RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 16 de octubre de 2014

FANDANGONÍAS

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Fandangonías

Una especie de tránsito atemporal hizo del Andévalo el venero místico del canto. La creación se extiende, sin despeñarse, por cuanta tierra germinadora recibe el primer esperma de tonos y se produce y reproduce el milagro de la nacencia, también para esta música que será reina y nodriza en solaz y tajo. Algún fenicio artista, inspirado en los contrastes, algún romano menos avasallador, algún árabe poeta, acogido al seno de los dioses altos, o quizá algo de todos, propuso o propusieron a la historia una fórmula de calor para los encuentros fríos o para romper los hielos en la primera llegada. Al principio fue la músíca, al principio fue el verso. Nada ha de importar en el devenir, los pasos no modifican el resultado de un producto espiritual puesto cerca de las manos de los hombres en el trasiego de las minas o en la brizna de la siega. El resultado es el goce en la escucha, el goce en la voz, el goce en el aire, el goce para sentirse mezclado con el menester del canto, hecho a la solem nidad de los pobres en púlpitos de tabernas. Y la resurrección del hombre por la sola presencia de la guitarra, aparece la cadencia del desgarro, se expresa en un desahogo de rabia o cortesía con la misma



elegancia de un barítono, es la grandeza del

FANDANGO. Cuando la primigenia luz del tiempo, en esta

nacencia de arpegios, se hace ritmo en la veleidad del hombre de abajo, el cuerpo torna su pulso apacible por un grito a motor que desquebraja los muérdagos de la sombra. Se asoma la voz, en canal, a la avaricia del seno, en los espeluznantes rizos de la mirada absorta, componiendo compás en la mesa con los nudillos de los dedos. El tiempo ha dado a la costumbre esa impaciencia de bemoles. El virtuoso se sacia a sí mismo y presta lucimiento, el atento mete baza a coro cuando es llamado por empujes de canés al uso. Todo es costumbre en el Andévalo en trato de músicas. Se anega el ambiente por una conciencia de atenciones y prestancias, por unos silencios de vicios, por roces púdicos de armonías convivenciales, por remansos de sosiegos y por sorteos de letras para herir o enamorar. Se anega el consistorio de trinos de "cabaeras" unísonas, adormeciendo o despertando al ebrio sonámbulo que está en los cielos de una tabla, con ángeles de copas vistos en la vecindad más cercana; pero a él, el sueño le sabe a la primera gloria ganada, solo por oir fandangos. La pasión del sobrio en esta reunión secular, alcanza razones de tréboles de cuatro hojas, que se va encontrando a cada palabra, a cada giro. Es un verso la cotidiana inspiración en las musas del terruño porque los hitos son las pequeñeces y los goces también.



Para qué prestarse a indagar fuentes lejanas. El fandango llegó al Andévalo en cuerpo y alma aunque del infinito viniera; y llegó filósofo y dulce y recibió plasmas poéticas y saberes; qué más que la herencia legada puede aprehender en venas como bálsamos de calostros y olores en gulas de mastrantos; qué más para pulsarse al alba cuerdas de sentimientos y surgir de la nada en la sorpresa de un delirio por un amor ganado al desvarío. Es nuestro como la tierra, como la paz, como el barranco, o nosotros somos del fandango, que ya estaba cuando llegamos. En una u otra opción, indudablemente, nos pertenecemos sin remedio. El fruto de esta vida que nos mancha en el "todo" de los pentagramas de cobre y paja, conforma un sustento espiritual llamado fandangonía, como mejor adjetivo madre para definir a quienes nos encontramos bajo la influencia de esta custodial filosofía. Es algo más que cantar, es mucho más que cinco versos. Fandangonía es una actitud genética que tiene su caldo de cultivo solo en los seres descendientes de Ande-Baal, y con eso ni la historia podrá, aunque la modifiquen los tiempos. Es el legado caracterizador e idiosincrático del país de Andévalo, que surte su forma de ser con esta principal cualidad, hereditaria al principio y reconstruida y ganada cada vez más en el propio devenir. Pero la fandangonía ha conformado un largo trecho de opciones de tipo musical, interpretativo, poético y de costumbres, merecedor de un debate intrínseco y resolutivo como para propugnar conclusiones que sirvan y adecuen los

