EL BAILE DE LOS
JUEVES
Las
tardes de los jueves enmiendan los estremecimientos de quienes han superado la
edad de enamorarse. La orquesta insinúa un clamor de música y el gremio de
soledades se junta en un vaivén de medio esperanza soñando con bailar para la
vida aquello que aún queda de fuerza y ensoñación en las mismas entrañas. Se
cree plenamente mujer y viene a buscar la mano ardiente de una compañía. O se
cree hombre en plenitud y se acerca para bucear en unos ojos calmos un consuelo
que evite su solitario mundo de rutina.
Una
vez allí, -las tardes de los jueves-, el baile se encarga de empequeñecer la
timidez y agrandar las necesidades, y los hombres sacan la luz de su querencia,
se atavían del valor perdido e invitan al abrazo a quien al otro lado del salón
espera sonriente su llegada. La palabra les devuelve al mundo real, se cruzan
el mirar limpio, se aniñan los modos y comienzan a restregarse los pies por las
baldosas oscuras del hogar de mayores que acoge esta cálida concurrencia con la
capacidad puesta en el ambiente.
La
música suena inquebrantable, como un aviso, hasta que las citas se ajustan para
el próximo jueves y las manos comienzan a rozarse en una liturgia de novedad,
la primera vez, con los nervios puestos, con el pudor notándose, con la
inquietud de los años mozos y con el malabarismo de la entrega susurrando cada
pensamiento.
Los
transeúntes que discurren anónimos por la calle botica ya no extrañan que los
mayores quieran volver a querer para librarse de todas las soledades y para saberse
merecedores de generar atracción y se quedan perplejos de la ternura que
irradia el baile de los jueves.
No hay comentarios:
Publicar un comentario