Conmigo
Llego a casa, enciendo la luz, dejo las llaves, me deshago del olor del aire, beso a la mujer que me espera, suspiro como ayer, me bebo el trago de agua que la sed me indica, no me quito los zapatos, deambulo, pienso, me siento ante la pantalla, me alineó en la premura de contar el día, salta el automático, desenchufo el lavavajillas, viene la luz y nos reconocemos; el tiempo empieza a ser menos agobiante, la noche se asoma por las ventanas como un niño tímido, se disipan los ruidos de la ciudad por las escaleras del parque, preparo la cena con la misma disposición e idéntica ternura, consumo mi ración de chocolate, nos invitamos a buscar la película idónea para evitar darle vueltas a los asuntos del día, encontramos lo que primero gusta –a veces nos equivocamos-, la conversación se alarga, aparece algo parecido al cansancio inducido por el confort del asiento, comentamos los tramos del debate en tono muy distendido, estamos uno y otro en la misma mirada, caminamos hacia el lugar donde la vida nos arde, nos conformamos con pertenecer a la vida, nos alegra el paisaje, nos respeta el dolor, somos parte de nosotros mismos en dosis de relevancia, la piel no va tomando el color del estío, el alma que nos asiste se apremia siempre a complacernos; apago la pantalla, ocupo mi lugar izquierdo en la cama que sobo y me soba, oigo la radio por rutina y por placer, me duermo al primer aviso y acabo la jornada como se acaba el sarampión o como se va la suerte y solo la tenacidad del tiempo me resolverá otro acicate.
Ahora que lo pienso, consumo este protocolo a diario con una dilatada armonía, acaso pareciéndome una opereta perfecta o acaso entendiéndome parte de un sistema prosaico donde se me permite divulgar el orden rutinario de una vida poco rara, manchada por tantos sorbos de convivencia, agallas, tesón, compromisos, afectos, más afectos, aprendizajes, sueños. Y lo consumo convencido de no haberme excedido en esfuerzos; la trayectoria, la experiencia, los valores y todo lo demás que añade el tiempo, habrán sido las notas puestas en el lugar acertado para que no se haya alterado la armonía de la rutina; presumo que soy un amnésico del siglo pasado que pulula con inmaculada normalidad por el texto que, a mi lado, va escribiendo la historia, sin nombrarme. Y lo apruebo, sin traumas.

Ramón Llanes en Huelvahoy.com