ARTURO, EL BUENO.
Los seres importantes, este año, se mueren en abril, también Arturo, el
bueno, desapareció. La noticia no ha trascendido, casi ni en el pueblo; víctima
de una dolorosa enfermedad, empotrado en una cama, con el silencio como tónica
general, sin queja, sin familia que le aliviara la agonía del alma, sin amigos
con quien encender los últimos cigarros, sin apenas voz, se despidió de todos
con una sonrisa, agradeció el cuidado recibido al personal de aquel geriátrico,
dijo “os quiero” y se fue de la vida sin murmullos. Exactamente el sábado,
sobre las 21,40 horas. Arturo no era Papa y solo nosotros, los que recibíamos
su afecto, lo enterramos con la dignidad que se mereció, estuvimos un rato
mirando cómo le abrían la puerta de la inexistencia, nos fuimos y le dejamos
allí tan solo como anónimo.
Arturo no era Papa, pero era bueno y fue grande, más grande que nadie
en dar, en entregarse, en amar, en sonreir, en honestidad ; tenía todos los
valores que caben a un hombre. Era apaciguador, atento, alegre, extrovertido y
la persona menos violenta jamás pensada. Arturo, digo, era grande, pero no era
Papa ni Presidente de un gobierno ni cantante ni futbolista.
Desde el sábado hasta hoy han muerto muchos Arturos, que no son ni el Papa
ni gente importante. Si la gloria está para premiar a los buenos, si existe ese
lugar, pido para Arturo el bueno y para todos los Arturos que ocupen el mismo
lugar que las personas notorias en la sociedad y que los traten a todos por
igual.
Quizá Arturo el bueno seguirá existiendo siempre en nuestra conciencia.
Ramón
Llanes.
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