RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

domingo, 20 de enero de 2013

DIARIO CERCANO




A VECES, LA TORMENTA.

Tú, como yo, has oído rechinar los claroscuros de la tarde, desmembrándose de miedo, sin miedo, con los atisbos del trueno, fugándose la luz por rendijas de coladores de aire, temiendo, quién sabe, apagones eternos o adioses de premura. Porque la insensatez hecha vicio de la tormenta se prodiga en mayo, a pesar de los sueños de crianza en los sequedales mustios de la tierra; a nada se acostumbra el clamor del hombre, sí la montaña; ni el pastor rememora la anterior, ni se detiene en vagas y tristes sensaciones.
Viene, a veces, con reino y tambores, la tormenta. Se trae estéreos de primera marca y vocifera como medrando atenciones, cansa las somnolencias y asusta. Se trae vientos de mares inexistentes, aguas de los grifos ocultos y arcos para los iris de todos los colores, así , en señal de regalo por tanto desalivio. En minuetos sofocantes, elevando hasta la última corchea su fuerza de altura, acrecienta en valor su poderío, va de altiva, pérfida y lozana, por los lacres temblones de los árboles, sin permitir valentías; va y no parchea sus agujeros ni pone en fila los álamos caídos ni mira atrás ni reconoce amistades o paisajes. Va y viene a convencer de destrucciones que nunca alega.
Morirá en una cama de pocas brisas, cansada y artrósica, con edemas de afonía y falta de equipajes y epitafios, la pobre tormenta.
Ya no vienen tormentas como antes, dirán ajenos a los pies de ella, para el cumplimiento de los ciclos tempóreos en la agitación de mayo y para que los animales corran a ningún refugio y los ánades se arrepientan de haber venido. Antes, se apetecían en mordidas y miedo, antes nunca se resumían en una tarde. Las tormentas de antes, seguirán diciendo, arrasaban todas las maldades y dejaban limpios hasta los pensamientos.
Tú, como yo, estamos en la misma armonía cósmica de la tormenta inventando cada cual sus condiciones. Siempre ella nos podrá, siempre nos convencerá de la existencia del respeto a los titulares de los espacios profundos y celestes, sin otra necesidad que la procura por la adaptación.
A veces, la tormenta es ronquido de cíclopes o vírgenes malditas, otras canto de tenores en conciertos universales y siempre resabio de ateridos.

Ramón Llanes. 

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