DEPENDIENTES
La guerra empieza a formar parte de la verdad y ya no son efímeros los bombardeos ni limitados los conflictos; aquí, los demás, confirman la dependencia a estos episodios donde cualquiera es vulnerable y cualquiera puede perecer sin apenas denunciarlo.
La parte de nadie que pronostica el dolor, los dependientes del miedo, todos los deshabituados a las consecuencias de la contienda, que son tantos como casi el infinito, que son los obreros de la paz cotidiana, quienes la hacen posible en muchos sitios y quienes la custodian, todos los utópicos que la han cuidado en la insignificancia de una riña suelta y que no tuvieron acceso a los mercados de armas ni a las fábricas de destrucción activa, todos aquellos de las clases de ética en el pupitre de madera, de la lectura del Quijote en mañanas de frío sin calefacción, todos los inútiles que se durmieron soñando con un mundo mejor o al menos mejorable y que ahora se tiran de los pelos porque se irán en poco tiempo sin haberlo conseguido. Esto no se parece a lo soñado.
Para qué tanto empeño y tanto disloque de revoluciones pacíficas y de manifestaciones en favor de la armonía y de la solución de las cosas, para qué todos los movimientos de lealtad y amor por esos mundos, viviendo debajo de estrellas y pensando en alcanzarlas o para qué la universidad, las lecciones de Filosofía, el estudio de los clásicos, el latín, el griego, Góngora, Lorca; para qué la guitarra al hombro distribuyendo canciones sentimentales por las noches de amistad. Todo, para acabar siendo un dependiente más de la vulgaridad del miedo y de la fatalidad de la guerra; de nada sirvió el espíritu, de nada el trabajo realizado con las pestañas sonrientes, ahora todo se resuelve desde la hipócrita destrucción de los seres con bombas en la conciencia. Otra vez nos equivocamos.
Ramón Llanes
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