No es otra cosa que un juego ingeniado desde la osadía, la prepotencia y la locura. Es lógico que cada pueblo quiera obtener la cuota de independencia que cree corresponderle y que cada cual pueda luchar por esa legitimidad si la considera perdida, desahuciada o vilipendiada; el derecho de los pueblos al progreso y al bienestar está asignado en nuestra Carta Magna como derecho especialmente protegido por las leyes. La duda sobre “la cosa catalana” no se asienta en oponerse a la separación para evitar su evolución, no para trabar los adelantos o los sueños. La cuestión no ha sido centrada y existe un desconocimiento sobre esta ambigüedad que aún no queda ni aclarada ni resuelta.
Esta secesión es un capricho político, con escaso apoyo popular, que se significa mediante la inducción al mismo al culpar al estado de los perjuicios, maldades y molestias que al pueblo catalán les produce formar parte de un engranaje general. El error parte de la sinrazón. No es el pueblo destinatario o protagonista el generador de esta sublevación sino la locura mental de cuatro iluminados que se autoproclaman salvadores de una patria ficticia. Y toda la estrategia empleada para tal fin por esta camarilla de adeptos se sostiene exclusivamente en morder al elefante y esperar que el carcelero duerma, se canse o se descuide para salir espetados de su propio cuerpo institucional, sin importar el respeto a las normas que ellos mismos pusieron antes de comenzar la contienda. Entenderlo como golpe de estado para ocuparle mayor reproche sería menos que reconocerles el derecho.
Ramón Llanes. HUELVAHOY.COM
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