RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 20 de marzo de 2011

DIQUE GRANDE. THARSIS

FLOR DE RETAMA EN THARSIS. 19.3.2011

sábado, 5 de marzo de 2011

POR UNA MUJER (dedicado a todo el universo de las mujeres)

POR UNA MUJER


Por una mujer he soñado besos,
copiado los movimientos exactos de las estrellas;
por una mujer, los pies han tenido voces y destinos,
calenturas los ojos, reino las manos;
por una mujer me reforcé los recuerdos,
me perdí en las tuercas del viento,
me desperté sonriendo muchas veces;
por una mujer he llegado a las nubes, he caído
en el temblor de la tormenta,
he vuelto a nacer todos los días;
por una mujer soy prestidigitador y payaso,
soy genio y loco, padre y mendigo;
por una mujer aprendí el amor.

R.Llanes. 5-3-2011.

COLUMPIARSE O VIVIR

COLUMPIARSE O VIVIR


Denota indigencia.
Escribo, escasamente de vivir,
la pared de atrás
es la delantera, no tiene puertas, no enseña
el número de la calle,
se saluda a la desolación
cuando el columpio cambia sus colores
por óxido. Ni flores ni ortigas
solo el resplandor de un sol caído,
solo una ráfaga de aire
que se columpia en la vida aquella
que por suerte no es la mía
y se parece.
Contar los placeres ahora es impropio
más impropio resaltarlos,
más impropio volverlos a vivir.
Conforme al estado
valga un vaivén de columpio
imaginando que la luz se encendió
y huele de nuevo a nosotros.



Rll. 18-7-07. (21.35)

EL MERCADO DE LAS IDEAS.

EL MERCADO DE LAS IDEAS

Al principio fue un pensamiento, que se hizo idea, que se hizo proyecto, que se transformó en diseño, que se hizo público, que gustó…y se llevó a la realidad cumpliendo los plazos señalados y previstos. La primera idea, casi fugaz, solitaria y endémica, incompleta y poco salpicada de valores, es en este momento en que sostengo contigo este trámite de entendernos, un mercado de ideas; sí, un mercado de ideas que se encuentra en la posibilidad de cada cual, en su capacidad, en su órbita de desarrollo, un mercado de ideas extendido por todas las mentes y con sustrato bioquímico suficiente como para alcanzar la razón, la meta, el sueño o la utopía.
Son productos ya consumibles de ese mercado de ideas, donde se compran y se venden, los puentes que unen sentimientos (que ya son muchos), los libros que encajan en cualquier vida (que son incontables), la miel de brezo( que es riquísima), el jabón de miel (que es original); todas las ideas con un mínimo de franquicia han sido puestas al servicio de los hombres y de los tiempos. Recordemos que la electricidad fue una idea, que la camisa fue una idea, que la catedral fue una idea, que todo lo que nos ocupa, primero fue una idea.
Las ideas se inflan, cunden, no se acaban; son patrimonio del torpe y del sabio, del inteligente y del pasotas, del macarra y del vanidoso. En el mercado de ideas, sin embargo, no existe pócima que evite la soberbia ni medicamentos para inspirar la paz. Es de esperar que este mercado vaya en aumento de productos y que muy pronto encontremos en la primera tienda de la mano izquierda, según se entra, soluciones para seguir resolviendo nuestro mundo a través de nuestras propias ideas, que luego serán proyecto, que después se transformarán en diseño y más tarde serán sueño cumplido. No olvidaré llevar al mercado esta misma idea.
Ramón Llanes. 12-3-2010.

DIQUE PINO. THARSIS

EL SOL DE TIERRA Y AGUA (THARSIS)

EL JUEVES QUE PERDIÓ SUS ZAPATILLAS (cuento)

El jueves que perdió las zapatillas.

Llegaste, apenas sin yo pensar que vendrías. Estuvimos juntos andando el camino posible de un escondite detrás del árbol cuando ni de tapar medio cuerpo era capaz, nos buscamos porque siempre sabemos que los sitios para encontrarnos son los nuestros de casi toda la vida o los que conocemos para entretenernos a demostrarnos simpatía y cariño. Alba intentaba saber a qué jugábamos sin comprender del todo el alboroto de tus voces, tus correrías o tus carcajadas de niño que llevaban un componente de sorpresa más allá de lo usual. Fue ayer, golfete, ayer porque lo recuerdo con frescura. Y ayer era jueves hasta que casi en la altura del ocaso me despedías con tus ojos pinchados a mi nostalgia y me chocabas las manos en señal de cómplice de una jornada agradable.
Pero antes, también jueves por seguir las señas, me pedías buscar los cochinos que imaginabas en el campo de la Tiesa y las serpientes y los leones y las libélulas y no sé cuántos animalitos más que componen tu colección de aficiones de la que nunca quedas completamente harto o decididamente satisfecho. En aquel tránsito que nos llevó al otro pueblo, a veces intentabas dormir pero sin dedicación y hablamos de tus gustos mientras abuela conducía sonriendo cada una de tus inspiraciones.
Luego fue todo actividad, como si el letargo, tu letargo, hubiera durado un siglo y estuviesen entumecidos tus huesos, una desenfrenada inquietud que te hacía tirarte al suelo, subir a la chimenea, arrastrar las sillas, mezclar las patatas con las risas, pedir insistentemente un helado o creerte con sueño hasta acudir al regazo de mamá en demanda de la ternura necesaria. Ni siquiera así te ví cansado, no aparecían signos de agobio en tus gestos, eras un superman indomable que desafiaba las leyes de la libertad. Y lo conseguiste, ayer jueves, una vez más.
Volvimos a casa para cerrar por algún lado el camino inacabable de nuestra conspiración y tampoco fue posible completarlo. A la mañana que me alentó del nuevo día fui a creer que aún era jueves y seguías conmigo en nuestro festín. Y de tanto querer se me hizo un jueves emotivo que perdió las zapatillas y le resultó imposible llegar al viernes. Y ahora sigo en jueves escribiendo lo vivido.


