Qué sabe nadie
Secuencias del panorama cotidiano prescriben un rumbo anodino a las pasiones y las dolencias se hacen símbolos que enajenan. Humanos dicharacheros buscando la noción de un vivir con distintivo verde -por añadirle un color a tan golosa osadía-, los teoremas se rompen en yerbas conversas; nadie espera lo esperado, se ha puesto de negro el horizonte como una sartén sin “avíos” y el estómago empieza a tener su reloj avisando de consecuencias nefastas para el toreo de cada minuto con la cornada expectante para ser hincada al menor descuido. Y nadie se pregunta cómo dorar la píldora a la forma de vivir y nadie pregunta cosas más allá del precio del pan y se ha convertido la avenida en un suburbio insalubre, hediendo a culpa y a petición de ayudas.
No es el mundo pequeño lo que era ni las cosas tienen el tamaño real de anteayer ni es miércoles para un gustazo antiguo. No es el mundo lo que era porque se nota en las enaguas el olor a melancolía y trance, el estado de derecho es una emoción a perseguir en forma de imposible, la razón no es importante. No saben qué comemos ni conocen las letrinas de nuestras soledades. Desconocen la necesidad del esfuerzo, no tiemblan, no mueren indecisos, no cambian.
Es el zulo oculto que nos tenían preparado para restregarlo por los ojos y apretarnos más los dientes con el dogal del miedo. Qué saben de abrazos, de risas, de reuniones, de amigos, de proyectos; qué saben de entendernos, de acercarse, de tenernos en cuenta y de tutelarnos. Parece que se nos ha caído la sombra perpetua en las narices y nos corresponde una parte de luz cada mil años. Nosotros en el agujero, para encendernos cerillas y calentarnos la ilusión unos a otros en espera de un plazo mayor o de una multa menor. Otros haciendo cábalas para recoger una media manzana, un bocado de esperanza o una lombriz perdida que alimente la caridad antes del poco sueño pendiente. Y el tiempo arrinconando los pesares para que nunca sean olvido; un témpano de catarsis se anuncia en los gestos de la tristeza y nadie acude y nadie atiende y no se otea el final de esta tragedia.
Ramón Llanes en Huelvahoy