RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

martes, 23 de abril de 2024

CIGÜEÑAS

  

 

CIGUEÑAS.

 

 

Ya no se van las cigüeñas en otoño para volver al campanario por San Blas, se quedan mudas en el confort de las primeras horas del invierno soportando el templo frío y las peinadas acacias chorreando hojillas por los suelos. Qué les habrá inducido a permanecer, quién hostigaría antaño la presencia para que emigraran a cúpulas más templadas. Qué pensarán ahora las cigüeñas, que a tanto les notamos, que a tanto les percibimos, envueltas, a veces, solo por el pararrayos torcido, por la espadaña descalada, por el rumor.

Las cigüeñas son de nosotros en el aire y en los charcos, nacen y se reproducen a cuenta de nuestra inagotable naturaleza y viven a pulso de equilibrista en la continuación de la altura a la que nunca llegamos y nos ayudan a mirar hacia arriba; y nos observan y sueñan que somos suyos, y nos redimen de la distracción en las homilías de mayo y en los egregios libros que las nombran. Las cigüeñas han montado su guardia y su cuartel en esta esquina del sur por temor a la pérdida de la alta alcoba, sudan y se mecen entre ramas secas y, al igual anuncian que erramos o caemos. Por eso son del tiempo nuestro las cigüeñas, solapadas y contrarias a los remolinos y al espasmo.

Están contemplando cementos y céspedes y solo vinieron a procrear, a dominar naturalmente el medio al que se deben  y después una más allá que no pasará de una mirada traviesa, una mancha blanca en la puerta de la iglesia, un levantar alas y muchas dormidas a pie cojito, sin tambalear ni cimbrearse a costa del de la depresión o el mal humor.

Cuando se vayan otra vez las cigüeñas en otoño y los campanarios se duerman de aburridos a nadie despertará la campana y a solo esquila de luto tocará en los ocasos. Líricamente el tejado necesita a la cigüeña como ella al tejado, emocionalmente también se atraen, nada les impide seguir acompañándose pero nunca descifra el lugar escogido, será su único misterio. Mas la cigüeña colabora en el equilibrio de la naturaleza nuestra, a veces en exceso, y agota de ratoncillos y roedores los poblados estercoleros que se prodigan. Quizá por ayudar, permanecen atentas a la función de equilibrar y nadie lo agradece.

Otra vez que se vayan las cigüeñas en otoño, dejará de ser otoño, o las estaciones se habrán prolongado, como dicen, y los campos tendrán paciencia para más crianzas y sonará una melodía de ausencias de blanco y negro, de zancudos y picos largos y los púlpitos sobrarán de mudez y los crepúsculos serán de color rojo amarillo sin figura ni elegancia.

Para cuando otra vez se vayan las cigüeñas nos gustará no vivirlo aunque el tiempo nos haya favorecido en madurez y los campanarios altos y los arbotantes se conviertan en canción de musa y en equilibristas de los ocasos.

 

 

 

 

                                                    Ramón Llanes

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