LA ESCLAVITUD DEL
BIENESTAR
Quizá
todos los seres vivos sean propensos a la búsqueda del bienestar; el árbol
indaga para llegar a tener el sol y el agua necesarios, el pájaro vuela
perfeccionando su instinto para llegar a tener un nido perfecto y procrear sin
dificultad, el ser humano no es distinto, siempre se encara con la vida en la
persecución de la felicidad y mucho mejor si esta se acompaña de un estado de
bienestar óptimo, según la adaptación de cada cual a su medio social y
económico. El bienestar se convierte en una ambición de los seres vivos.
Es
sin embargo notoria la diferencia entre los humanos y los animales o las
plantas; mientras estos dedican a la búsqueda solo una parte de su tiempo, los
humanos se aprestan con común vehemencia a estar sorteando obstáculos durante
todo el ciclo de su existencia. Se ha convenido en llamarle la esclavitud del
bienestar por el énfasis tan desmesurado que se emplea para alcanzar lo
pretendido. Parece el bienestar una llegada más que un medio y la psicosis por
conseguirlo no disimula que los seres humanos son esclavos de esa meta,
hipotecan su filosofía, sus métodos y su propia dignidad como contraprestación
a “tener” algo más y en algunos casos a “ser” algo más. El juego irrazonable
acaba con la misión aunque lo conseguido sea nimio o escaso, siempre habrá
excusas para acreditar las dificultades, traducidas en enfermedad, poca suerte
o las consabidas culpas al sistema; nunca es poca inteligencia el factor de
riesgo que no se supo vencer. No tiene importancia, la vida está concebida en
esta radicalización y es imposible salirse de la onda que impone trabajarlo
todo para llegar a tener riquezas que sean bienestar; quizá la felicidad no sea
un fin premeditado sino añadido.
Es
un método de actual de incivismo, muy reciclado, admitido e incluso halagado
desde todos los sistemas. No es importante -ahora- conocer de otro ser humano
sus preferencias sobre pintura, su opinión sobre el amor, su discurso sobre los
pilares de la cultura occidental o sus ideas sobre la libertad, viste mucho más
-y está en pleno uso- preguntar por el coche que tiene o por sus pertenencias,
su capital, sus bienes, su cargo, etc, para hacerse una opinión de la persona
que tiene delante o desea conocer. No es una denuncia porque sea una mala praxis,
es una denuncia porque es una auténtica locura de esta civilización con pocos
resortes de valor.
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