Los escoceses convivieron esta tierra cuando las minas estaban en una producción singular y fueron ellos los dirigentes y acompañantes en el difícil arte de ayudar a sacarle rendimiento. Los recuerdos son sucesiones constantes de una feroz disciplina impuesta desde siempre, una prohibición arcaica de mezclas amorosas con los habitantes de la zona y una especial atención a la enseñanza y a la cultura.
Aquellos Makencie, Rudelford, Rentout, Gray, Crossman y otros muchos, formaron vida en estos terruños y marcaban las pautas de convivencia y constituían el poder casi único a distinguir y a obedecer; Glasgow era la capital de estas minas, desde donde hasta los lápices, la tinta y los métodos llegaron a las escuelas durante muchos lustros. La experiencia, vista desde esta distancia, no ha quedado como negativa en la memoria, quizá fueran más los beneficios que los perjuicios. Y quizá venga ahora a restregarnos que nunca se deban los escoceses al olvido por estos afables lares donde muchos de ellos dejaron vida y están acogidos en su especial cementerio.
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