RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

jueves, 1 de junio de 2017

GASTÓN EL DUENDE

 
GASTÓN, EL DUENDE.



No estabas la primera vez, ¿recuerdas?. Aquel invierno farragoso e inútil capaz de destrozarme, en aquella escena donde mi espacio ocupaba solo una mota de indiferencia, cuando el hombre que dijo amarme descrecía raudo mi juventud en insultos a la conciencia y a la libertad. Cuando en mi presencia levantaba las manos para golpear en otro ser su propia intolerancia, cuando me nacieron el miedo y la venganza. Allí no estabas, duende Gastón. Y era aún poco el tiempo de nuestra esperanza. A poco de creer en ti, mi primera crisis; no supe distinguirte en las mordazas que me puso la memoria ni en las pérdidas de voluntad, que siempre vinieron precedidas del vejatorio trato a la madre, ni te olí a mi lado en noches de insomnio ni en mis días de sobresaltos. Tampoco estabas en el dolor.
No importa, no he conseguido a estas alturas, veinte años después, la capacidad de discernir para determinar si fue un engaño o un olvido. No importa, nada luctuoso, nada fértil, nada menos indeseable que deambular los sitios imprecisos, las escabrosas colinas de mi mente, mi insurrección en los agobios y una crisis y otra y otra hasta que ya son incontables. No me he rebelado contra el olor fétido de los hospitales, formaba parte de mi locura aceptar la ceremonia como si de un gran teatro de magos se tratase y donde este recorte de Zacarías, el yo mismo quedado a la estética y a la costumbre de vivir, se zumbaba el título de protagonista.
Tampoco, tampoco estabas, duende Gastón, la larga semana de las sombras, ¿recuerdas?. Los árboles, el hambre, el frío, la pérdida de mí y las agonías que me produjeron las heridas que le producían las palabras del padre a la dignidad de la madre. Huí, desorientado e infeliz, en busca de un sueño y no estabas en la dehesa, habías dejado el rastro vacío de huellas, no te encontré y me dijeron, al encontrarme, que era trastorno bipolar afectivo. Me extrañó, que buscarte deseosamente, duende Gastón, tuviera un nombre tan acrílico. Me enteré, pero tú nunca te enteraste, habías congregado tu fantasía en los románticos, en los enamorados, en las nubes escasas que partían en dos mitades la única mitad de un Zacarías a quien le ofreciste un tendón de tu magia, al menos un minuto de lucidez, que nunca llegó.
También te anuncié necesidad el día de la venganza. La venganza eterna que siempre esperan los incontrolados seres del desprecio, acaso locos para las estirpes, acaso lúcidos para las utopías. Has de recordar la cazadora marinera, los cuchillos escondidos, el hacha de asustar, los ojos de carbuncos y todas las histerias en una sola mirada; has de recordar que tampoco estabas en la puerta, ni detrás, ni en mi anverso de hombre. Y siempre existía un mientras donde, dejado a la desnudez del descuido, el honor de la madre padecía y padecía sobradamente las indecencias de un padre. Y existía un mientras, donde nunca pude ejercer la inercia de la venganza con la nitidez de un maldito. Me creí maldito como el silencio, sí Gastón, un maldito que espera un sueño, un simple sueño de restitución del amor a quien lo merece. Quizá perdiera el estímulo del amor o quizá se magnificara en mis soledades. Cierto que transito, que indago pero mi obsesión está por encima de mi supervivencia, mi entorno solo es una caja de huesos tendida al sol para secarse. El día que seque todos mis huesos habré dormido con paciencia. ¿Lo crees?, ahora que percibo tu presencia, ¿lo crees?. ¿Crees en mí como capaz o crees en mí como imperfecto?.
No tuve respuestas la noche atormentada del fuego, como un desertor huí con el miedo en la espalda y la sonrisa de sarcasmo en el alma, huí decidido a volver limpio y amoroso, la madre me esperaría siempre, con la luz encendida y mi habitación con sábanas nuevas, oliendo a lecho ardiente. La madre me susurra el delirio de la ternura, me acuesta, me calma. Luego está la maldición de la botella que siempre enajena mi sentido, luego la voz despiadada del padre que se libera de su éxtasis profanando el lugar santo que ocupa el sentimiento completo de la insignia materna.
