A
PAYMOGO
Ha
turbado la tarde una fusta de metralla
que
rebusca odio de callejas,
se
esconden tensos los contrabandos
y
ni respira el miedo
ni
la agonía, ni la última lágrima,
ni
siquiera los civiles
carabineando
lomas de perdidas esperanzas.
Que
para ellos la esperanza
estaba
en el encuentro y para otros en la escondida
y
sobrando pies de correrías
y
caballistas enhiestos, los potros
sacaban
el dolor de las entrañas
cuando
despejaban el viento en la carrera,
perdiendo
el verde
la
misión del envite por mordiscos de tierra
y
rabias de hombres.
Delante
la maestranza de la madre,
el
primer querer, la llegada, el beso,
la
rúbrica del fandango, el dormir austero
de
la guitarra.
Delante,escarchas
sin fríos y volteos
de
apariencias de sol,
todo
delante de la vida, hasta el futuro.
Detrás,
los barrancos ahogados por piedras
y
guaridas, los perros acusando presencias,
las
mochilas hartas de espaldas,
los
cansancios de pobres
y
la rareza del hambre.
Han
pasado los seres y los milagros
son
de pago por estos baldíos
y
las palabras se mueven en las venas
con
santa cruz y alferecías
de
mayordomos, con ristras de ardores frescos.
Siguen
siendo los atardeceres
obedientes
y salpican de sangre
las
almenas del castillo,
rezan
y se van.
Ya
no muerde el !alto! en las espuelas
ni
la miseria en los huesos,
muerde
el tiempo a poco de nacer
por
acobardarse de valentías.
Y
siguen las voces fuertes soltando
gritos
contenidos por el amor
y
desgarrados de la verdad
del
cante. Y siguen los vicios de arrear
caballos
y los vicios del amanecer despierto
en
estribos y aguardiente.
Para
el recuerdo fueron los “desalivios”,
para
la aurora los deseos,
para
siempre la dulce pasión
por
la tierra,
terrones
y solanas de Paymogo.
Ramón
Llanes 30-9-98
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