pilares básicos actuales sobre los conocim ientos del fenómeno folclórico del fandango que llega a rebasar la propia frontera de lo meramente musical y se encarta con una 'fuerza inequívoca en el contexto del acervo cultural con un grado de privilegio. El fandango, expresión popular, liberado de la cárcel de la taberna y ensalzado a los foros de cámara de universidad. Conscientes de la importancia de las tendencias en los estudios e interpretaciones del fandango nos proponemos aportar nuestra particular investigación con respecto a ellas y dejar abierto un postigo al propio discurso de la fandangonía para cuantos estudiosos quieran adentrarse en este inacabable socavón de misterios que es el Andévalo con todas sus consecuencias de 'filosofías folclórico-culturales. Sin pretensión de exhaustivistas y sin ánimo de pecar con los movimientos típicos de los "ismos", planteamos un parecer siguiendo la libertad de nuestro estudio y conocimiento del tema para desembocar, si cabe, en la aportación a su engrandecimiento.

1.-Los clásicos.La historia muy extensa de la expresión fandango en sus valores interpretativos y emocionales, nos lleva a ahondar mucho en todos sus caracteres desde que la luz creara este primer número popular. y cierto es que ha servido de innumerables estudios para determinar en establecer una casi dogmática simbología con tango y con fado. Estas dos expresiones colaboran de manera real



para corroborar que existe un entronque simbiótico entre ambas y entre estas y el fandango. De aquí parte la aseveración después de construir de una y otra forma las premisas necesarias para llegar a tal conclusión, por cierto ya establecida en algún tratado pero no excesivamente cuidada la teoría de su prueba. Pero esto no viene de lejos y antes hemos de remontarnos un poco más si queremos traernos al positivismo relatado que dio lugar al encumbramiento del fandango. Alosno es, sin duda, la cuna base, no solo de un nacimiento consustancial al medio, al entorno y al momento, sino también la madre amamantadora, la almohada, la nana tierna, el padre tutelador (por su valor popular), el cofrecillo guardador y el aire acariciador y transmisor. Alosno es todo, en esta conversación del fandango, aunque sea también imprescindible nuestro encuentro con otras zonas de influencia. Desde esta óptica notablemente empírica la concepción clásica del fandango no pasaba más allá de una alegre tonadilla sin acompañamiento instrumental y que nos llegaba por la tradición oral a través de los siglos y que pudieron legar tartessos, árabes o sefarditas. Incluso cuando tenemos más fiel conocim iento de su valor lo conocemos como fandanguillo, quizá por su carácter menor dentro de la gama del flamenco o quizá por su utilización como cante para ser bailado. Tonadilla, pues, aligerada y viril, con letras alusivas a situaciones de tipo festero y costumbrista. Así las cosas, el intento comparativo con fado y tango se antoja

descabellado y desproporcinado. Los dos son músicas con melodías lentas y románticas y con la única similitud en lo relativo a su posibilidad para el baile. De aquella primera concepción nos aparecen, en el centro de la etimología (Alosno), por circunscribirnos al núcleo fuente, Bartolo

de la Tomasa, que constituía su fórmula en la expresión en un contexto puramente localista e incluso más reducido, el familiar, dotando a su cante de matices simpáticos en las letras y armoniosos en la interpretación y saliéndose un poco de la norma habitual. Don Marcos Jiménez, uno de los fundamentos más importantes en la raiz del cante por fandangos. Su dominio del contenido, su énfasis en la voz, sus bellos tonos graves, su parsimonia en los gestos y su peculiar solvencia en el saber, le hicieron merecedor de patriarca del fandango y hombre insigne de Alosno. A él deberán las generaciones posteriores una gloria y un detalle de homenaje para testimoniar el agradecimiento por su aportación al fandango en particular y al folclore en general. Por otra parte y ya más cercanos en el tiempo Pedro Carrasco, ese venero de emociones, que deleitaba hasta con la blancura de su pelo y que hacía grandes los estilos que se mezclaban en su boca. Su fuerza interpretativa combinaba con la dulzura del cané, trenzándole la melodía del grave en las salidas y la intensidad del agudo en el final, llegando a enriquecer el quejío y luciéndose con la

