DICEN
DE LA PAZ
A
la caída del sol 
los
oráculos aparecen sin incógnitas 
en
cualquier vocerío de norte a sur 
para
maldecir el contenido trémulo de las palabras. 
Y
dicen de la paz, y la nombran y la maltratan.
De
esa paz que siempre es añoranza 
cuando
más, utopía; 
de
la paz intrépida en la región alta, 
de
la paz templada en las bajas tierras, 
de
la paz nostálgica en los sitios de médanos y algas, 
mar
en señas de paisaje; 
dicen
de la paz como si cada voz fuere un logro 
y
quedare en el casillero personal 
a
la hora de dignificar el currículo pero la manchan.
Cada
uno la refiere en adjetivo distinto, 
todos
desaciertan, todos la pudren, la contaminan.
¡es
tan fácil conversar de la paz que no existe¡.
Y
la paz pulula, está viva, se mueve entre nosotros,
mientras
que el parecer general la estima remiendo de la vida, 
al
momento que suene un globo a roto, que cante una lágrima,
un
cohete que se enfurezca, 
un
telediario de imágenes oscuras. 
Vienen
a decir lo mucho de la paz deseada 
o
más que deseada, cultivada 
en
el discurso o dotada de rabia disparada 
o
con olor a tripa suelta. 
El
contenido y el resultado no son el medio ni el fin, 
son
el eco y la resonancia,
la
crema que queda de la noticia. 
No
vale el ¡haya paz¡, sino ¡hagamos la paz¡, ¡inventemos la paz!.
Siempre
dicen de la paz improperios 
y
a quien la miente ni destierran.
Aún
nos volvemos a la alcoba 
después
de los oráculos 
dudando
de si es paz el brebaje actual 
que
hacemos para los niños 
o
se trata 
de
una burda copia de otra mentira.
Ramón
Llanes. 
Nerva.
12. febrero 2016.
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