparece completa la
vulva de anodimia, mil novecientos recuerdos ápodos, la paz pavera y
los elencos de transeúntes que piensan en sonetos y gustan de
escuchar el ritmo en la pedanía del lenguaje.
Un
ángel del torrejón, sin adarve, sube a la luz, con mil novecientas
estrofas suyas diagnosticando nadas y permisos, se hace la voz, se
hace la imagen en el espejo, se hacen los moldes del asentamiento,
está la mar, detrás, como siempre. El poli de turno, actúa de
mediador entre nosotros y la palabra como queriendo encarcelarnos en
ella, detenernos en una hora escasa para el poema. Nos dejamos.
Y
presos, oímos lo que nos echen y balbuceamos versos entre sorbos,
con ideas existencialistas y eróticas, con túmulos y vivencias, con
regresos y ascensiones. Es la facilidad del ángel que nos transforma
en querubines de “mentirijillas”, nos ofrece el premio de un
cielo instantáneo en un lugar sobrecargado de emociones. Ratos para
los marcos de oro que nunca colgamos.
Pudieron
más los elementos complementarios que adornaron la escenificación:
la luz semicaída, los desnudos en la pared, en apuntes de lápiz, la
radio de principios de siglo, los libros esmeradamente olvidados, las
mesas imitando literaturas, el espejo agrandando el espacio, el
nosotros obsesivamente predispuestos a la escucha, la hora de la
lírica y mil novecientas razones más para merecer la comparecencia.
Y la mar, en un fondo oscuro, renunciando a la creación y dándole
belleza a los extremos. Era la culpa del retén de poetas que no se
dejan apagar los fuegos de la lectura o la rapsodia y se pierden
tiempos en otras aceras para izar sus libertades de palabras y se
empeñan en seguir construyendo foros de aguamiel de versos,
asonetados, ambíguos, probetas o burlones. A todos se atreve la
prosaica insolencia del escribidor.
Hay
un lugar en la tierra donde los ángeles poetas bajan los jueves a
medirse en los pensamientos y a soplar la tentación de hacer de la
vida un poema. Acá, en mil novecientos.
Ramón
Llanes. 25-9-98.
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