misma facilidad que en el primer tercio, sin muestras de esfuerzos. En la misma pléyade de clásicos nos permitimos encuadrar a María la Conejilla, Juana María de Felipe Julián, El Perrengue e incluso Antonio Abad, aunque todos ellos, como ya comentábamos, participaron en la creación en términos excelentes apoyando las melodías clásicas con sus particulares formas de interpretación. La guitarra empieza a ser imprescindible en dicha época y ámbito. De esta generación surgen virtuosos del "rasgueo" que han de marcar una huella casi infinita en la historia. Los antiguos de las cuerdas de acero, aportan un sonido de laúd, como antaño, y discurren de la facilidad al golpeo con la intensidad necesaria para que la sonanta sea capaz de llegar y de calar. Muchos han sido los guitarreros dignos de mención pero no basamos nuestro estudio en ofrecer una lista completa de intérpretes y de ahí que dejemos en este olvido a algunos de ellos. Tío Gaspar, Manuel Ramírez Correa, Fernando Camisa, Juan Correa, Rafael Zamorano, Sebastián Perolino, Angel de seña Pura, Antonio Abad, Valle, y sobre todo Bartolomé "El Pinche", ( que merece trato aparte), fueron quienes llenaron de música las calles de Alosna, los silencios de las minas y las juergas inacabables. A éstos y a tantos otros hombres de guitarra al hombro y cara siempre de deseos, debemos la evolución de los tonos y los acordes y debemos, como no, más grandezas que miserias. Dejamos este capítulo sin cerrojo, queda extendido a todos aquellos que de una u



otra manera y en una u otra manifestación plasmaron su saber al servicio la tendencia ya expuesta.

2.-El modernismo.


Al igual que en cualquier manifestación artística, los gustos por las nuevas formas expresivas en la faceta del arte de la interpretación del fandango, en este medio minero-rural, altera los moldes existentes naciendo una tendencia llamada modernismo que afecta también al espíritu que preside la interpretación. Aún casi sin haber salido del cascarón de la taberna el fandango evoluciona con sapiencia sin tener que olvidar la casilla de la ortodoxia. En este apartado dos son los elementos constructores de esa nueva cadencia. En el cante Paco Toronjo y en la guitarra Juan Diaz. Ambos contribuyen determ inantemente a la propagación del fandango y a su enriquecimiento melódico. Paco Toronjo, al comenzar su periplo musical con su hermano Pepe y todavía acompañados la mayoría de las veces por El Pinche, se apuntan al fandango a dúo y a las sevillanas bíblicas pero tienen la osadía de pararlo y de enchufarlo en un cable de conexión tan distinto que empieza a ser más valorado y empieza a lIamársele fandango en vez de fandanguillo como' hasta entonces. En realidad no se fija una fecha concreta ni un acontecimiento como para concederle el patrimonio pero viene a acusarse dicha evolución merced a la práctica de cante de Los hermanos

Toronjo y de Juan Diaz. Este hace de la guitarra un instrumento orquesta para el acompañamiento y aquello que se limitaba a ser mero espectador casi mudo se realza al techo de igualdad con el cantaor, tapándole, dándole las entradas, supliendo sus defectos y floreando los intervalos. Juan Diaz le otorga ese don, relaja a la guitarra, la sube a escena, le da primicia de concierto, la amansa incluso y la sublima. A partir de entonces esta evolución le sirve de soporte emblemático para ser por sí sola sin acopio de voces. Y en la misma alteración subliminal Paco Toronjo concede al fandango meta nueva. En principio parece que hace solo un salto de normas sin sentido de acierto que molesta a los puristas en la fandangonía, pero el tiempo le acepta la ruptura a la norma congelada y entiende que su rasgo magnifica la interpretación. A él se deberán muchas de las formas de la interpretación aunque ciertamente casi se acomodara al final a un fandango menos purista y menos andevaleño. José Maria Martín Infante "El Paymoguero", relució poco tiempo pero lo hizo con una grandeza inconmensurable. La potencia de su gran voz y la belleza de la misma le dieron merecimientos suficientes para estar en este importante tratado de fandangonía. Y ajustado a esta escuela pero con tintes de ortodoxia hemos de encuadrar a Plácido González, perfecto conocedor de todas las facetas expresivas, muy faborablemente tradicionalista, evocador de sonidos viejos y gran intérprete. Destaca su dulzura en la técnica, su facilidad para los tonos altos en los "valientes" y su no menos importante

