RAMÓN LLANES

BLOG DE ARTE Y LITERATURA

martes, 26 de diciembre de 2017

EL DESPERTADOR


El despertador

Observar con ternura el despertador puede ser una cursilería o un desvelo porque su materia induce al rechazo y su canto al dolor. Antes de él se extiende un manto oscuro que queda plasmado en plácidas dormidas, con susurros y silencios donde la noche inventa miles de sensaciones que los sonidos intrépidos de la máquina exacta de relojería vienen a romper de un golpe seco e infame que a su vez divide el placer en dos mitades, la una enternecedora, la otra tóxica. El día comienza sin alterar su ritmo, las campanas obscenas del despertador mandan en el único sentimiento vivo del ser en ese instante y le ordena se prepare para la batalla.
Afuera espera un pronóstico de inseguridades, una gresca con la vanidad o una nueva ilusión surgida desde los sueños, -mucho antes del empuje a la vida-, y apenas el esfuerzo tiene rango y a poco que un descuido se inyecte en el somnífero, la almohada se presta al sosiego y atiende esa inconfundible gana de volver y los ojos sin deshincharse simulan una parsimonia de cansancio, hasta que la insistencia del inquieto despertador -que siempre llama dos veces o tres o veinticuatro- obliga a tomar conciencia de una impuesta y no aceptada realidad.
La alcoba será luego un desierto de normas y las cuerdas darán paso a las horas sin avisos ni consejos, la inercia del tiempo pondrá el rigor mientras dejará su mundo de sonidos el aparato molestoso que adorna la mesilla con su vulgar tono de insolencia.
En el despertar del sábado los tiempos juegan de otra manera, no existe premura que corresponda atender, las ventanas cerraron su luz a la estancia, los proyectos se fueron durmiendo en el calor perezoso de la noche, las bridas de la puerta están forradas con acanto pero en tan sabroso dormir, -por las razones que nadie sabe-, el despertador vuelve a sonar con la misma voluntad, a la misma hora y se inventa el mismo canto de siempre para organizar el día, sin conocer que el sábado se cambian las costumbres y advirtiendo que alguien se olvidó de ponerle mordaza a la campanilla del despertador. 

Ramón Llanes.
EL CAJÓN DEL SASTRE

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