RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

sábado, 5 de marzo de 2011

EL NIÑO ROBERTO (cuento dedicado a Roberto Bejarano Llanes, mi nieto)

EL NIÑO ROBERTO


Érase una vez un niño llamado Roberto que quería ser grande. Tan grande como para alcanzar las nubes, los árboles y los pájaros; tan grande como para dormir las noches al lado de las estrellas. Y soñaba con todos los animales grandes de la naturaleza, con las piedras grandes, con los grandes ríos, con el mar, con los colores grandes, con las casas grandes.
Un día, al despertar, dijo a su madre que había tenido un sueño grande
Y le contó su sueño antes de coger su maleta pequeña para ir a su guardería.
Y este fue su sueño:
- Era una tarde que parecía coloreada en un papel, tenía el rojo en las últimas luces, el amarillo en el horizonte más cercano, el verde en los árboles, el azul oscuro en las sombras del mar y tenía también un color inmensamente blanco, como un resplandor fuerte que encandilaba los ojos. El niño quedó sorprendido por aquella gama de colores tan llamativos y trazó en un cuaderno las mismas líneas que veía desaparecer con la tarde. Pintó la línea azul del mar y le puso debajo la palabra ABUELO, a la raya verde de los pinares le puso la palabra ABUELA, a la raya roja la denominó PAPÁ Y MAMÁ, luego miró su color amarillo y dedicó éste con la palabra TÍAS. Así fue componiendo su atardecer asignando cada color a una de sus personas queridas.
Cada color era un sentimiento o cada sentimiento estaba representado por un color. Al llegar al color blanco, sin dudarlo un segundo le puso su nombre, ROBERTO.
Jugó con los nombres y los colores durante todo lo que quedaba de tarde, se metía en el azul, se llenaba, mezclaba los colores, mezclaba sus significados, se alegraba y reía cuando los colores, sin rechistar, obedecían sus órdenes. Por fin cogió un lápiz muy grande de color blanco e hizo la mezcla del blanco con cada uno de los colores hasta convertir aquel cuadro en una pintura infantil plena de signos que le transmitían felicidad.
Al formar aquel panel de sensaciones despertó con una sutil sonrisa y volvió a dormirse al instante. Recuperó su sueño. Ahora todos los colores que puso en su cuaderno eran grandes, muy grandes, quizá tan grandes como el tiempo que acababa de pasar por su sueño. Veinte años más en su vida. Se sintió otra vez con su blanco sentado junto al mar una tarde de verano con todas las personas queridas. Pero ahora observó que todas aquellas cosas que le parecieron tan grandes habían disminuido su tamaño. El mar le pareció más pequeño, la tarde le pareció más cercana, más corta, sus abuelas denotaban el paso de los años, sus abuelos no andaban con la misma distinción. Sus padres respondían al rojo de su pasión soñada mientras andaban en el sopor de la arena mojada y la brisa del atardecer. Encontró niños, muchos niños a su alrededor que ahora también formaban la familia. Y sus tías estaban con ellos buscando caracolas.
Se sintió bien, se sintió tan grande como había soñado hasta parecerle minúsculos los árboles, las nubes, los espacios; se sintió hombre, calculó la distancia entre su inquietud de niño y su madurez de 23 años y siguió sintiéndose hombre, tal vez, en aquel preciso momento, el hombre más feliz del mundo.
Al partir, alguien le tomó amorosamente de la mano y le besó, era una mujer tan joven como él, que hacía notar su belleza. Ellos cortaron camino por las dunas y se perdieron en el aroma que la tarde y los pinos ponían en las retamas.
La noche le gustó y la hizo más larga para seguir soñando. Otra vez buscó su cuaderno de colores e intentó dibujar el atardecer haciendo sus signos de sentimientos. Y empezó a dudar. A sus padres quiso ponerles el rojo pero también el verde. A sus abuelas pensó asignarles ahora el azul pero también el rojo. Para sus abuelos inventó el ocre, para sus tías un verde o un amarillo. Las dudas le condujeron a desistir y no pudo acabar su cuadro en su cuaderno. Con una desesperada rabia trató de romper todas las hojas pero también desistió, quiso despertar y no pudo, se quiso hacer pequeño y no lo permitió el sueño. Entonces tropezó con la conciencia y se enfundó en su cuerpo de hombre, sostenía en una mano su libertad de ser mayor y en la otra el empuje de su niñez. Eligió despertar como un hombre aunque todas las cosas fueran a partir de aquí más pequeñas, pero él había crecido, había cumplido su sueño de esta pequeña grandeza de un niño soñador que anhela llegar a ver el suelo desde más altura y a mirar el cielo con más confianza.
El fresco intrépido de la mañana le dio a entender que no había soñado. Al mirar, con recelo, la capacidad real de su memoria le añadió ese momento e inició la jornada con su duda.
Nunca aceptará renunciar a su sueño. Antes de tomar la mochila guardó su cuaderno de colores en lo más intenso de su recuerdo. Dejó la casa y, de la mano de su madre, con el blanco esplendoroso del día, llevó su niñez al colegio, al tiempo que su amigo Javi le despertaba con la misma voz de siempre. Desde entonces tiene la costumbre de ponerle color a los sentimientos y sentimientos al color.
Así lo contó.

R.Llanes. julio 2007.

No hay comentarios:

Publicar un comentario