dominador de giros y falsetas de cuantos estilos se conocen de fandangos de Alosna. Santiago Salguero, con similitud interpretativa a la de su primo Plácido y con una endiablada capacidad para subir a los tonos más difíciles. Estamos convencidos que casi todos los componentes de la gran familia Salguero merecen estar pero bástenos nombrar a algunos porque sería interminable la lista. José Salguero es quizá una de las voces más privilegiadas que haya podido dar Alosna. Pone un énfasis correcto en su fandango, lo eleva a la largura que le apetece, dentro de su compás, lo lanza con grito de misterio y se lo acaba con la facilidad de un trago. Se ha prodigado poco en estos menesteres y canta menos de lo que debería, porque escucharle es una delicia. Manolo Márquez, Casto y Juan Nicolás, paymogueros de pura raíz, conforman en la actualidad la mejor expresión de los bien guardados estilos andevaleños y alosneros y en verdad que lo practican con suficiencia y dignidad. Y el gran Juan Manuel Soto, tan excelente cantaor como devorador de todos los ratos posibles en donde suene una guitarra. En El Granado canta un hombre con tremenda parsimonia y adecuada identidad los fandangos de la tierra, es José Domínguez IIEI Palma", que engarza perfectamente en esta denominación modernista que aprendió de las voces clásicas. José López , José David y Manuel Peña, de Tharsis, son los exponentes más caracteristicos de la mina. Como quiera que no pretendiamos ser exhaustivos, tienen que perdonarnos otros

muchos intérpretes de calidad que se mueven o se movieron por esta bendita tierra, pero hemos de centrarnos en una figura nacida en la efervescencia de la vid y que aparece en un pronto por estas complicadas filigranas del fandango. Nos referimos a Antonio González Merchante"EI Raya", que llega de curioso a la madre fandanguera, con ojos de niño travieso y cara de listo, y empieza a madurar sus conocimientos a base de mucho estar y mucho aprender por los terrones de la templanza. Y se hace valiente al tener la osadía de cantar como lo hacen los alosneros, y remeda los tiempos, los compases y hasta los dejillos. Y consigue que al poco se empiece a hablar de él como si fuera de la casa. Ese es su mejor mérito; el otro mérito, haber sido capaz de investigar hasta los mismisimos zancajos de la fandangonía y sin cometer errores que la hayan podido perjudicar. También en la guitarra hacemos esta clasificación para incluir en ella esas tendencias más nuevas que rompieron con el simple rasgueo

o que , mejor aún, lo enriquecieron al adjuntarle temples de otra musicalidad. El punteo más adornado, las esencias en los cambios, la doblez en los arpegios y el toque a veces exento de golpe, nos lleva a considerar que en efecto se ha producido un giro importante en el acompañamiento del fandango. El modernismo lo incorpora, como máximo exponente Juan Diaz y los siguen un sinfín de alumnos que le son fieles en los contenidos esenciales del toque. Conviene destacar entre ellos a Silvestre, José Fernández, Ramón J. Diaz (de Alosna), Eduardo Ibáñez (de



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Tharsis), Juan Carlos~f' ( de Cabezas Rubias), IIdefonso Yañez (de Castillejos), y otros tantos ejemplares de atención que pululan por aquellos hormigueos de la sabrosa tierra horadada por el testimonio de sus amadores.

EL IMPRESIONISMO.-Atendiendo a la fórmula artística de la interpretación con el carácter de subjetividad del propio cantaor, podemos incluir en esta escuela a Paco Toronjo, como símbolo principal de ella por haber formado un fandango a su capricho con muchos tintes de dignificación. Y

María la Conejilla, Juana María de Felipe Julián, Antonio Abad, Marco Jiménez y un largo etcétera. A todos ellos se debe el parecer personal, el giro distinto, la mueca agraciada, el contraste. No traemos imitaciones que hayan perjudicado la esencia principal, pero éstos que vienen se lo merecen. Y también José salguero¡ y Santi Cruz (de Castillejos). ~



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EL REALISMO.-La mayor parte de los intérpretes de la zona se encuadran en esta doctrina artística y por no insistir demasiado en Alosna comenzamos por Juan el pollo (de El Cerro), Manolo Márquez (de Paymogo), El Palma ( de El Granado), Gonzalo Clavero (de Calañas), y Leonor Diaz, Plácido González y Santiago Salguero ( de Alosna) y como no el bendito intruso Antonio González "El Raya" (de Bollullos).



Estos y muchos más, porque el Andévalo es fuente inacabable de recursos folclóricos y de recursos de fandangonía como patrimonio apegado a la corteza y al corazón de las "jechumbres" del alma espiritualizada de sus hombres.

Es la historia de un parecer solo a trozos, que lo mejor quizá se esconda en el cajón de los recuerdos. Pero esto también es sublime como la solemnidad de las cosas de la era, el silencio de una cacería o la explosión de un barreno. No cabe otra alternativa que aceptar la herencia y propagarla con la dignidad de nuestros mayores que fueron ellos quienes nos inventaron las conductas y nos regalaron la primigenia razón de la existencia.

Ramón Llanes Domínguez. Huelva, novbre/98.


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