Me ha faltado valor, he de consumar la venganza, por la madre, por la naturaleza perfecta de la madre, para derribar la incompetencia que reina el lugar que me habita y desordena las voluntades, los consejos, la evolución de los seres que la aman.
Estarás cuando me encuentren, duende Gastón, cuando me encuentren deshollinando las tumbas de los vivos y pueda colgar en la fiebre del tiempo toda mi capacidad que ennoblezca mi especie. No estés ahora que deliro. No estés detrás de mi sombra, no me trates como el último payaso loco de la tarde, trátame como agnóstico, como indígena, como sonámbulo, nunca como payaso, no quiero ser el payaso que se esconde en un cascarón de circo para complacer a la ciencia y se presta a la cordura en el transcurso de la sesión de terapia para que le aplaudan y le indiquen la puerta de una satisfacción pasajera. Cuando me oigas, Gastón, pulsa la campana de la comprensión, salva a la madre, castiga al padre si es preciso, hazme cumplir dieciocho años otra vez a fin de enarbolar banderas en una manifestación de sabios contra el sistema. Aún era hombre cuando nos conocimos, respeta nuestro acuerdo, pulsa la campana y diseña otra realidad para mí que tenga cara de sueño y volvemos a compartirla.
Estoy cansado, muy cansado. Estoy cansado de tener miedo, de esperar la cura definitiva, cansado de volar sin posarme. Cansado de los disparates que me asignan, de las lenguas indeseadas, de los complejos. Estoy harto y cansado de desvivirme sin disfrutarlo.
En este laberinto – ¿me hago el loco o lo soy?- la razón no se impone a los métodos. Estoy loco por una venganza no conseguida pero he de llevar el nombre hasta la puesta de mi sol, es el método que marcan los sistemas.
Me queda por descifrar la importancia de mis dosis de odio que se acumulan indelebles en mi estado de ánimo. Sálvame, duende, salva a madre, sálvanos de esta encrucijada desafectiva. No sé si esto es amor o desespero, necesito que sea amor; ahora que estás, ¿estás?, emplea toda la magia, la humanidad, la misericordia o lo que inventes para devolverme a la esperanza de los demás seres. Tú eres el gesto que me falta, la palabra, la caricia, la sensatez. Yo, ya lo sabes, el loco de las vanidades, el enamorado de un imposible, un buscador de venganza sin saber de quién ni porqué, un desaliñado hombre que camina con zapatos de hierro por la arena, ahora, más que nunca, soy la repugnancia, el fracaso.
Me hicieron frágil, demasiado frágil. Me educaron en un ambiente de misa y comunión diarias, en las oraciones por las noches. Era mentira, todo fue una gran mentira suscrita por la experiencia, y empecé a ser débil, incordial, famélico, pastillero, hasta que un día te acercaste desde la sombra y me regalaste un sonido nuevo, el sonido del entendimiento, luego desapareciste por la misma sombra, hasta hoy.
Me has oído, harás tu trabajo, ¿lo harás?. No es propuesta indecente, no vuelvo a patrocinar otra locura en mí, mi espíritu no soportaría otro envite. Lo harás. Haz tú la venganza incumplida, que parezca un sueño. Después, duende Gastón, después toca la campana, cúbreme la vida y entrégame a la conciencia, a donde pueda distinguir un mordisco de un beso, una mañana de un charco, un pájaro de una piedra.
-Estoy aquí, Zacarías, aquí al lado izquierdo de tu esperanza, donde tu me esperabas, donde nos conocimos la vez primera, donde me solicitaste el primer consejo. Cuando te hice desafiar los difíciles precipicios también estaba allí, a tu lado; en el aniversario de la primera crisis, también estaba contigo añadiendo coraje a tu batalla; también estuve las noches del frío, acaso fuera yo la oscuridad que te protegía para evitar tu venganza. Fui quien te apartó de las desolaciones, fui la parte de ti que seguía amando, la parte de ti, Zacarías, que dormía, que despertaba, que soñaba. Ahora, también ahora, estoy.
-No eres el duende, Gastón; no eres el duende, ¿eres la madre?, ¿eres la imaginación, el testigo, la capacidad?.
-Levántate, Zacarías, ha terminado la sesión de la terapia de hoy. Te espero el próximo jueves, sé puntual. ¡Ah!, y no olvides comentar con tu madre todo lo que habíamos hablado sobre la esperanza. Un saludo para ella, hasta el jueves, Zacarías.



Julio 2007.


Ramón Llanes.

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