INFIELES
Tomás pensó que podía ser infiel a su capricho porque sus amigos no lo eran y a él le seducía mucho la idea de ir al contrario que sus amigos por la vida; pero Tomás también perseguía la perfección y procuraba dotar a su fe de una consistencia suficiente como para no desfallecer en los principios inculcados de devoción a todos los habitantes del cielo, era creyente hasta la médula, rezaba a destajo, proclamaba la omnipotencia de su dios creador y andaba por el mundo haciendo el bien como quien respira y por todas esas cosas era muy considerado en su sociedad.
Pero Tomás se hizo infiel consigo mismo al buscarse los adentros de sus partes más íntimas y pecar desaforadamente contra los mandatos de los credos que defendía. Y bien que sabía de su historia pecaminosa de cada tarde que a la hora de la siesta jugueteaba con su cuerpo y sentía el placer natural prohibido. Y nunca supo descubrir este secreto en el confesionario, llevándose una media vida sintiéndose un maldito por estar destinado al fuego eterno.
Murió Tomás un día de abril y fue recibido en el paraíso celeste donde encontró a compañeros de la tierra que siendo incluso más pecadores que él habían alcanzado el premio de la gloria de dios; quedó extrañado por no considerarse merecedor de tal privilegio. No se hizo a la idea hasta que en una de las terapias con ángeles custodios y personal del montón en los suburbios del mundo pasado, el jefe advirtió que los juegos eróticos consigo mismo nunca fueron mal vistos en las alturas ni fue considerado acto pecaminoso, incluso ni siquiera la infidelidad carnal con personas distintas a quien se estuviera comprometido. Esas teorías son consideraciones terrenales impuestas por el derecho civil de los humanos que no tienen vigencia en el cielo donde solo se aplican las leyes divinas -dijo el Director General de la Curia de dios-.
Y Tomás se arrepintió de haberse muerto.
Ramón Llanes.
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