Ramón Llanes. 2-11-07 (19 hs).

EL NIÑO ROBERTO (cuento dedicado a Roberto Bejarano Llanes, mi nieto)

EL NIÑO ROBERTO


Érase una vez un niño llamado Roberto que quería ser grande. Tan grande como para alcanzar las nubes, los árboles y los pájaros; tan grande como para dormir las noches al lado de las estrellas. Y soñaba con todos los animales grandes de la naturaleza, con las piedras grandes, con los grandes ríos, con el mar, con los colores grandes, con las casas grandes.
Un día, al despertar, dijo a su madre que había tenido un sueño grande
Y le contó su sueño antes de coger su maleta pequeña para ir a su guardería.
Y este fue su sueño:
- Era una tarde que parecía coloreada en un papel, tenía el rojo en las últimas luces, el amarillo en el horizonte más cercano, el verde en los árboles, el azul oscuro en las sombras del mar y tenía también un color inmensamente blanco, como un resplandor fuerte que encandilaba los ojos. El niño quedó sorprendido por aquella gama de colores tan llamativos y trazó en un cuaderno las mismas líneas que veía desaparecer con la tarde. Pintó la línea azul del mar y le puso debajo la palabra ABUELO, a la raya verde de los pinares le puso la palabra ABUELA, a la raya roja la denominó PAPÁ Y MAMÁ, luego miró su color amarillo y dedicó éste con la palabra TÍAS. Así fue componiendo su atardecer asignando cada color a una de sus personas queridas.
Cada color era un sentimiento o cada sentimiento estaba representado por un color. Al llegar al color blanco, sin dudarlo un segundo le puso su nombre, ROBERTO.
Jugó con los nombres y los colores durante todo lo que quedaba de tarde, se metía en el azul, se llenaba, mezclaba los colores, mezclaba sus significados, se alegraba y reía cuando los colores, sin rechistar, obedecían sus órdenes. Por fin cogió un lápiz muy grande de color blanco e hizo la mezcla del blanco con cada uno de los colores hasta convertir aquel cuadro en una pintura infantil plena de signos que le transmitían felicidad.
Al formar aquel panel de sensaciones despertó con una sutil sonrisa y volvió a dormirse al instante. Recuperó su sueño. Ahora todos los colores que puso en su cuaderno eran grandes, muy grandes, quizá tan grandes como el tiempo que acababa de pasar por su sueño. Veinte años más en su vida. Se sintió otra vez con su blanco sentado junto al mar una tarde de verano con todas las personas queridas. Pero ahora observó que todas aquellas cosas que le parecieron tan grandes habían disminuido su tamaño. El mar le pareció más pequeño, la tarde le pareció más cercana, más corta, sus abuelas denotaban el paso de los años, sus abuelos no andaban con la misma distinción. Sus padres respondían al rojo de su pasión soñada mientras andaban en el sopor de la arena mojada y la brisa del atardecer. Encontró niños, muchos niños a su alrededor que ahora también formaban la familia. Y sus tías estaban con ellos buscando caracolas.
Se sintió bien, se sintió tan grande como había soñado hasta parecerle minúsculos los árboles, las nubes, los espacios; se sintió hombre, calculó la distancia entre su inquietud de niño y su madurez de 23 años y siguió sintiéndose hombre, tal vez, en aquel preciso momento, el hombre más feliz del mundo.
Al partir, alguien le tomó amorosamente de la mano y le besó, era una mujer tan joven como él, que hacía notar su belleza. Ellos cortaron camino por las dunas y se perdieron en el aroma que la tarde y los pinos ponían en las retamas.
La noche le gustó y la hizo más larga para seguir soñando. Otra vez buscó su cuaderno de colores e intentó dibujar el atardecer haciendo sus signos de sentimientos. Y empezó a dudar. A sus padres quiso ponerles el rojo pero también el verde. A sus abuelas pensó asignarles ahora el azul pero también el rojo. Para sus abuelos inventó el ocre, para sus tías un verde o un amarillo. Las dudas le condujeron a desistir y no pudo acabar su cuadro en su cuaderno. Con una desesperada rabia trató de romper todas las hojas pero también desistió, quiso despertar y no pudo, se quiso hacer pequeño y no lo permitió el sueño. Entonces tropezó con la conciencia y se enfundó en su cuerpo de hombre, sostenía en una mano su libertad de ser mayor y en la otra el empuje de su niñez. Eligió despertar como un hombre aunque todas las cosas fueran a partir de aquí más pequeñas, pero él había crecido, había cumplido su sueño de esta pequeña grandeza de un niño soñador que anhela llegar a ver el suelo desde más altura y a mirar el cielo con más confianza.
El fresco intrépido de la mañana le dio a entender que no había soñado. Al mirar, con recelo, la capacidad real de su memoria le añadió ese momento e inició la jornada con su duda.
Nunca aceptará renunciar a su sueño. Antes de tomar la mochila guardó su cuaderno de colores en lo más intenso de su recuerdo. Dejó la casa y, de la mano de su madre, con el blanco esplendoroso del día, llevó su niñez al colegio, al tiempo que su amigo Javi le despertaba con la misma voz de siempre. Desde entonces tiene la costumbre de ponerle color a los sentimientos y sentimientos al color.
Así lo contó.

R.Llanes. julio 2007.