MOMENTOS
El
inevitable clarín del tiempo llama a seguir. Y siguen la vida y sus
consecuencias. La vida porque no hay remedio o invento mejor y las
consecuencias porque son los parásitos de ella que se benefician o
perjudican según tarea o descanso. Vienen halos de otra luz a los
baldíos, a los esteros viejos, a los campos olorosos de Prado de
Osma, a las orillas del Odiel allá por Coronada, a los terruños
ocres de las dehesas solas y a la bienhechora y letal sierra. Y sigue
limpia, con arrullo de vida, nuevas vidas, con arropo de contagios.
Aquí y allá, coplas que parecen rezos o rezos que parecen coplas y
tienen una dimensión local, pequeña, como los grandes
acontecimientos que se hacen entre pocos.
Es
vida de Pascua con advocación de Piedras Albas con la arrogancia de
los pobres, un disimulo de congoja en los adentros, una alegría
externa que moja y empuja, un espíritu de continuidad y fuerza. Vida
de esas que han pasado chequeos por todos y preven un diagnóstico
casi de perpetuidad. En El Almendro montan los niños jacas sin
crines y se pasean a los asomos de una espesura de ojos que les
acarician con el silencio, trotan con viento y casta guardando la
inexperiencia. En Castillejos monta también una mujer de peineta
alta, luce cortesía, se agencia espacio y colma el revuelo sus
ansias del año para una diversión acompasada a Piedras Albas, Madre
de los pagos, de los cabezos , de los predios ganados y de las almas.
Esa es la vida allá, ahora.
Es
vida de “traida” por las estribaciones del Morante en advocación
de Coronada. Calañas, en su trasiego del ir y venir hacia la
reminiscencia de su templo en Sotiel , encima justo de la bocamina y
en un baño de grao , adorna esa luz que reniega de estíos y se
vuelca en primavera. Mientras los pájaros reinan la naturaleza, sin
otro testigo que ellos mismos, se anuncian que hay que traerla y se
trae a casa para procesionarla sin misterios ni ruidos. Ayer.
Momentos
enigmáticos que la agenda del tiempo lleva con pulcritud histórica
para que nada falle de la vida que se agita en planos de
conservación. Muchos de ellos quedarán en un anonimato eterno, solo
una vez vividos, jamás repetidos. Los próximos serán distintos a
pesar de la similitud y abdicarán del protagonismo para que los
siguientes tengan sobradas fuerzas de comienzos y “terminos”.
Viviéndolos se construyen la vida asemejada a su propio troquel,
gentes de los veneros andevaleños que persisten en el agarre a la
tierra y al
cúmulo
de costumbres que les acercan a la búsqueda de la felicidad.
Existirán
un millón de razones más para explicar la importancia de estos
momentos que se describen e incluso muchas maneras más de hacerlo
pero la sombra de un semiatardecer de abril invitó a este
pensamiento puesta la pretensión en aportar afecto a las tierras
madres, como tributo a tantos calores, a tanta prominencia y a tanta
verdad.
Ramón
Llanes.
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