ANDÉVALO
Tierra
que inventaran los tiempos, con sus especiales características, su
connotación de riqueza interna y sus vaivenes cíclicos que han
impulsado o devastado la economía y por ende el pulso germinal del
patrimonio en su vena de cultura. Intacto permanece el deber de
conservación de los rasgos definitorios que poseen sus tradiciones y
sus habitantes. Aunque a fuerza de despropósitos se haya hecho muy
patente la gran tenacidad por la simple supervivencia, -escaseando la
cualidad del mecenazgo o las apuestas por la primacía del problema
del futuro- aunque así haya podido ser, la ideología ancestral que
impera, imprime el carácter pleno de amparo por cuanto de tesoro
natural o costumbrista guarda su temporalidad y su gran espacio, tan
abrupto como rico y admirado.
El
Andévalo conserva en cada pueblo, en cada rincón y en cada gesto o
mirada una efemérides digna de elogio y celebración. Mírese el
paisaje pálido, la profundidad del empeño, el horizonte
entrecortado y ajeno a los verdes, las dehesas milenarias sombreando
los pastos y alimentando el ganado; mírense las crestas pedregosas y
las fantasías extrañas que forman las minas, mírense las copas
altas de los sombreros de jamugueras y gabachas, mírense y
obsérvense con ojos de curiosidad cómo suena un fandango por las
calles de Alosno, cómo bailan los hombres a los santos, cómo se
hacen las rosas con miel, cómo se mitigan los pesares que mandan las
muertes; mírense los fuegos que son expresiones de pleitesía en los
albores del invierno, cómo se visten las mujeres en el Prado de Osma
y en el Cerro del Águila, cómo no se cansan los devotos de Coronada
para traerla y llevarla, cómo se parecen las formas que dibujan en
las caras las emociones y los sentimientos y tal vez mírese cómo
alivia el alma una “sonanta”. Son nuestros encantos
imprescindibles.
El
Andévalo requiere una atención constante y un mimo amoroso de
diario; es como un cofrecillo de ternuras a donde es obligado echarle
pensamientos vivos y arrumacos con la misma frecuencia que surgen del
propio sentido quienes le prestan su ilimitada dedicación. Con la
razón se entenderán las solvencias emblemáticas que distinguen El
Andévalo y quizá con el corazón se entenderá la tanta pasión que
genera. Mírese desde tierra a cielo y lo sabrá, cálese de sus
adentros y lo amará.
Ramón
Llanes. 29.1.2014.
Publicado 31.1.2014 en huelvabuenasnoticias.com
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