Cultura...
En tiempos de gobernanza de conservadores la condición de artista siempre ha levantado sospechas, ahora también. Fijemos si no las últimas actitudes de premiados, por razones de sus méritos, cómo han rechazado el galardón por venir de manos que no mostraron por la cultura una especial sensibilidad. Observemos las páginas de los diarios de otras épocas –y de esta también- cómo las cúspides de estos cargos han mantenido siempre cierta repulsa hacia gentes de la farándula –término que engloba las formas líricas del concepto-; y obsérvese cómo ha primado una presión de hecho practicada en las restricciones y los descalificativos muchas veces entre sorna vana e ironías institucionales de poco calado ético.
Ser artista, es ser indeseado, ahora. Y existe una explicación lógica pero maldita para esta afirmación. Quienes hacen el mundo de la cultura y quienes lo mantienen en sus altos niveles de admiración nunca han sido adeptos a las posiciones conservadoras y han mantenido un histórico rechazo por los métodos de la derecha. Es un hecho probado, de recorrido muy largo y expresado a través del tiempo. Las ideologías del adoctrinamiento no fueron compartidas ni aceptadas por esa clase ciertamente bohemia y rebelde amparada mejor en las teorías de la razón como camino hacia las libertades. Otros juegos nunca gustaron y de ahí la falta de conciliación, tan extendida ya por todas las sociedades medianamente civilizadas.
El artista, de cualquier ámbito, sector o faceta, no es un delincuente natural aunque formule su continua protesta por tal forma de gobierno; no es germen de malversaciones, corrupciones, desacatos, apologías extrañas o felonías expresas; el artista no ocasiona guerras, no avala conflictos, no apoya desahucios, no pisotea derechos; el artista no se posiciona a favor de la discordia sino de la concordia; no mata sino ama; no dispara sino escribe o pinta o baila o canta o piensa; el artista es la dotación espiritual imprescindible para el progresos de sociedades abiertas y libres y son obligadas su conservación y su aliento y nunca sometidos a recelos, olvidos y mordazas por los incultos de turno que solo saben desenvainar el sable del miedo a través de la quita del reconocimiento.
Ramón Llanes en Huelvahoy.