Vuelve la memoria al lugar donde se pusieran los primeros pasos casi una vida atrás, ermita de San Benito, -a medio entenderla de templarios o clausuras-, a donde no castigan los ojos la intemperie del tiempo y vuelan imaginaciones sueltas de sanbeniteros viejos que allá dejaran, -quizá-, polainas, cabestros, estribos y folías; décadas de alquimias y dulceros, de sinceridades y reglas; décadas también de pregones escritos en los soportales místicos, hacienda de las piedras y majadas, hervores de cacerolas en espera del hambre que ha de llegar inquieta desde los campos erizados y cerreños. Las parvas aún por recoger allá abajo, los horizontes largos y preciosos, las jamugas altas como amuletos de devociones y la sosegada paz de la danza. Vista adelante imaginando las acrobacias de los mayordomos para llegar al fondo de la emoción con toda la fe puesta, sin perderse un sonido, un eco, una esperanza.
San Benito
Arriba, donde se queda el tufillo extraño del tiempo a convivir las caídas de los tardíos soles del estío y donde los poleos se bailan con la soberanía cordial de las mudanzas, los toques son estornudos que sienten las semblanzas del santo y se vislumbra en toda la gran estancia una soledad compartida que hace reinar, de paso, la decencia de peregrinos nunca idos de aquel aire.
Cuando en El Cerro ordene el prioste y toque a partida, los cabestreros tomarán las mulas hacia el camino viejo y las jamugueras crearán su paisaje con la felicidad a mano; Isabel –la expresiva mayordoma bella- irá con su gala del amor y sus miradas extendidas para acoger, desde la sublimidad que le corresponde, a cuantos caballistas y devotos persigan con ella, la gloria soñada. Simón,-mayordomo intenso- someterá su hálito nuevo a una nueva sonrisa que prenderá en las torviscas y en los surcos sin apenas mediar palabra que pueda deshacer su complicidad con el silencio. Y en la tarde, morderán las luces las espigas atentas y empujarán la comitiva para estar en Los Montes, renacer del cansancio y sentirse recibidos por la generosidad alegre del gentío para antes de las primeras sombras poder alcanzar la solemnidad de los sueños con San Benito en el abrazo y hacer la función de los siglos con la sencillez de la estirpe y la banda sonora del tamboril y la danza, todos los días, hasta que se cumplan los ciclos y toque, de nuevo, a partida.

Ramón Llanes.